Por qué urge una renta básica en plena crisis
Un salario base incondicional paliaría la pobreza, facilitaría la autoocupación, activaría el consumo, tejería un interés colectivo de los trabajadores y reduciría la angustia ante el paro.
La renta básica (RB), una asignación monetaria incondicional a toda la población, es una propuesta que viene discutiéndose desde hace unas pocas décadas en ámbitos académicos, en distintos parlamentos y en algunos movimientos sociales; notablemente, en el 15-M. Empezó a defenderse, aunque en círculos muy minoritarios, a mediados de la década de los ochenta del siglo pasado. Muchos de los que defendemos la RB consideramos que se trata de una propuesta muy recomendable tanto en las épocas de bonanza económica [sic] como en una de crisis depredadora como la actual. Pero, dadas las consecuencias para la gran mayoría de la población no rica en lo que respecta a las condiciones de vida y trabajo, la RB es una propuesta si cabe más necesaria en una situación de crisis.
Al mismo tiempo, aunque más necesaria como se argumentará, a la renta básica se la considera una propuesta más “difícil” políticamente. La RB apunta como un asunto espinoso de difícil concreción política (un tema “utópico”, como gusta a tantos decir) porque va, efectivamente, a contracorriente de las medidas de política económica que se están llevando a cabo desde el inicio de la crisis. Aunque acostumbran a proclamar justamente lo contrario tanto los gobiernos de la UE como un buen número de académicos dogmáticos —así como los tertulianos campeones del totum revolutum—, no existe una política económica neutra que beneficie a toda la población, o que sea necesario adoptar para que “todos” salgamos beneficiados en el futuro, o que técnicamente sea la única razonable o posible o imprescindible.
RENTA PARA TODOS Una mujer con bolsas de compra de una tienda de lujo pasa junto a un mendigo. FOTOGRAFÍA: ANDREA BOSCH
Herramienta de política económica
Resulta hasta ridículo, si no fuera por las terribles consecuencias que ello tiene para gran parte de la población, el parloteo constante de los supuestos peligros de un gran déficit público que se ha convertido en algo de “sentido común” y es “lo que la gente muy seria usa para proclamar su seriedad”, en las certeras palabras de Paul Krugman. Cualquier política económica es primero política y después económica, primero se decide (políticamente) a quién se va a favorecer y después se aplica la instrumentación (económica) que va a concretarlo. Por decirlo con el gran economista J. K. Galbraith: “La economía no existe aparte de la política, y es de esperar que lo mismo siga sucediendo en el futuro”. Décadas después de haber sido escritas estas palabras, sigue sucediendo, por supuesto.
No existe el mercado en singular. Existen muchos mercados y con características muy diferentes entre ellos. El mercado de antiguos discos de vinilo y el mercado financiero (si es que aquí está justificado hablar en singular) poco tienen en común, el de mercancías pornográficas y el de productos de la Iglesia católica, aparentemente tampoco. La configuración de un mismo mercado varía también históricamente. Un mero ejemplo: la ley Glass-Steagall, vigente de 1933 a 1999 en EE UU, configuró unos mercados financieros harto diferentes a los modelados por la ley Gramm-Leach-Bliley, que sucedió a la anterior (la primera separaba la banca de inversión de la banca de depósitos y la segunda anuló dicha separación). El mismo mercado tenía una configuración política distinta en uno y otro momento. Absolutamente todos los mercados están configurados políticamente y son producto de la intervención más o menos intensa, más o menos ausente, del Estado, mediante legislaciones, normas, decretos y regulaciones. No se trata solamente de la mayor o menor regulación de los mercados, sino de cómo están configurados para favorecer a unos u otros grupos, a unas u otras clases sociales. Cualquier mercado es el resultado de opciones políticas que se concretan en determinados diseños institucionales y reglamentaciones jurídicas.
La renta básica debe entenderse como un componente de una configuración determinada de los mercados. La RB sería una medida de política económica para garantizar la existencia material de toda la población. Una alternativa bien clara a lo que hoy impera. Y en una situación de crisis como la actual, ¿qué supondría la RB? Muy brevemente:
1. La pérdida involuntaria del empleo genera una situación de gran inseguridad económica y vital. Disponer de una renta básica supondría afrontar esta situación de forma menos angustiosa.
2. La renta básica podría cumplir un papel muy importante en la recomposición del interés colectivo de la clase trabajadora y en las luchas de resistencia, tanto para quienes cuentan con representación organizada como para quienes están mal librados a una lucha personal.
3. La autoocupación, así como la organización cooperativa, se facilitarían con la renta básica. La RB, además de suponer un instrumento que aumentaría las posibilidades de la autoocupación, representaría una mayor garantía para poder hacer frente, aunque fuera parcialmente, a quienes no tuvieran éxito con su pequeño negocio.
4. Una de las consecuencias más señaladas de la renta básica sería la gran mitigación de la pobreza. Incluso permitiría de manera realista plantearse su efectiva erradicación. Además, constituiría un soporte de protección para no recaer en ella.
5. Un asunto muy debatido frente a la crisis es la necesidad de sostener el consumo de la población. De hecho, muchas familias tuvieron en los años del boom una capacidad de consumo por encima de sus ingresos laborales gracias a la inflación de precios de activos financieros y de créditos, especialmente hipotecarios, pero también de consumo. Con los ataques continuados a las condiciones de vida y trabajo de la gran mayoría de la población, no solo se terminan esos ingresos, sino que los reducidos ingresos laborales tendrán que utilizarse en parte para pagar la deuda acumulada. La renta básica es sin duda un estabilizador del consumo fundamental para sostener la demanda en tiempos de crisis, especialmente para los grupos más vulnerables, y de este modo evita la ampliación de las brechas de desigualdad económica y social.
Redistribuir la riqueza
La característica más conflictiva o contraintuitiva de la renta básica, su incondicionalidad, es a su vez la que mejor la blinda contra algunas críticas que pueden ser correctas dirigidas a las asignaciones monetarias públicas condicionadas. Así, críticas que históricamente se han dirigido a los subsidios condicionados (ejemplos de los cuales son el seguro de paro, el plan de empleo rural o los PIRMIS de distintas comunidades autónomas), como que “la gente no trabajará”, “favorecen la economía sumergida”, “tienen altos costos administrativos”…, solo con que se comprenda cabalmente la RB, se verá que no son aplicables a la misma.
Quedan aún otras críticas importantes como el “altísimo coste de financiación” de una renta básica. Existen estudios publicados que muestran cómo puede financiarse una RB mediante una integración de la política fiscal con la social y que supondría, ¡por una vez!, una redistribución de la riqueza de los más ricos al resto de la población.
La renta básica es una medida contra la pobreza, pero no solo eso. La renta básica posibilitaría que toda la población tuviera la existencia material garantizada. Sin esta existencia garantizada, no hay posibilidad de libertad. Sin libertad, no hay democracia, y la democracia está amenazada cuando junto al creciente número de personas sin existencia garantizada coexisten unos pocos grandes poderes privados que acumulan inmensas fortunas. Lo expresó inmejorablemente el que fue juez estadounidense de la Corte Suprema de 1916 a 1939 Louis D. Brandeis: “Podemos tener democracia o podemos tener la riqueza concentrada en pocas manos, pero no tener ambas”.