Un gran desafío para la UE
Las emisiones de CO2 de Europa, EE UU y japón han pasado de pesar el 80% al 30% en 22 años. Pero su responsabilidad histórica es enorme. Ahora, el innegable liderazgo europeo mengua
ILUSTRACIÓN: PERICO PASTOR |
Cada vez son menos quienes creen que el cambio climático es sólo un problema ecológico marginal y a largo plazo. El calentamiento global es el resultado del uso masivo de combustibles fósiles, y en un porcentaje no despreciable —en torno al 20%—, también se debe a la dieta alimentaria, intensiva en proteínas animales, que comporta la desaparición de bosques, importante sumidero de dióxido de carbono. Por tanto, es la consecuencia directa del modelo de vida occidental, importado por los países emergentes.
En 1992, el volumen de CO2 acumulado en la atmósfera desde la revolución industrial se debía en más del 80% a las emisiones de Estados Unidos, la Unión Europea (UE) y Japón; ello refleja la importante responsabilidad histórica de estos países, cuyo peso ha caído drásticamente: en 2014 su aportación anual fue sólo del 30% de las emisiones totales, mientras que China se convertía en el principal país emisor.
El calentamiento global tiene una ine-ludible dimensión ética. Los países que más están sufriendo sus consecuencias son los más desfavorecidos, precisamente los que apenas han contribuido al cambio climático. África subsahariana y las pequeñas islas del Pacífico —que sólo suponen el 5% de las emisiones totales de CO2— resultan muy vulnerables ante la intensificación y mayor frecuencia de sequías y de inundaciones, así como ante la subida del nivel del mar.
Por ello, cualquier acuerdo internacional que pretenda incorporar a todos los países del planeta —y no sólo a los más desarrollados, como en el Protocolo de Kioto— requerirá un enfoque de equidad global, de “justicia climática”. Los esfuerzos para reducir las emisiones deben ser proporcionalmente mucho más intensos en los países con mayor responsabilidad en la génesis del cambio climático, que deben, además, ayudar a los países más pobres para que puedan utilizar cuanto antes tecnologías menos contaminantes y para que resistan mejor los efectos del calentamiento global.
POLÍTICA DE ENERGÍA Y CLIMA EN LA UE
El proyecto europeo nació con la vocación de desarrollar una política energética común; inicialmente acotada al ámbito del carbón y de la energía nuclear (CECA y EURATOM), pero las sucesivas ampliaciones de la Unión, la naturaleza oligopolística de los sectores energéticos, las regulaciones específicas en cada país, la escasa interconexión a escala europea... han favorecido una notable fragmentación, incompatible con un verdadero mercado único de la energía.
El combate contra el calentamiento global tiene dimensión ética
El 20% del problema nace de la dieta en los países desarrollados
En el ámbito de la energía, el esfuerzo común más notable —y con mayor impacto internacional— ha sido el asociado a la política europea de lucha contra el cambio climático.
La UE tuvo en 1997 un papel decisivo en la elaboración y puesta en marcha del Protocolo de Kioto, en el que se fijó incluso objetivos de reducción de emisiones (el 8% en 2012 respecto del nivel de 1990) más ambiciosos que los establecidos en el Protocolo (el 5%). La UE ha resultado ser la única área que ha cumplido con creces sus compromisos: en 2012 las emisiones del conjunto UE-15 habían disminuido en un 17% respecto de 1990, gracias a la creciente incorporación de energías renovables y de tecnologías más eficientes, y en menor medida, a la crisis económica.
No obstante, hay que tener en cuenta la deslocalización de numerosas empresas europeas, que han desplazado parte o toda su producción a países con menores exigencias ambientales... De hecho, uno de los reproches —justificados— que se formulan contra la UE es que muchos de los productos consumidos aquí proceden de países emergentes: casi el 20% de las emisiones de China se deben a la producción de bienes importados por la UE. Por tanto, para abordar el cambio climático de forma equitativa, sería necesario un verdadero cambio de paradigma, que comportase menores niveles de consumo en los países desarrollados, al tiempo que se generaliza, a escala planetaria, el uso de las energías renovables y las medidas de eficiencia energética.
A pesar de todo, el liderazgo de la UE en la lucha contra el cambio climático ha sido indudable. Por un lado, la Unión se adelantó al resto de los países desarrollados estableciendo objetivos y medidas en el horizonte de 2012, creando así un marco jurídico innovador, que incentivó cambios en la gestión de las empresas, y favoreció el avance de las energías alternativas. Entre esas medidas destaca desde 2005 el mercado europeo de derechos de emisión, que fijaba límites máximos de emisión, individualizados, a unas 10.000 instalaciones industriales, de forma que las que superasen dichos limites tuvieran que adquirir derechos de emisión a las instalaciones que se mantuvieran por debajo de su correspondiente límite.
A pesar de que este “mercado” no ha conseguido su principal objetivo —fijar un precio al CO2 suficientemente desincentivador del uso de los combustibles fósiles—, ha generado capacidades muy útiles para una mejor gestión del modelo energético.El mercado europeo de derechos de emisión ha servido, además, de referencia para la creación de instrumentos análogos en muchos países: Noruega, Suiza, Australia, China, varios estados de Estados Unidos... La experiencia de estos años ha servido para incorporar modificaciones en el diseño inicial.
Una vez más, la UE se ha adelantado al resto de los países desarrollados, al haber establecido en 2008 objetivos de reducción de emisiones en el horizonte de 2020 (el 20% respecto del nivel de 1990), y al haber aceptado unilateralmente la prolongación del Protocolo de Kioto hasta esa fecha.
En el momento actual, Europa ha acordado ya su propio compromiso en el horizonte de 2030, con vistas a la próxima Cumbre del Clima: una nueva reducción de emisiones, hasta alcanzar el 40% en relación con el nivel de 1990. Un objetivo que parece viable y que se considera incluso poco ambicioso, al no verse acompañado —al menos hasta ahora— por objetivos de utilización de energías renovables individualizados para cada uno de los países miembros.
PRESIÓN DE LA CRISIS MIGRATORIA
Las emisiones de CO2 de la UE representan ya tan sólo el 11% de las emisiones totales; ello constituye un pretexto para los gobiernos que se resisten al establecimiento de medidas ambiciosas de lucha contra el cambio climático. Sin embargo, el desarrollo de una economía baja en carbono representa una de las pocas oportunidades para que la UE —menguante desde el punto de vista de la demografía y del PIB mundial— siga siendo un actor global relevante.
Los países ricos deben hacer más esfuerzos y expandir las renovables
El precio del CO2 no ha frenado el uso de combustibles fósiles
La UE no ha asumido objetivos nacionales de uso de energías limpias
Así parecería haberlo comprendido el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, cuando sitúa entre sus prioridades “convertir a la UE en el líder mundial en las energías renovables”, en el contexto de la “unión europea de la energía”... Y digo “parecería”, porque, de momento, la nueva Comisión resulta contradictoria: cuestiona los sistemas de ayuda a las energías renovables mientras que, en el caso de las futuras centrales nucleares del Reino Unido, acepta la fijación de precios muy superiores a los del mercado; permite el desarrollo del fracking, a pesar de que los denominados hidrocarburos no convencionales generan importantes cantidades de metano; establece objetivos de lucha contra el cambio climático sin carácter vinculante... No es de extrañar que la UE haya perdido liderazgo con vistas a la Cumbre de París, pese al esfuerzo y la voluntad de algunos gobiernos de sus países miembros.
La Unión Europea está aún a tiempo de ejercer un papel crucial en la próxima Cumbre de París. Quizá la evidencia de la denominada “crisis migratoria” —que los efectos del calentamiento global agravará sin duda— sirva como acicate en esa dirección.