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PCentenarios

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Diciembre 2021 / 97

Llama Hace un siglo, la consolidación de la Unión Soviética extendió por todo el mundo la creación de partidos comunistas. El objetivo: desencadenar la revolución global.

Hace un centenar de años se constituían en Europa, Asia y América una cadena de partidos revolucionarios, bajo la denominación de comunistas, que aspiraban a derribar el capitalismo y a construir el socialismo en todo el mundo. El primero en adoptar esa denominación —y ese objetivo— fue, en marzo de 1918, la facción bolchevique de la socialdemocracia rusa, que había tomado el poder en octubre  de 1917. Un año después, acabada la guerra tras la Revolución de Noviembre en Alemania, se fundaron el neerlandés, el alemán, el austriaco y el húngaro. En 1920, como consecuencia primera de la fundación de la Internacional Comunista, lo hicieron el británico, el yugoslavo y un primer partido comunista español.  Al año siguiente se multiplicó la constitución de partidos comunistas, tras la resolución de los debates que sobre revolución e internacionalismo se desarrollaron en el movimiento obrero: nacieron el francés, el italiano, el belga, el checoslovaco, el estadounidense y el chino. En 1922 se completó la cadena básica de partidos comunistas con la constitución del chileno, el japonés, el australiano y también el  definitivo Partido Comunista de España (PCE), cuyo congreso de marzo culminó el proceso de unificación iniciado el año anterior. La mayoría de ellos tenían sus orígenes en la socialdemocracia, pero algunos incorporaban también grupos procedentes del sindicalismo revolucionario y del anarcosindicalismo. 

Esos partidos tenían una característica nueva: aunque adoptaban sus denominaciones nacionales, constituían una sola organización; un partido mundial, la Internacional Comunista, con estatutos, líneas políticas y funcionamiento único en el debate y la dirección, de acuerdo con la propuesta de Lenin. Su fundación respondía a tres factores que se sucedieron en el tiempo: el primero, la ruptura interna en el seno de la socialdemocracia entre la propuesta reformista —de avance hacia el socialismo desde el capitalismo y a través de la democracia parlamentaria—, y la propuesta revolucionaria, que sostenía que era inevitable una solución de continuidad entre el capitalismo y el socialismo y que ella habría de producirse a través de la movilización revolucionaria de las masas trabajadoras por la conquista del poder político. El segundo, la quiebra y la disolución de la Segunda Internacional por el apoyo de sus principales partidos a la guerra. Y el tercero, el desenlace de la Revolución de Octubre, en 1917. Todos ellos convergieron a partir de 1919 para fundar el nuevo movimiento/partido internacional. 

Contra la guerra, la revolución

La Revolución Rusa de 1905-1906 aportó argumentos a los defensores de la ruptura sistémica, al tiempo que la división socialdemócrata se amplió ante el creciente peligro de guerra europea. En el congreso de 1907 de la Segunda Internacional, Lenin y Rosa Luxemburgo encabezaron la propuesta de impedir la guerra por todos los medios, sobre todo mediante la movilización de las clases trabajadoras, y de luchar contra ella, si estallaba, rechazando su lógica y presentando como única alternativa la movilización revolucionaria contra el sistema capitalista que la había causado. Contra la guerra, la revolución. Cuando el conflicto bélico se inició en el verano de 1914, la gran mayoría de los partidos socialdemócratas y una parte del anarquismo y del sindicalismo revolucionario se subordinaron a su lógica, votando los créditos de guerra e incluso entrando a formar parte de los gobiernos de "unión sagrada" como ocurrió en Francia y Reino Unido. Lenin concluyó entonces que esa abjuración de principios significaba el fin del ciclo de la Segunda Internacional y la socialdemocracia como alternativa al sistema capitalista y defensa real del socialismo y el internacionalismo. Consideró que el carácter mundial del conflicto sentaba las bases para que su respuesta revolucionaria fuera asimismo mundial. En consecuencia, era imprescindible una nueva organización internacional del movimiento obrero, la tercera, constituida no como un foro de debate, sino como un solo partido para propiciar la toma del poder por las clases trabajadoras. 

Aunque con denominaciones nacionales, los partidos constituían una sola organización

La Tercera Internacional rompió con el reformismo de la socialdemocracia

Hasta febrero de 1917, Lenin predicó en el desierto; en posición de minoría dentro de la minoría del movimiento obrero que había rechazado la guerra; hasta que la Revolución de Octubre aceleró los tiempos. En abril de 1917, Lenin defendió ante los bolcheviques la propuesta de constituir ya la Tercera Internacional y sustituir la denominación socialdemócrata por la comunista para subrayar la ruptura definitiva con el pasado. Lenin era entonces optimista sobre el impacto de la Revolución de Octubre como acelerador de la revolución mundial y por ello pisó el pedal en octubre de 1917. Sin embargo, los hechos no le acompañaron. La expectativa de que se produjera también un inmediato estallido en Alemania, mundializando lo que se había iniciado en Rusia, no se cumplió; Lenin dio un paso atrás, priorizó la consolidación del estado soviético-bolchevique y dejó en suspenso la constitución de la nueva internacional, a la espera de los acontecimientos en Europa.

Cuando en 1918 la Revolución de Noviembre en Alemania puso fin a la guerra mundial y abrió la difusión de una movilización revolucionaria en toda Europa, Lenin reactivó el proyecto de la nueva internacional. 

El capitalismo supera su crisis

El Partido Comunista Ruso convocó en enero de 1919 un congreso internacional que, reunido en marzo en Moscú, dio por fundada la Internacional Comunista,  estimulado por la expectativa de radicalización revolucionaria en Alemania, Austria, Hungría, el este de Europa e, incluso, aunque con menor intensidad, en los Estados vencedores de Europa occidental. La popularidad de la Internacional Comunista entre las clases trabajadoras europeas se fundamentó en ese contexto de movilización social y se vio favorecida por la incapacidad de los partidos socialdemócratas para superar sus divisiones nacionales y restablecer el funcionamiento de la Segunda Internacional. En el verano de 1920 la Internacional Comunista celebró su segundo congreso, aprobó estatutos, condiciones de admisión y documentos básicos de línea política, todavía en un clima de esperanza sobre el proceso revolucionario mundial. 

La constitución de partidos comunistas nacionales se multiplicó entre 1920 y 1922, en el transcurso de un doble debate: el de la disyuntiva entre reforma y revolución y el de la nueva integración internacional del movimiento obrero. Entretanto, empero, la movilización obrera entró en reflujo en Europa, al tiempo que los Estados burgueses recuperaban estabilidad económica y política. El capitalismo superó su primera gran crisis general. No obstante, el movimiento comunista no lo interpretó como el cierre de una etapa histórica que dejara sin sentido su reciente constitución, sino como el fin del ciclo insurreccional que se había desarrollado en la estela de la revolución rusa. Por ello, decidió subsistir, como también lo había decidido el Estado soviético, manteniéndose como alternativa revolucionaria al capitalismo y al reformismo, este en una deriva de subordinación al liberalismo democrático, y mirando “hacia Oriente”, hacia el mundo colonizado, donde el ciclo insurreccional parecía activarse, en contraste con Europa.

 

José Luis Martín Ramos es catedrático emérito de Historia Contemporánea de la UAB