El cebo de los ‘aviones verdes
El sistema Corsia, que compensará las emisiones de vuelos, no será forzoso hasta 2027
La aviación propone su propia vía para volverse un sector verde: emplear materiales menos pesados, mejorar las rutas y lograr una óptima gestión del tráfico. Sin embargo, el margen de mejora en estos ámbitos de actuación es limitado.
En 2016, la Organización Internacional de la Aviación Civil (OACI) se comprometió con la “neutralidad carbono” —estado en el que las emisiones netas de gases efecto invernadero expedidas al ambiente equivalen a cero— a partir de 2020, cuando lanzó Corsia, un mecanismo para limitar las emisiones de los vuelos internacionales mediante un sistema de compensación de carbono. Las líneas aéreas podrán comprar créditos para compensar sus emisiones de dióxido de carbono suplementarias —es decir, las que superen la cantidad producida en 2020—. Pero Corsia no será obligatorio hasta 2027. Entre 2021 y 2026, su aplicación será voluntaria.
La compensación existe, de hecho, ya sobre una base voluntaria e individual: cuando una persona compra un billete de avión, puede comprar créditos de carbono a través de una asociación (ReforestAction, CO2 Solidario...) Además, los vuelos dentro de la UE son parte del mercado europeo de intercambio de derechos de emisión desde 2012, al contrario de lo que sucede con los vuelos extraeuropeos, exentos tras la presión ejercida por China y EE UU, sumada a la del lobby del fabricante Airbus, ante la Comisión Europea.
“Algunos vuelos no se pueden evitar”, subraya Pierre Cannet, miembro de la organización no gubernamental World Wilde Fund (WWF). En estos casos, hay que encontrar compensaciones. Pero dentro de la compensación, hay soluciones muy buenas y soluciones muy malas”. La ONG ha propuesto clasificar los diferentes créditos apoyándose en los objetivos de desarrollo sostenible (ODS).
Compensaciones difíciles
Según Alian Karsenty, investigador del Cirad, centro que estudia los retos internacionales en materia de agricultura y desarrollo, las compensaciones plantean tres tipos de problemas. El primero, de permanencia. “Nadie puede garantizar que un bosque plantado para compensar un vuelo vaya a durar cientos de años, que es lo que sería necesario visto el tiempo de residencia de una molécula de dióxido de carbono en la atmósfera antes de que pueda ser captada por un sumidero de carbono”.
Segundo problema: el efecto beneficio. La compensación debe aportar una plusvalía que no habría existido sin el vuelo, y en todo caso no debería permitir financiar una inversión que se habría hecho igual.
Los agrocarburantes pueden afectar a la biodiversidad
Y el tercer problema son las fugas. Al proteger un territorio, a menudo lo que hacemos es desplazar el problema. Podemos no deforestar la zona X, y declararla protegida, pero sí la zona Y, a su lado.
“La única tonelada de CO2 que seguro que no tendrá un efecto nefasto sobre el planeta es aquella que no llega a ser emitida”, resume el investigador. “No basta ya crecer de forma exponencial y después pensar en compensarlo, Hay que reducir el crecimiento”, añade Pierre Cannet.
Por lo que respecta a los agrocarburantes como la soja, la colza o el aceite de palma, presentan un riesgo de apropiación de tierras agrícolas en detrimento de las poblaciones locales. Destruir bosques para estas plantaciones tiene consecuencias en términos de emisiones de CO2.
En definitiva, los agrocarburantes pueden perjudicar la biodiversidad.