Propuesta 42 // No más ‘macrogranjas’ industriales
La ganadería intensiva supone problemas medioambientales y sociales: es una forma de crianza en la que los animales se crían con alimentos enriquecidos en espacios cercados, habitualmente con luz y temperaturas logradas de forma artificial, para acelerar la producción en el menor tiempo posible. Sus productos suelen ser más baratos porque el precio no internaliza los costes ambientales y sociales del proceso productivo.
La ganadería industrial es el sistema de producción ganadera que domina el sector cárnico, frente a la ganadería extensiva, que es más sostenible y favorable el desarrollo rural. En este último caso, se utilizan razas autóctonas, se procura la movilidad del ganado, se tiene en cuenta el bienestar del animal. También ayuda a controlar los incendios, a recuperar sendas y vallados, respeta los ecosistemas, regula la calidad del suelo y los ciclos del agua y se potencia la biodiversidad. El modelo intensivo requiere ingentes cantidades de recursos naturales como materiales, agua y energía. Junto con las emisiones de la ganadería industrial, hay que tener, además, en cuenta la huella ambiental que supone alimentar al ganado con soja y cereales de los piensos.
Por el bien de la seguridad alimentaria y de las comunidades locales, la organización de Naciones Unidas para la alimentación, la FAO, apoya la ganadería extensiva.
Para favorecer la ganadería extensiva, organizaciones como Greenpeace plantean crear un impuesto que grave el impacto ambiental que generan los purines y las emisiones difusas de metano de las instalaciones intensivas, salvo en el caso de las granjas con certificación ecológica.
Otro aspecto importante que señalar es el impacto ambiental de la industria cárnica. Según la Fundación Grain, las emisiones de las empresas cárnicas suman equivalentes o incluso superiores a las de las compañías energéticas y asegura que las 10 mayores del sector superan los gases de efecto invernadero de toda Alemania. En su último informe de evaluación al respecto, la FAO calcula que la ganadería produce el 14,5% de los gases de efecto invernadero totales (de entre las actividades humanas) en el mundo.
La ganadería intensiva, muy poco sostenible, domina la producción en el sector cárnico
En relación con ello, la reducción del consumo de carne se presenta como una vía individual para mejorar el planeta. Obviamente, dejar de comer carne un día o dos no cambia gran cosa. Otra cosa es que lo hiciera regularmente todo el mundo. En todo caso, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), comer carne más de tres veces por semana puede ser nocivo para la salud. En España, el consumo de carne viene menguando desde 2002, pero en el mundo la tendencia es la contraria, a medida que las economías menos desarrolladas aceleran su crecimiento (especialmente en Asia, África y América Latina), según el informe de Greenpeace La insostenible huella de la carne en España. Los tipos de carne más perjudiciales por el medio ambiente son la carne vacuna y la ovina. Pero simplemente dejar de comer carne no significa llevar una alimentación saludable si se cambia por alimentos procesados.
La Coordinadora Estatal Stop Ganadería Industrial denuncia que alimentarse de carne producida de forma intensiva provoca deforestación y especulación con la tierra cultivable, contaminación de aguas y la emisión de enormes cantidades de gases de efecto invernadero. Y criar ganado en tierras deforestadas produce 12 veces más emisiones contaminantes que hacerlo en pasturas naturale.