¿Y si viajamos de otro modo?
Podemos intentar que los vuelos en avión vuelvan a tener su auténtico precio, impulsar otros medios de transporte y cambiar las costumbres.
Qué se puede hacer para que la gente utilice menos el avión? La primera solución consiste en restituirle su precio justo de mercado, empleando instrumentos fiscales para acabar con las exenciones de las que se benefician el queroseno y los billetes internacionales decididas desde la Convención de Chicago de 1944.
“Contrariamente a lo que se suele pensar, la Convención Internacional de Chicago sobre el transporte aéreo no prohíbe gravar el queroseno”, precisa Lorelei Limousin, responsable de políticas de transporte de la Red de Acción por el Clima. “Países como Brasil, Estados Unidos, Noruega, Suiza y Japón lo gravan ya en sus vuelos internos. Podrían firmar acuerdos bilaterales para gravarlo también en los vuelos que los conectan”, añade.
A la espera de una muy hipotética renegociación de la convención, la Red de Acción por el Clima y otras entidades como World Wilde Fund y la Fundación par la Naturaleza y el Hombre, defienden el establecimiento en Francia de una cotización clima-solidaridad, “lo que permitiría compensar rápidamente la ausencia de IVA en los billetes de avión para salir del país. Se aplicaría a todos los vuelos, incluidos los internacionales”, señala Limousin. Las asociaciones proponen que su cuantía dependa de la distancia recorrida y de la clase (turista o preferente), con una exención para las líneas entre los territorios de ultramar y la metrópolis, para no penalizar a los residentes. El montante oscilaría entre 40 y 100 euros.
“El Reino Unido aplica desde 1994 una tasa, la air passenger duty, que genera 4.000 millones de euros anuales”, añade la responsable de Red. Holanda ha propuesto aplicar a escala europea un impuesto sobre el CO2 que se aplicaría al queroseno o a los billetes de avión. El debate está abierto.
Dado que el encarecimiento del precio de los billetes de avión afectará sobre todo a los usuarios menos ricos, se puede pensar en opciones más duras, como prohibir los vuelos internos o inferiores a 1.000 km.
Limitar los vuelos
Algunos representantes del Parlamento holandés piden suprimir la conexión aérea entre Ámsterdam y Bruselas (200 km) y mantener solo la ferroviaria. Otros, como B&L Evolution, un gabinete de estudios sobre desarrollo sostenible, piensan incluso en la posibilidad de prohibir cualquier vuelo fuera de Europa, a excepción de dos vuelos de largo recorrido para las personas de 18 a 30 años (con la idea de que los viajes son formativos para la juventud) y de un sistema de lotería nacional (500.000 vuelos anuales) para evitar que los viajes estén reservados solo a los ricos. O, también, restringir el número y la velocidad de los aviones.En Suecia se ha producido el auge del movimiento flygskam (vergüenza de volar). “Es un instrumento importante para imponer nuevas medidas políticas es el cambio cultural: que deje de ser cool coger un avión”, resume Magdalena Heuwieser, coordinadora de la red internacional Stay Grounded.
Los trenes de noche pueden ser una solución
Hay quien pide vetar los vuelos de hasta 1.000 km
¿Significa ello que se deba renunciar a viajar? ¡No! Pero se necesitan alternativas creíbles. Y no son tan evidentes. A veces, el precio de los trenes es disuasorio. O se cierran líneas ferroviarias por falta de rentabilidad. El colectivo Sí al Tren Nocturno denuncia un círculo vicioso: falta de inversión y publicidad, disminución de la calidad, menor frecuencia, subidas de precio. Para los defensores del medio ambiente, el tren, diurno o nocturno, es una alternativa para distancias de 700 a 1.500 kilómetros.
El caso de la empresa ferroviaria austriaca ÖBB es modélico. Cuando en 2016 la Deutsche Bahn clausuró los trenes nocturnos, ÖBB buscó un lugar en el mercado y al cabo de un año había alcanzado el equilibrio. “Ofrece cuatro clases: desde el asiento reclinable para los estudiantes, hasta la clase preferente con ducha y retretes privados, pasando por las literas de primera y segunda”, explica Pascal Dauboin.
El colectivo Back on Track piensa también en clave europea. “Es necesario sincronizar los horarios, que los viajeros tengan un único billete y centralizar las reservas. Desde la liberalización del sector ferroviario los diferentes operadores se consideran competidores, no socios. La UE tiene un papel que desempeñar, pero el lobby del sector aéreo es muy eficaz”, explica Joachim Holstein.
¿Y el barco? Los ferris y los cruceros, si funcionan con fuel oil pesado contaminan también. Su comparación con el avión es difícil, pues los barcos tienen más margen de maniobra (velocidad, filtros en las chimeneas). Carburantes alternativos como el hidrógeno y el gas natural licuado se usan por ahora poco por razones logísticas de falta de disponibilidad en los muelles.
¿Debemos, pues, renunciar a ver el Gran Cañón? Quizá. Pero quizá también descubramos lo que no está tan lejos.