Una ciencia explicada a medias
Profesor de economía Universidad de Barcelona (UB)
Ser heterodoxo en economía reduce de forma drástica las posibilidades de publicar y hasta de ser escuchado.
ILUSTRACIÓN: PERICO PASTOR
El estallido de la crisis sorprendió a la economía académica en una plácida situación de autocomplacencia. Un conocido trabajo de la época, referido a la macroeconomía como disciplina, concluía que “el estado de la macro es saludable”. Desde entonces su autor, Olivier Blanchard, economista jefe del Fondo Monetario Internacional (FMI) desde septiembre de 2008, ha tenido que reconocer en demasiadas ocasiones los errores de bulto en los análisis y prescripciones derivados de esa “macro saludable”. Ni él, ni el FMI, ni la economía académica estándar habían visto llegar la debacle, ni tampoco fueron capaces de prever que la crisis (recesión, la llaman) iba a ser tan larga y profunda, ni que los remedios ortodoxos que proponían (austeridad, desregulación de mercados laborales, privatizaciones) iban a resultar tan contraproducentes.
Paralelamente, otros economistas no ligados a la ortodoxia académica advirtieron de la inminencia de la crisis financiera, de que su impacto sobre la economía sería profundo y duradero y de que en esa situación las políticas ortodoxas eran inadecuadas. Sin embargo, estas personas son consideradas outsiders y vistas con recelo por la profesión. Ser heterodoxo en economía reduce drásticamente las posibilidades de ganar una posición académica, de publicar en las revistas o de ser simplemente escuchado en un seminario; una situación más propia de dogmas sectarios que de una disciplina académica que se pretende científica.
UNA REACCIÓN LIDERADA POR KRUGMAN
Tras la sorpresa inicial, muchos economistas, académicos o no, reaccionaron de forma inmediata revisando sus análisis e incorporando aportaciones que antes no habían considerado. Un claro ejemplo es el de Paul Krugman, profesor en Princeton y premio Nobel de economía en 2008, quien recuperó las viejas ideas de Keynes y de Fisher que la nueva ortodoxia había relegado al olvido. Krugman denunció que la macroeconomía se hallaba en una Edad Oscura, secuestrada por los nuevos teóricos de las expectativas racionales. Incorporó ideas sobre las crisis financieras del muy heterodoxo Minsky e, incluso, glosó favorablemente un clásico imperecedero de 1943, Aspectos políticos del pleno empleo, de Michal Kalecki (un teórico inclasificable, de formación marxista ecléctica, que avanzó y superó muchas de las ideas de Keynes).
Incómodo para la academia, vilipendiado por muchos de sus colegas más convencionales, Krugman ha sido uno de los mejores analistas de la crisis y un crítico implacable de los seguidores de la ortodoxia económica, fueran o no académicos (los llama la “gente seria”), de sus propuestas y de sus políticas contraproducentes, que solo han generado sufrimiento y desigualdad. Al recuperar ideas y teorías de procedencia dispar, Krugman ha mostrado que la ciencia económica es mucho más rica y plural, que dispone de un arsenal de conocimientos que superan los dogmas académicos y las limitaciones de la visión convencional. Krugman advirtió rápidamente que se volvían a repetir viejos problemas de la Gran Depresión como la trampa de la liquidez, la carencia de demanda efectiva o el peligro del pernicioso efecto deuda-deflación, pese a la agresiva política expansiva de la Reserva Federal.
También alertaron de esas semejanzas muchos otros autores, como gran parte de los economistas heterodoxos o como Samuelson, otro Nobel que había vivido la Gran Depresión y que murió en 2009. Ante esa situación, el modelo estándar de la “macro saludable” funciona muy mal y es incapaz de proporcionar guías de acción claras. Sin embargo, las viejas teorías de los años treinta y cuarenta del siglo pasado seguían siendo un buen punto de partida para entender lo que estaba ocurriendo y permitían definir bases sólidas para la acción.
Armados con los viejos y venerables modelos surgidos al calor de la Gran Depresión y el viejo keynesianismo, como el ISLM (1937) o el de oferta y demanda agregadas (1950), Krugman y otros economistas fueron capaces de prever el efecto contraproducente de las políticas de austeridad, de denunciar lo improcedente de la recomendación de bajar salarios, del escaso margen de maniobra de la política monetaria en una situación de trampa de la liquidez, de lo erróneo de unos objetivos de inflación tan bajos, del efecto depresivo del endeudamiento privado y el retardo que añadiría a la recuperación, o del elevado coste del euro para los países periféricos de la UE.
En definitiva, la crisis ha proporcionado una ocasión excepcional para el aprendizaje de la mayor parte de conceptos y modelos macroecónomicos básicos. La experiencia vivida facilita la comprensión de las teorías keynesianas y muestra su extraordinaria capacidad explicativa, lo cual revela por qué esos modelos fueron tan útiles en el pasado y por qué de nuevo volvían a serlo. La crisis ha sido, y es todavía, un importante banco de pruebas de las teorías económicas y, por esa razón, debería haberse incorporado en un lugar prominente en la enseñanza de la economía. Pero los currículos académicos no han cambiado y dan escasa importancia a todo este viejo arsenal teórico que, sin embargo, es fundamental para la formación de un economista. Por el contrario, se dedica mucho tiempo a otros asuntos como, por poner un ejemplo, la restricción presupuestaria intertemporal y la decisión óptima del consumidor, concepto abstracto especializado al que se dedica casi una cuarta parte de un curso de macroeconomía.
¿SUMAR DECISIONES RACIONALES?
Este ejemplo no es casual. Un aspecto fundamental de la visión económica ortodoxa es que el análisis de un fenómeno como la crisis debe partir del comportamiento individual, es decir, debe tener “fundamentos microeconómicos”. Los individuos se conciben como entes que toman decisiones racionales, y el resultado macroeconómico se obtiene por la agregación de esas decisiones. La crisis sería el resultado de las decisiones racionales de los individuos y, por tanto, un resultado racional y, en consecuencia, óptimo. Bajo este enfoque, el desempleo involuntario no existe ni puede existir. Muchos académicos de prestigio suscriben literalmente estas afirmaciones, como el premio Nobel Edward Prescott.
Sin embargo, estas aserciones no aguantan el más mínimo contraste con la realidad. En el mundo real los individuos son muy distintos. Sus recursos, información, capacidad y muchas otras características son diferentes, y sus acciones quedan lejos de la racionalidad del modelo. Por ello es imposible agregar las decisiones individuales y obtener un resultado unívoco, esto es, no es posible microfundamentar la evolución macroeconómica de una sociedad. En el mundo real, los comportamientos macroeconómicos son, en general, propiedades emergentes de los sistemas económicos y pueden estudiarse directamente, tal como hicieron Marx, Schumpeter, Fisher, Keynes y Kalecki en su momento y siguen haciendo muchos economistas no estrictamente ortodoxos en la actualidad. Pero en la academia, normalmente, se rechaza cualquier teoría que carezca de microfundamentos.
El punto de partida básico de la economía académica convencional es el individuo racional en un mercado perfectamente competitivo. Toda la micro y la macroeconomía parten de estas hipótesis, y mediante razonamiento deductivo es posible desarrollar teorías que traten de explicar casi cualquier tipo de comportamiento social, en especial, los económicos. Sin embargo, por su misma definición, ni ese individuo ni ese mercado pueden existir en la realidad, por lo que todas las teorías basadas en ellos son teorías de mundos inexistentes. La realidad es que los mercados no son ni perfectos ni competitivos, tampoco son estables y están en permanente desequilibrio. Tampoco los individuos pueden ser todo lo racionales que se supone, por razones diversas (limitaciones de capacidad, información o de recursos).
Por consiguiente, al tomar como referencia el mercado ideal y la racionalidad economicista absoluta, la realidad económica se explica como el resultado de “imperfecciones”, “rigideces e inflexibilidades”, “intervenciones” y, por ende, la solución natural a los problemas es más mercado, más desregulación, más liberalización. Esto es, el propio proceso de aprendizaje académico ya propone un comportamiento social basado en la mercantilización de todo, sean cosas, personas o relaciones personales y sociales. Asimismo, contribuye a imponer un único valor social, el valor monetario y, con ello, ayuda a moldear las conductas para que sean más individualistas, egoístas y guiadas solo por el beneficio monetario. En consecuencia, la enseñanza de la economía estándar potencia la mercantilización y monetización de todo lo humano; en palabras de Alan Freeman, nos empuja a convertirnos en siervos del mercado.
LO VERDADERO Y LO FALSO
En cualquier ciencia hay métodos para distinguir las teorías pertinentes (“verdaderas”) para estudiar un fenómeno, de las que no lo son (“falsas”). Dado que una teoría siempre es una simplificación de la realidad, para formarnos un juicio sobre la veracidad de una teoría es fundamental examinar los supuestos simplificadores para evaluar si son decisivos en el resultado final y si es razonable usarlos. Sin embargo, en la economía convencional los supuestos de racionalidad o de mercado perfecto están fuera de toda discusión, excepto que se estudien casos específicos de irracionalidad o de mercado no competitivo.
En economía, el problema de la “verdad o falsedad” puede llegar a ser muy grave en algunos casos. Hay conceptos de utilización generalizada que son completa y totalmente falsos, pero siguen apareciendo en todos los libros de texto y en muchísimos modelos y teorías convencionales. Un ejemplo claro es el de función de producción. Ninguna empresa tiene tal función, aunque el ingeniero de producción nos proporcionaría el algoritmo de producción, cosa distinta a lo que usan los textos de microeconomía.
Hay conceptos falsos que siguen apareciendo en los libros de texto
¿Cómo tomar una decisión correcta desde premisas equivocadas?
El problema conceptual aparece cuando tratamos de aplicar esta idea al conjunto de una economía e introducimos la función agregada de producción. Hace 50 años se demostró que esa función no podía existir para ninguna economía real y menos aún con la forma en que se utiliza en la economía convencional. Sin embargo, sigue presente y usándose profusamente en todos los textos de macroeconomía actuales y continúa siendo el punto de partida de las teorías macroeconómicas ortodoxas (crecimiento, ciclos, políticas macroeconómicas). Asimismo, el concepto de función agregada de producción lo usan la Comisión Europea, los gobiernos y los bancos centrales para determinar cuál es la posición cíclica de la economía. Esto, a su vez, determina el margen de déficit que según la normativa europea podrá presentar el sector público y, con esa información, se decidirá si se recortan o no las pensiones, si se sube el IVA o si se cierran más hospitales. ¿Cómo se pueden esperar previsiones, prescripciones políticas y diagnósticos correctos utilizando conceptos económicos erróneos?
Estos ejemplos muestran hasta qué punto la enseñanza de la economía ha ido incorporando elementos que la aproximan a la instrucción en el dogma y la alejan del aprendizaje de una ciencia. El desconocimiento de otros modelos y teorías alternativas nos deja inermes cuando los viejos problemas se repiten y nos hurta la opción de escoger entre distintos instrumentos para abordar los nuevos desafíos. La enseñanza de la economía debe ser pluralista, crítica y antidogmática, incluir como materia obligatoria un panorama del pensamiento económico y dar al economista una sólida formación histórica. Solo así se puede evitar repetir errores del pasado, disponer del máximo instrumental posible y evitar enfoques rígidos o sesgados del análisis.
Es necesario, asimismo, dar entrada al principio de realidad y erradicar todos los conceptos que son falsos o manifiestamente contrarios a la evidencia. De no hacerlo, estaremos adoctrinando a nuestros estudiantes y estaremos justificando determinadas opciones políticas.