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El mundo digital altera el circuito de financiación del sector musical en beneficio de los gigantes de la red y las plataformas de internet, en detrimento de los artistas
ILUSTRACIÓN: PERICO PASTOR
Estamos ante uno de los miles de títulos a los que podemos acceder mediante la pantalla de un teléfono o de un ordenador. Basta con clicar. A través de los auriculares se eleva, para unos, la voz de Adèle; para otros, el piano de Lang Lang, o los instrumentos de un grupo de música electrónica... ¿Qué damos a cambio? Casi nada, si queremos. Sólo tendremos que sufrir una publicidad de vez en cuando si la melodía está disponible en YouTube o en algunas plataformas de descarga. No siempre ha sido así. Durante mucho tiempo, la música capturada en discos desde la invención del fonógrafo en el siglo XIX sólo podía liberarse a cambio de dinero contante y sonante. Uno pagaba su álbum en la tienda de discos, lo mismo que se paga una entrada para un concierto. Con la llegada...
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