1919: Albert Thomas dirige la OIT
Empleo: La Organización Internacional del Trabajo ha cumplido 100 años. Para sus fundadores, una paz permanente solo podía basarse en la justicia social.
El Tratado de Versalles, que puso fin a la Primera Guerra Mundial, da lugar a la creación de la Sociedad de Naciones (SDN) y de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) con sede en Ginebra. Dos franceses desempeñan un papel decisivo en el seno de esta última: el ingeniero Arthur Fontaine, elegido presidente de su consejo de administración, y el exministro socialista Albert Thomas, al frente de la Oficina Internacional del Trabajo, la secretaría permanente de la OIT.
La elección de Albert Thomas durante la primera sesión de la Conferencia Internacional del Trabajo (1), celebrada en Washington en 1919, es apoyada por Léon Jouhaux y Robert Pinot, representantes franceses de los trabajadores y de los empleadores en dicha conferencia. Ex ministro de Armamento de los gobiernos de Union Sacrée, durante la Gran Guerra, Thomas había trabajado en armonía con esos dos grupos de intereses opuestos para que Francia librara la guerra a nivel industrial. Socialista moderado con estatura de estadista, daba seguridad a los medios gubernamentales a la vez que enviaba señales de buena voluntad a los medios obreros. En una palabra, era el hombre perfecto.
Una institución original
La creación de la OIT se basa en la consideración de que “una paz universal y permanente solo puede basarse en la justicia social”, como indica su constitución. Responde a las reivindicaciones del movimiento sindical en los diferentes países a favor de la instauración de una legislación social internacional, así como a la voluntad de los países de pacificar las relaciones sociales en una Europa presa de la agitación revolucionaria iniciada en Rusia.
La OIT tiene una triple originalidad. Su ámbito de competencias —la legislación internacional laboral— hace de ella una suerte de Parlamento mundial del trabajo sin precedentes. Su funcionamiento es tripartito: en sus órganos de decisión trabajan codo con codo los representantes de los gobiernos, de los empleadores y de los trabajadores. Y, finalmente, tiene vocación de ser universal, aunque le cuesta lograr esta pretensión: en el momento de su creación, solo son miembros 44 Estados que se supone trasladarán sus decisiones a sus respectivas legislaciones nacionales.
En su trabajo al frente de la Oficina Internacional de Trabajo, Albert Thomas aplica la experiencia adquirida en la Unión Sacrée. La guerra hizo que el movimiento obrero entendiera mejor los beneficios que le proporcionaría la protección legal del trabajo. También abrió los ojos a los gobiernos recalcitrantes sobre la necesidad de la acción pública para reducir las injusticias sociales y la miseria obrera. La legislación establecida en Francia por Thomas en 1917 sobre el arbitraje obligatorio del Estado en los conflictos entre trabajadores y empleadores para limitar las huelgas es, en cierta medida, el antecedente del tripartidismo de la OIT. Los representantes de los gobiernos, los asalariados y los empleadores deben encontrar un terreno de entendimiento para establecer una legislación social, pilar de la paz social.
Al tomar como "divisa si vis pacem, cole justitiam” (“si quieres la paz, cultiva la justicia”), la OIT vehicula una visión reformista de las relaciones sociales, preconizando el diálogo y el acuerdo entre las clases. Dos años después de la revolución bolchevique de octubre de 1917, propone una alternativa al marxismo revolucionario de lucha de clases que seduce cada vez más a los trabajadores europeos.
Hasta su muerte en 1932, Thomas trabaja sin descanso para ampliar —la Oficina tiene entonces 400 funcionarios— y dinamizar una institución que busca legitimidad en el tenso contexto de posguerra. Presentándose como “el judío errante de la política social”, recorre el mundo dando a conocer su actividad.
En los dos primeros años, la Conferencia Internacional del Trabajo aprueba 16 convenciones (teóricamente vinculantes) y 18 recomendaciones. Su objetivo es la creación de una base de derechos sociales universales en diversos ámbitos: reglamentación de la jornada laboral, paro, contratación de mano de obra, protección de los trabajadores, especialmente de las mujeres y los niños, seguros sociales, libertad sindical, enseñanza profesional, etcétera.
La mala voluntad de los Estados
Simbólicamente, el primer convenio adoptado en Washington es el referente a la jornada de ocho horas. Esa reivindicación del movimiento obrero internacional desde finales del siglo XIX dio lugar a las manifestaciones del 1º de Mayo que ahora se celebran en todos los países industrializados. Pero, aunque los Estados miembros tienen la obligación teórica de introducir ese convenio internacional en su derecho nacional, la realidad es más compleja. En una Europa en recesión económica a comienzos de la década de 1920, no es momento de una colaboración internacional en el ámbito social. Francia, cuya ley sobre las ocho horas, aprobada el 23 de abril de 1919, sirvió de modelo al convenio de Washington, no lo ratificó nunca. Pero Thomas no tira la toalla: convencido de la resolución de los problemas económicos debe incluir la cuestión social, garantiza la presencia de la OIT en las grandes conferencias económicas de la posguerra, amplía su radio de acción al ámbito agrícola y al mundo entero.
En 1930, con el fin de proteger a los trabajadores procedentes de las colonias, la institución aprueba un importante convenio sobre el trabajo forzoso que hoy forma parte de sus ocho convenios fundamentales. Las potencias europeas logran limitar enormemente su alcance. La mala voluntad de los Estados, celosos de su soberanía sobre todo en lo referente a la legislación social, constituye un freno permanente. Las tensiones internacionales también complican el trabajo de la OIT; la Alemania nazi se retira en 1933 de la organización al mismo tiempo que abandona la Sociedad de Naciones, y la adhesión de la URSS y de EE UU en 1934 es, sobre todo, una respuesta a esa retirada. Su influencia sufre también debido a la Gran Depresión de la década de 1930, ya que cada gran Estado busca, ante todo, soluciones nacionales a la crisis económica y social.
Sin embargo, su capacidad de adaptación a las transformaciones del trabajo y las sólidas bases establecidas por su primer director harán posible que la Organización sobreviva a las crisis. Primero, a la de la muerte súbita de Albert Thomas en 1932, un año después de la de Arthur Fontaine. Después, a la de la Segunda Guerra mundial, fatal para la Sociedad de Naciones. Exiliada en Montreal hasta 1948, la OIT, primera agencia de la nueva ONU, puede continuar desempeñando su papel de siempre: más que un órgano de toma de decisiones es un foro en el que participan gobernantes, empleadores y asalariados del mundo entero, que produce estadísticas y análisis, prodiga normas y recomendaciones sobre el mundo laboral, convencida, como en la época de Albert Thomas, de la necesidad de un compromiso entre capital y trabajo.
(1). La Conferencia Internacional del Trabajo, que se celebra anualmente, define las grandes orientaciones de la OIT. Reúne a los delegados de los gobiernos, trabajadores y empresarios de los Estados miembros de la OIT.
1919
Albert Thomas es nombrado director de la Oficina Internacional del Trabajo, el secretariado de la recién creada OIT.
1932
Muere Albert Thomas.
1946
La OIT pasa a ser una agencia de la ONU.
* Historiadora, prepara una tesis sobre Albert Thomas en la Universidad París 1 Panthéon-Sorbonne.