Una fórmula ideal, pero compleja
El 'cohousing' sénior requiere que las personas compartan una serie de actitudes y valores que faciliten la cohesión del grupo.
La vivienda es un bien necesario cuya disposición es un derecho reconocido en los acuerdos de las Naciones Unidas. La Constitución española recoge ese derecho, expresando que se trata de una vivienda digna, calificativo que podemos entender también como vivienda adecuada a las necesidades de los que la habitan. Esa adecuación se corresponde con las necesidades que se dan en cada hogar y es extensible a todos los miembros que lo constituyen.
Las necesidades habitacionales no son estables y suelen cambiar a lo largo del ciclo del hogar, ya que, a medida que va evolucionando temporalmente, sus requerimientos van variando, no solo por el cambio del número de miembros, sino también por las condiciones del entorno y de los comportamientos residenciales que se exigen para la adaptación a una sociedad que evoluciona. En ese sentido, los hogares de mayores, especialmente aquellos constituidos por una o dos personas, tienen en la actualidad una serie de exigencias tanto en el interior de la vivienda, como en el edificio y su entorno que no se consideraban años atrás, cuando la esperanza de vida era más corta y la convivencia intergeneracional en la familia más frecuente.
El desarrollo, hasta ahora imparable, de las grandes ciudades, que acaparan una parte creciente de la proporción de los hogares de un país, supone un debilitamiento de las relaciones de proximidad para reafirmar otro sistema de interacción social que se extiende con frecuencia a toda la ciudad, a la par que se debilita la relación con la familia extendida. Este cambio se aprecia con especial evidencia en sociedades consideradas familiaristas, en las que la interacción y la solidaridad familiar desempeñan un papel importante pero decreciente, como sucede en los países del sur de Europa. En estas sociedades se consideraba normal que los mayores convivieran con sus hijos o vivieran próximos a ellos, constituyendo un sistema de solidaridad recíproca, por la que recibían una serie de cuidados en contraprestación por los que habían aplicado con los hijos y nietos. Esos cuidados estaban sostenidos sobre todo por las mujeres, que no tenían un trabajo externo al hogar.
Más soledad
El debilitamiento de ese sistema ha venido acompañado por una mayor independencia de los hogares de más edad, con un mayor requerimiento de cuidados y actividades externas y trae consigo con frecuencia, en los casos de los hogares unipersonales, una mayor soledad de sus habitantes. Hay que tener en cuenta que el aumento sostenido del conjunto de los hogares unipersonales proviene, en gran parte, del aumento de las personas mayores y, especialmente, de las mujeres de edad avanzada que viven solas y que en el caso español constituyen más de la mitad de esos hogares habitados por una sola mujer.
Hay ejemplos notables con un grado elevado de satisfacción
Es urgente reconocer el modelo como actividad prestadora de servicios
La soledad y la carencia de los cuidados necesarios requeridos por las personas mayores llevan a exigir instituciones que de alguna manera respondan a las mismas y ocupen el lugar que tenían familiares y vecinos. Esto supone un aumento de la actividad de las instituciones públicas y privadas dedicadas a la prestación de esos cuidados, ya sea en el domicilio o en el entorno del barrio con instituciones como los centros de día o en las residencias de mayores. Pero su aumento y su coste no siempre es asumido por el Estado, cuya intervención se limita a algunos de los casos de dependencia extrema y bajos recursos, debido al coste que supondría su generalización.
Ante esa situación se están desarrollando nuevas formas de convivencia en las que los cuidados que prestaba la familia pueden ser, en parte, sustituidos por una relación solidaria de un grupo con el que se comparte la ocupación de un edificio y en el que se desarrolla un amplio espacio de convivencia, manteniendo la privacidad de los hogares diferenciados que lo forman, a la vez que se posibilita el acceso a una serie de servicios y actividades comunes que en la práctica serían difíciles de llevar a cabo en otras circunstancias, como un comedor, un gimnasio, una sala de curas, talleres de actividades, biblioteca, salón común, etc. Son elementos cuya definición y alcance dependerán de cada una de las comunidades que se forman.
Si el cohousing intergeneracional se puede considerar la fórmula ideal, resulta también la más compleja en todos los sentidos y, por ello, la más difícil de llevar a cabo, aunque hay algunos ejemplos notables que alcanzan un grado elevado de satisfacción. La cuestión es que las necesidades se diversifican y los tipos de cuidados necesarios para el conjunto de los habitantes que conviven en un mismo proyecto se abren en un abanico que no es fácil de completar.
En ese sentido, el cohousing sénior es más sencillo de llevar a cabo, formado por personas mayores que de una forma solidaria se comprometen a prestarse cuidados entre ellos, de acuerdo con sus posibilidades y recurriendo, cuando hace falta, a profesionales capaces de llevarlos a cabo. La participación solidaria y el recurso a personal externo de forma comunitaria no solo abarata el coste, sino que lleva a una mayor interacción entre los miembros que lo comparten, rompiendo el aislamiento que lleva a la soledad tan frecuente en esa generación.
Interacción afectiva
Pero tampoco esta es una opción sencilla. La convivencia y el reparto de los recursos y los cuidados entre personas mayores requieren un cierto grado de compatibilidad e incluso de interacción afectiva entre los convivientes, algo nada sencillo en una sociedad que empuja cada vez más hacia un individualismo de los miembros que la componen. Por eso se requiere que las personas que optan por esa alternativa compartan una serie de actitudes y valores que faciliten la cohesión del grupo en su conjunto.
Por otra parte, para el buen funcionamiento de esas comunidades se exigiría que estuviera formada por personas de edades diversas dentro de un determinado margen, de forma que pueda haber una ayuda recíproca entre los integrantes de esa comunidad. Hay que tener en cuenta que esta opción no sustituye a las residencias de mayores que acogen personas que exigen una intensidad y una personalización de cuidados acorde con sus patologías a los que difícilmente podría responder una comunidad de este tipo. Pero, en cualquier caso, supone en su conjunto un complemento a esas otras instituciones, con una forma de vida de los mayores más activa y relacionada, a la vez que con un coste más barato de los servicios y cuidados elementales para las edades más avanzadas.
La realización de esta alternativa no es sencilla. Los casos existentes han tenido que enfrentarse a la falta reconocimiento institucional como una actividad prestadora de servicios, lo que dificulta la disposición de un suelo apropiado y la obtención de recursos necesarios. Eso hace urgente la actualización de su consideración institucional en una sociedad que envejece rápidamente y que cambia sus pautas de relación entre sus miembros.