El vicio del ladrillo // Excesos con platos rotos
INMOBILIARIO: He aquí un tremendo viaje por la historia reciente de un país de endeudadísimos propietarios.
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El vicio del ladrillo
La cultura de un modelo productivo
Lluís Pellicer
Catarata. 2014
239 páginas. Precio: 18 €
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En el país descrito en El vicio del ladrillo se urbanizó todo lo urbanizable. Después, mientras quedaban en venta más de 1,2 millones de vivendas (nuevas y de ocasión), se producía un desahucio cada 15 minutos.
Uno tiene la cabeza algo embotada tras atravesar el humo más intenso del milagro español, y puede dar pereza releer sobre el boom inmobiliario, como si no hubiera nada nuevo que aprender. No es cierto. El periodista Lluís Pellicer no se limita a narrar el ascenso y derrumbe de los reyes del ladrillo —los Portillos, Martínes, Del Riveros, Jovés... con especial querencia por un rehabilitado Enrique Bañuelos, hilo conector entre la debacle y las escasas lecciones aprendidas gracias a Barcelona World—. Este libro de la España de los excesos es un relato clarificador, documentado, riguroso y hasta entretenido que narra con pasión periodística las causas de lo ocurrido, y que analiza sus consecuencias sociales. Por él desfilan las compras de suelo rústico a bajo precio, para, tras la oportuna recalificación urbanística, revenderlo a un precio superior, además de los 300 políticos en activo imputados por corrupción contabilizados en 2013. También las rentabilidades del 16% de la inversión en ladrillo, los cambios legales que facilitaron la fiesta y el baile de fusiones inmobiliarias.
Sin olvidar la gasolina aportada por la banca y las hipotecas a la carta ni el invento de la Sareb, que se quedó activos con descuentos del 60% o más. Recupera comparativas entre aumentos del metro cuadrado y aumentos de salarios, el penoso mobbing inmobiliario, los minipisos que un día sonaron a amenaza; el desembarco de fondos extranjeros, buitres incluidos; la interpretación prudente de los síntomas de mejora, y la diferenciación entre los negocios patrimonialista y promotor, este último del todo condenado a profesionalizarse.