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Salario mínimo y mercado laboral

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Febrero 2018 / 55

Dudas: El pacto para que suban los salarios más bajos es una buena noticia, pero puede ser una cortina de humo.

El acuerdo sobre el aumento del salario mínimo firmado el pasado 26 de diciembre entre el Gobierno y los sindicatos ha sido presentado por algunos comentaristas como el inicio del cambio en el mercado laboral.  De llevarse a cabo, representaría un aumento del 20% del salario mínimo, aunque habrá que esperar a 2021. ¿Es un primer cambio radical en el mercado laboral? ¿Tendrá un impacto importante en su transformación?  Que el salario mínimo aumente significativamente es una buena noticia, aunque cabe ser escépticos respecto a sus resultados.

ILUSTRACIÓN: PERICO PASTOR

En primer lugar, por la propia historia. El salario mínimo español, en términos de capacidad de poder adquisitivo, es de  los más bajos de Europa. Ha experimentado un deterioro real  porque durante largos períodos creció por debajo de la inflación. El ex presidente del Gobierno José María Aznar impuso un aumento anual del 2%, muy por debajo del crecimiento de los precios. Su sucesor, José Luis Rodríguez Zapatero, se comprometió a elevarlo a 800 euros, pero al final de su mandato se quedó en 641,4 euros mensuales (por 14 pagas). Mariano Rajoy, lo ha tenido congelado hasta finales de 2016 y sigue lejos del objetivo de Zapatero y del pacto para 2021, condicionado a la marcha de la economía española. O sea: un futuro incierto. De aplicarse, su cuantía sería insuficiente y muy alejada de los 1.000  euros mensuales que los sindicatos plantean como salario mínimo en la negociación colectiva.

El escepticismo proviene también del papel limitado del salario mínimo en la fijación de salarios. El Gobierno calcula que afecta a medio millón de personas, una cifra que es sólo una parte de la gente con salarios inferiores a 1.000 euros.  Para garantizar salarios decentes siempre ha sido más importante la negociación colectiva que el salario mínimo. Éste sólo es importante en los países donde los sindicatos han sido masacrados y las empresas tienen un poder omnímodo en la fijación salarial, como en EE UU.

En Alemania, su introducción ha sido una respuesta sindical al constatar la erosión paulatina de la negociación colectiva. En España, la negociación colectiva también ha sido crucial y el actual deterioro salarial tiene mucho que ver con la política antisindical  introducida por la última reforma laboral, así como la expansión de prácticas empresariales en el uso de la fuerza de trabajo (empleos temporales y a tiempo parcial). 

A pesar de su modestia, de su poca capacidad de introducir cambios en la distribución de la renta, hay que esperar que antes de 2020  reaparecerán las presiones para que el acuerdo descabalgue. El argumento será el de siempre: que un alza del salario mínimo pone en peligro el empleo. Es un argumento basado en la teoría neoclásica de la demanda de trabajo. Da igual que esta teoría haya sido cuestionada con buenos argumentos teóricos y empíricos. Da igual que haya una evidencia empírica, en especial en EE UU, que muestra el nulo impacto de los incrementos de salario mínimo a escala nacional o local. La alianza entre los intereses del capital y el sesgo ideológico, y la ignorancia que predomina en la tecnocracia económica muestran una incansable capacidad de manipulación. 

Estamos ante un acuerdo más vistoso que efectivo. En el mejor de los casos, sólo una pequeña  mejora. En el peor, una nueva maniobra de Rajoy para lanzar una cortina de humo. Se puede ser piadoso con UGT y CCOO:  llevan tantos años contra las cuerdas que arañar cualquier reforma puede sonar a victoria. Pero la lucha contra la pobreza, la precariedad y la desigualdad exige medidas más contundentes.