Accede sin límites desde 55 €/año

Suscríbete  o  Inicia sesión

Comprender el verdadero estado del mundo

Comparte

Fotografía
Getty images

Vaclav Smil es un veterano investigador y divulgador sobre cuestiones sociales y tecnológicas. En un reciente ensayo (Los números no mienten, Debate, 2021) recapitula sus aportaciones a lo largo de medio siglo con el objetivo declarado de “comprender el verdadero estado del mundo”. En mi lectura de su enciclopédico empeño selecciono aquí algunas, de entre las más de setenta cuestiones revisadas, que me parecen más sustantivas. Cuestiones que él agrupa en los epígrafes: personas, países, máquinas, energías, transporte, alimentos y medio ambiente.

Personas y países

De entrada, para medir la calidad de vida de las personas en cada país, Smil se inclina por evaluarla con la mortalidad infantil. Finlandia, Islandia o Eslovenia encabezan el ranking mundial y lo cierran Chad, Nigeria y Somalia. Concuerdo con tal propuesta pues coincide con un reciente trabajo de mi autoría en la que argumento que el desarrollo social y humano de un país debe ser evaluado sobre todo en relación a la situación de su infancia.

Estados Unidos según el nivel de riqueza está en 10ª posición a escala mundial, pero en mortalidad infantil se desploma hasta la 45ª. Sin embargo China (74ª en PIBpc), en mortalidad infantil está en 61ª (asciende trece posiciones). Luego la distancia en nivel de riqueza (PIB) que entre ambos es de 64 posiciones, en mortalidad infantil es ya solo de 16 posiciones, lo que nos indica que la calidad de vida relativa de China en relación a su nivel de riqueza, de acuerdo con Smil, es muy superior en este país. Algo que también se certifica si evaluamos los Estados Unidos respecto al conjunto de la Unión Europea.

Cierto es que la mejor mortalidad infantil evitada es la que no se llega a plantear por una natalidad no deseada. En ese sentido la reducción de la natalidad en los países más pobres del mundo (y con mayor mortalidad infantil) pasa necesariamente por una mejora educativa y del empleo de la población femenina.

Mientras tanto se produce esa transición las necesidades demográficas de unos países debieran encontrar acomodo en flujos migratorios legales y con derechos desde los países con alta fertilidad. Una transición que debiera redistribuir las oportunidades de empleo digno a lo largo del mundo.

Como bien se observa la calidad de vida o el desarrollo social nos llevan a ampliar el foco hacia aspectos educativos y sanitarios. Tanto para evitar la mortalidad infantil como para prolongar la esperanza de vida.

En este punto me llama la atención que Smil al tiempo que enfatiza como entre 1950-2000 ésta se ha elevado en los países ricos, no haga referencia a que su tendencia podría invertirse. Un síntoma: en Estados Unidos la esperanza de vida lleva estancada desde el año 2013.

 

Máquinas, energía, transportes y emisiones

Smil reivindica el papel central hasta hoy de la electricidad y los motores frente a los que se fascinan por innovaciones más recientes. También se desmarca de aquellos que practican “una genuflexión acrítica frente al altar de la innovación”.

Pero destaca el papel centralizador del motor diésel por medio de un gigantismo de transporte marítimo a escala global frente a las expectativas descentralizadoras de su autor Rudolf Diesel (1897) en aplicaciones a pequeña escala. Un ejemplo de manual de como una tecnología tomó la forma que le marcaron sus financiadores y desarrolladores industriales.

Otro ejemplo histórico de lo mismo será la utilización de la corriente alterna (Tesla) en combinación con grandes transformadores eléctricos. En ambos casos los financiadores (como George Westighouse) modelaron las redes para su centralización a grandes distancias (y grandes masas de clientes). Un modelo aún vigente, pues Smil refiere el reciente ejemplo de la Siemens en China que en 2018 entregó un transformador para una red de alta tensión de 3.300 km. de longitud.

Pero no pone en primer plano el papel crítico que supone está concentración y gigantismo para una transición energética y, mucho menos, para cuestionar las demandas de energía que supone. Quizás el ejemplo más dramático de esta doble miopía lo encontramos en sus reflexiones sobre la imposibilidad de sustituir el diésel por la electricidad en el transporte marítimo pesado que sustenta la globalización.

Pero también cuando se implica en un debate sobre las posibilidades de instalar gigantescos aerogeneradores. Y no menos cuando no se plantea las razones de fondo de que una energía (la solar) que pasó entre 1970-2020 de 80 dólares/vatio a 0,10 dólares/vatio no ha conseguido superar el 10% de la generación de electricidad a escala mundial.

En todos los casos (portacontenedores, super molinos, solar) el control de la escala y la dimensión (de la producción y el consumo) por un sistema energético fósil-atómico (Scheer, 2011) que paraliza unas tecnologías (solar, baterías) y acelera otras (mini nuclear) sin plantearse un cambio en el modelo de consumo y producción de los países ricos.

 

No veo mejor forma de visualizarlo que contraponer las actuales emisiones de CO2 de China y Estados Unidos. En la actualidad China, que quintuplica la población de EE.UU, no llega a duplicar sus emisiones totales. Pero de converger con el modelo norteamericano de consumo energético, y sus emisiones derivadas, China pasaría a cuadriplicar las emisiones totales de Estados Unidos. Baste decir que, con ese volumen de emisiones de CO2, China alcanzaría ella sola el 66 % de las emisiones mundiales actuales. A escala mundial esta senda de consumo supondría cuadriplicar las emisiones de CO2 con un impacto climático inimaginable.

Sin embargo es éste un supuesto implícito para todos los que razonamos sobre las dificultades insalvables de una transición energética, sin un cambio del modelo de consumo y el diseño de las redes de suministro (por ejemplo el actual tráfico marítimo de portacontenedores, el aéreo y el automóvil privado).

 

Conclusión final

Nuestro autor es mucho más rotundo cuando aborda los problemas de insostenibilidad de la alimentación (nitrógeno, agua, petróleo) que los de la energía. Aunque ambos están relacionados. Consciente en este caso de las enormes asimetrías en el desperdicio de alimentos a escala mundial, concluye: “los países ricos necesitan producir considerablemente menos comida y consumirla con mucho menos desperdicio”.