Repartición del trabajo: ¿cómo? ¿para qué? ¿cuál?
Profesor titular del Departamento de Economía Aplicada de la UAB
Diferencias. Hay tres asuntos que analizar: EL reparto del trabajo y el género, los horarios “no normales” y el paro
Obreros en Francia. FOTO: PARLAMENTO EUROPEO
El tiempo de trabajo es una de las cuestiones clave que aparecen una y otra vez en los conflictos sociales de la era capitalista. Y ha reaparecido con fuerza, aunque de forma intermitente en muchos debates sociales a partir de la década de 1980. Se trata, sin embargo, de una cuestión más compleja de lo que parece a simple vista y que de hecho incluye tres debates diferentes, pero con claras interconexiones entre sí.
La primera es la del reparto del trabajo en términos absolutos, del reparto de la actividad que hacemos los humanos para obtener bienes y servicios. La economia feminista ha puesto en evidencia que existe una gran desigualdad de género en este aspecto cuando se tiene en cuenta la cantidad de trabajo total (el que se hace en el mercado y el que se hace fuera de él, básicamente en la esfera familiar). Según la Encuesta de Usos del Tiempo publicada en 2011, las mujeres siguen dedicando una hora diaria más que los hombres al conjunto de la actividad laboral, y el origen fundamental de esta desigualdad es la carga doméstica. Repartir el trabajo en una perspectiva igualitaria exige, por tanto, replantear a la vez el funcionamiento de la actividad mercantil y de la vida familiar.
DISTRIBUCIÓN DE LAS HORAS
La segunda cuestión está detallada en la relación entre la duración y configuración de trabajo mercantil y las posibilidades de llevar a cabo una vida social, cuando menos aceptable. A nadie escapa que una jornada laboral excesiva impide a las personas realizar otro tipo de actividades. Pero en este terreno no se trata sólo de duración, sino de cómo se distribuyen las horas de trabajo. En la vida real, el tiempo no es homogéneo, pues muchas actividades, tanto en la actividad productiva mercantil como en el resto tienen significado cuando coinciden con otras personas: actividades laborales en equipo, relaciones familiares, encuentros con amigos, participación en todo tipo de actividades sociales. No es lo mismo tener un horario “normal” (pongamos que una jornada de ocho de la mañana a cinco de la tarde) que estar empleado de tarde, de noche, en el fin de semana, de modo que es más dificil participar de muchas actividades. Y no es lo mismo tener un horario laboral estable, que cuando menos permite organizarse el resto de la vida, que estar sujeto a una variación más o menos frecuente de la jornada laboral (como es actualmente habitual en muchas cadenas comerciales, empresas de fast-food, etc.) que obliga a las personas a una continua adaptación de sus ritmos vitales. Es evidente que cada persona tiene un criterio diferente sobre cómo organizar sus tiempos, pero resulta evidente que existe una fuerte relación entre la posición social que se ocupa y el mayor o menor aprecio del horario laboral; es precisamente en los trabajos peor retribuidos en los que abundan horarios de trabajo indeseables,
La tercera cuestión, la del reparto del empleo, es la que reaparece cada vez que el desempleo masivo hace su aparición en escena. Fue un asunto debatido a principios de 1980, reapareció con fuerza en la crisis de 1992-1994 (cuando la política francesa en torno a la jornada de 35 horas polarizó el debate) y está resurgiendo paulatinamente en la crisis actual. Lo que sin duda explica la aparición cíclica de este debate es la constatación de lo irracional que parece a una mirada ingenua la existencia de millones de personas sin empleo (ni rentas) mientras que otros siguen, en el mejor de los casos, realizando su carga de trabajo habitual. Una aplicación mecánica de las matemáticas llevaría a pensar que dados los actuales niveles de desempleo y ocupación, con una jornada laboral en torno a las 30 horas sería posible que todo el mundo estuviera ocupado (de hecho, esto es lo que piden algunos colectivos de parados). Aunque, como veremos, por desgracia las cosas son más complicadas, empezando por el hecho de que el volumen de paro actual subvalora su dimensión real a causa de la gente que ha dejado de buscar trabajo, por desánimo, y el efecto que tiene un desempleo tan elevado sobre los flujos migratorios.