Recuperar la confianza y la ilusión
Firmeza: Las fuerzas democráticas no deben dejarse contaminar por los mensajes simples, pero extremadamente peligrosos, del populismo.
ILUSTRACIÓN: PERICO PASTOR
Las últimas elecciones europeas, celebradas hace cinco años, tuvieron lugar en un clima alterado en muchos de los países miembros de la UE por los coletazos de la crisis económica y la emergencia de opciones políticas de rasgos claramente populistas y/o nacionalistas, cuando no claramente xenófobas, y radicalmente críticas respecto del proceso de integración europea. Hoy, cuando estamos citados nuevamente para elegir a nuestros representantes en el Parlamento de Estrasburgo, la ola populista ha ganado terreno en otros países. Las promesas de plantarles cara, formuladas a la vista de los resultados de 2014 por las fuerzas políticas democráticas y proeuropeas, no se han traducido hasta ahora en decisiones suficientemente eficaces.
No solo han aumentado las expectativas populistas de obtener más escaños que entonces en la cámara legislativa comunitaria, sino que los planteamientos de sus representantes han ganado posiciones en una serie de gobiernos y parlamentos nacionales —Italia, Austria, República Checa, Rumanía, Estonia…— sumándose a los casos ya conocidos de Polonia y Hungría. Los líderes populistas ya no quieren limitarse a lanzar mensajes críticos hacia la UE y el proceso de integración, a los que acusan de alentar los flujos migratorios al precio de disolver lo que ellos consideran “la identidad de los europeos”. Ahora han pasado a buscar el refuerzo de sus vínculos políticos a escala continental para desafiar los valores y principios que definen nuestro modelo basado en democracias parlamentarias, sociedades abiertas y Estados de bienestar. No se conforman con propugnar menos Europa, sino que aspiran a liderar otra Europa, radicalmente distinta a la que se ha venido desarrollando en el marco de las instituciones de la Unión, subvirtiendo sus objetivos y valores.
No podemos perder la batalla contra los valores de la Unión
Habrá mayoría suficiente para frenar el riesgo de involución
No pueden conseguir ganar esa batalla. Es probable que el peso relativo de los escaños que vayan a obtener esas fuerzas políticas en las próximas elecciones de los días 23 a 26 de mayo aumente respecto del que lograron hace cinco años, que se situó en torno al 20% del total. Con o sin presencia de los representantes británicos en el próximo Parlamento —lo que va a depender de si se produce el brexit antes o después de la constitución de la nueva cámara a comienzos del próximo mes de julio—, los cálculos realizados con base en los sondeos de opinión disponibles, o con la extrapolación de la composición de los parlamentos nacionales, tienden a coincidir en que ese porcentaje no será, pese a todo, sustancialmente diferente al actual. Y, sobre todo, en la peor de las hipótesis contempladas, la suma de todos los populistas reaccionarios y xenófobos no va a llegar a niveles que pudieran poner en riesgo la capacidad de la mayoría proeuropea para hacer prevalecer sus posturas La suma de los escaños del centro-derecha, la socialdemocracia, los liberales y los verdes seguirá proporcionando un margen holgado de votos para hacer frente a cualquier riesgo de involución, tanto en lo que respecta a los niveles actuales de la integración europea como, lo que es más importante, a la hora de garantizar el respeto de los valores y principios democráticos consustanciales con la propia Unión.
EMPLEOS DE CALIDAD
Pero esa certeza no será eterna si caemos en la complacencia. Es imprescindible llevar a cabo un análisis riguroso, y abrir un debate en profundidad, del panorama que nos muestre el hemiciclo de Estrasburgo dentro de unos días. Las fuerzas políticas que apoyan sin titubeos el proceso de integración, con todo lo que ello implica para la salud de nuestras democracias y para el futuro de nuestra sociedad, están obligadas a preguntarse seriamente sobre las causas que subyacen a una evolución cada vez más preocupante desde todo punto de vista. El aumento de las desigualdades, las incertidumbres sobre la capacidad del sistema económico actual para proporcionar empleos de calidad y seguridad ante el futuro, la pérdida de confianza en los representantes políticos y en los partidos, la opacidad de las instituciones... La pesada herencia de la crisis económica está detrás de esa evolución. Todos esos factores, entre otros, deben ser valorados, como paso previo para indagar soluciones creíbles y viables.
Es imprescindible un análisis riguroso del nuevo panorama
Es muy fácil culpar a Bruselas de todos los males
Los demócratas deben evitar el repliegue hacia viejas fronteras
Es muy fácil culpar a Bruselas de todos los males, esquivando responsabilidades. Cediendo a esa tentación, se confunden las causas principales del problema con los síntomas que se manifiestan a escala europea, cuando en buena medida aquellas tienen su origen en fallos de las democracias nacionales y en errores políticos de sus principales líderes. Si queremos asentar el futuro de la integración europea sobre bases sólidas, el debate debe integrar lo que sucede a nivel nacional, que es donde los partidos políticos formulan sus programas y eligen la orientación política, y las posturas que sus líderes trasladan al máximo órgano de decisión estratégica de la UE. Este no es otro que el Consejo Europeo, compuesto por los jefes de Estado y de Gobierno de los Estados miembros. Pensar que el Parlamento Europeo y la Comisión pueden sustituir a los máximos responsables de los países miembros a la hora de marcar las grandes líneas de la agenda de la UE y sus principales decisiones estratégicas es no entender dónde reside su máximo núcleo de poder. El Parlamento representa a los ciudadanos, y la Comisión defiende el interés general europeo. Ambas son instituciones claves. Pero el poder máximo sigue estando en manos de los líderes nacionales; en la mayor parte de los países, acompañados por sus respectivos gobiernos. Solo unos pocos parlamentos nacionales controlan de cerca lo que hace su respectivo ejecutivo.
RENOVAR EL COMPROMISO
Esta arquitectura institucional no cambiará de la noche a la mañana. Lo cual no quita en absoluto importancia al resultado de estas elecciones europeas, que nos debe proporcionar una holgada mayoría democrática y europeísta en el Parlamento y un presidente de la Comisión que esté a la altura de sus importantes responsabilidades. Además, el análisis de la voluntad de los electores tiene que proporcionar un serio incentivo político para renovar nuestro compromiso con el proyecto europeo tal y como lo imaginaron y pusieron en marcha sus padres fundadores, basado en el objetivo de la paz y la reconciliación de todos los europeos, la defensa de las libertades y de los valores democráticos, la protección de los derechos humanos y la ambición de una sociedad justa y cohesionada.
En coherencia con ello, las fuerzas políticas democráticas no pueden dejarse contaminar por los mensajes simples, pero extraordinariamente peligrosos, de quienes pueden recibir apoyos de una parte minoritaria, pero no ínfima, de los electores. Sin adoptar actitudes defensivas, dejándose llevar por tentaciones de repliegue tras las viejas fronteras, lo que necesita Europa, y lo que necesitamos sus ciudadanos, es recrear estrategias políticas, nacionales y comunitarias, que devuelvan la confianza y la ilusión hacia el futuro que ha caracterizado los mejores momentos de la integración europea.