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Reflexiones sobre la bandera del decrecimiento

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Junio 2013 / 4

Economista y estadístico

El sistema económico debe reconvertirse hacia un horizonte ecológica y socialmente más saludable, pero el término ‘decrecer’ no atrae a una población que sufre el paro y los recortes.

Estas son las principales reflexiones sobre el decrecimiento que el profesor José  Manuel Naredo, de forma más extensa, publicó en Viento Sur en septiembre de 2011. El autor, que en una primera parte recoge propósitos expresados en 2009, sostiene que en ellas radica la esencia de su pensamiento sobre el asunto. En el epílogo aporta las consideraciones que le sugiere la evolución de la realidad con el paso del tiempo.

Creo que hay que diferenciar si se usa el término decrecimiento simplemente para llamar la atención, como título de un libro o de una revista, o si se toma en serio como concepto para articular sobre él una verdadera meta o propuesta alternativa al actual sistema económico. En el primer caso, el empleo de la palabra podría ser acertado. Pero en lo referente al segundo uso indicado, la elección del término me parece desacertada.

Para que un término con pretensiones políticas cumpla bien esa función, necesita tener asegurados a la vez un respaldo conceptual y un atractivo, y el término decrecimiento carece de ambos. Si lo que se entiende normalmente por crecimiento no es otra cosa que el alza del producto o la renta nacional, el decrecimiento tiene también nombre propio: se llama recesión y supone la caída de esa renta o producto nacional y el empobrecimiento del país, con consecuencias sociales generalmente indeseadas. Por ello, de entrada, el objetivo del decrecimiento no puede resultar atractivo para la mayor parte de la población.

Además, la idea general del decrecimiento tampoco encuentra solidez conceptual fuera del reduccionismo propio del enfoque económico ordinario. Debe tenerse en cuenta que desde los enfoques abiertos y multidimensionales de la economía ecológica —o lo que llamo el enfoque ecointegrador— no hay ninguna variable general de síntesis cuyo crecimiento o decrecimiento se pueda considerar deseable inequívocamente.

En mi libro La economía en evolución ya decía que el enfoque ecointegrador no debe asumir tampoco el objetivo del crecimiento cero (que entonces estaba de moda) como tampoco el del decrecimiento (que ahora lo sustituye), pues la reconversión del sistema económico entrañará sin duda la expansión de ciertas actividades, energías y materiales. Por ejemplo, tiene sentido proponer la reducción del consumo de energía fósil y contaminante, pero no el de la energía solar y sus derivados renovables.

Los objetivos apuntados borrosamente por los defensores del decrecimiento quedarían mejor expresados por el eslogan “mejor con menos”, porque hace referencia a una ética de la contención voluntaria, en términos físicos, pecuniarios y de poder, a la vez que afirma el disfrute de la vida.

Anteponer el objetivo de decrecimiento genera confusión cuando permanece en vigor la mitología del crecimiento y cuando los objetivos más generales de “cambio” y “reconversión” del sistema económico están aún lejos de ser comprendidos y asumidos por la población.  Creo que el movimiento ecologista tendría que hacer más hincapié en ellos y en la propuesta “mejor con  menos”.


LA PUERTA FALSA DE LAS METÁFORAS

Dos años después, no creo que la palabra decrecimiento suscite hoy más entusiasmo que hace unos años; más bien al contrario, cuando las penalidades asociadas al paro y a los recortes de la crisis hacen que la población añore el crecimiento anterior.

La bandera del decrecimiento agrupa a críticos del sistema ya convencidos que sobreentienden su significado, pero no me parece que resulte atractiva para la mayoría de la población, que es a la que habría que atraer y convencer para que el movimiento crítico progrese.

Quienes en el movimiento ecologista se dicen partidarios del decrecimiento, deberían matizar bien su posición frente a ese decrecimiento que nos está imponiendo el poder estatal  y empresarial en forma de recortes de salarios, pensiones, gastos sociales o plantillas, mientras suben impuestos y tarifas.

Porque si nuestra meta es cambiar el sistema socioeconómico imperante, creo que habría que aprovechar que este se halla en crisis y no puede adormecer a la población con la droga del crecimiento para enarbolar la bandera del cambio (que abarcaría desde el sistema monetario internacional hasta las reglas que rigen la valoración o el comercio y los patrones de consumo) en vez de declararse partidarios del decrecimiento justo cuando el propio sistema nos lo regala recortando empleo salarios, derechos y consumo de recursos.

Tampoco creo que los partidarios del decrecimiento hayan dotado hoy al término de un respaldo conceptual ampliamente asumido que se revele más sólido que hace unos años ni que se haya disipado la ambigüedad que genera su uso, ni la falsa paternidad que se le atribuye. Se sigue presentando en los medios al matemático y economista rumano Nicholas Georgescu-Roegen (NGR) como “el padre del decrecimiento” y a Jacques Grinevald como “su discípulo”; es decir, como si el primero enarbolara el decrecimiento como propuesta y el segundo siguiera sus enseñanzas. Fue a Grinevald a quien se le ocurrió poner la palabra decrecimiento en el libro donde traducía y divulgaba en francés algunos textos de Georgescu-Roegen. Este se habria alborotado si se hubiera enterado de que lo presentan como “el padre del decrecimiento”.  Así ocurrió cuando Herman Daly, que fue discípulo suyo, se declaró partidario del crecimiento cero. “El error crucial consiste en no ver que no solo el crecimiento, sino también un estado de crecimiento cero e incluso un estado de decrecimiento que no tendiera a la anulación no podrían durar eternamente en un medio ambiente finito.”

El estancamiento o decrecimiento de los agregados monetarios suele moderar, pero no evitar, el deterioro del medio natural que ocasiona el proceso económico. Solo la reconversión del proceso puede evitarlo en la medida en que apoye sus flujos físicos en fuentes renovables y cierre los ciclos de materiales obtenidos de la corteza terrestre, reconvirtiendo los residuos en recursos y reinsertándolos en el entorno sin deteriorar. Es esta reconversión y no el decrecimiento lo que propone NGR. Esta reconversión entrañaría recurrir más a ciertas energías renovables y reducir el manejo de otras más limitadas y contaminantes, el reciclaje de ciertos materiales y el menor uso de otros, lo cual es incompatible con el decrecimiento como objetivo generalizado.

NGR advirtió que el panorama económico era tan dispar en el mundo que no se podía “frenar por todas partes el crecimiento económico”, porque “congelaríamos la situación actual y eliminaríamos la posibilidad de las naciones pobres de mejorar su suerte”. Los partidarios de planificar el decrecimiento, como Serge Latouche, reorientan su propuesta teniendo en cuenta los problemas del sur, y sus matizaciones quitan universalidad a la propuesta de decrecimiento, lo que no ocurre con la propuesta de reconversión de reglas de juego de la actual economía globalizada.
 

CAMBIAR LAS REGLAS DEL JUEGO

Hay un asunto clave que quisiera comentar. El deterioro físico que va asociado a la evolución de la renta nacional no tiene solo que ver con cuánto se crece, sino con las reglas de valoración imperantes y con el marco institucional que las propicia, que avala y protege la desigualdad, el afán de poder y de lucro, las relaciones de subordinación y las organizaciones jerárquicas estatales y empresariales que las aplican.

La economía ecológica trabaja para aportar el instrumental necesario para promover un proceso económico ecológica y socialmente menos degradante y más saludable. Pero como venimos proponiendo Antonio Valero y yo, hay que ampliar el objeto de estudio y no solo seguir la vida de los procesos y productos “desde la cuna hasta la tumba”, sino “desde la cuna hasta la cuna”, considerando también el coste de reconvertir los residuos en recursos.

Valero y yo hemos desarrollado y aplicado una metodología que permite cuantificar en unidades de energía el coste de reposición del deterioro que el proceso económico inflige a la base de recursos planetaria, lo cual posibilita establecer el seguimiento agregado de la misma. Esta metodología es útil para llenar de contenido preciso la  propuesta de decrecimiento: todo el mundo podría estar de acuerdo en el objetivo de hacer decrecer el deterioro de la base de recursos planetarios asociada al deterioro ambiental, por extracción de recursos y emisión de residuos. Esta meta sustituye con ventaja a otros intentos de llenar de contenido la propuesta del decrecimiento, como las de asociarlo a reducir el requerimiento total de materiales y energía.

Este propósito exigiría cambiar las reglas de juego económico para promover y aumentar el uso de las energías renovables y la conservación y el reciclaje de materiales, además de desactivar y reducir el uso de los no renovables y de los afanes adquisitivos extendidos por el cuerpo social. Este tipo de propuestas exige eslóganes  que apunten a cambiar las ideas y reglas del juego económico, más allá de la epidermis de sus agregados y sus tasas de crecimiento, para reconvertir con posibilidades de éxito la sociedad hacia un horizonte social y ecológicamente más saludable.

 

EPÍLOGO A DÍA DE HOY

Creo que la infinidad de variables  físicas y monetarias que han estado y están ya decreciendo drásticamente como consecuencia de la actual crisis han quitado mordiente crítico a la propuesta del decrecimiento. Cuando el consumo anual de cemento ha pasado de cerca de 57 millones de toneladas en los años  punta de la burbuja del ladrillo (2006 y 2007) a 16 millones en 2012... o cuando el requerimiento per cápita de materiales de la Comunidad de Madrid ha caído nada menos que en más del 50%, no tiene sentido seguir proponiendo la meta del decrecimiento desde una perspectiva crítica, como si nada hubiera pasado. Sin embargo, el decrecimiento asociado a la crisis hace más viables las propuestas de reconversión.

Crisis y construcción Viviendas en Sant Cugat. Hoy se consumen 16 toneladas de cemento. En 2006, 57. Foto: EDU BAYER