El 'Índice Slim' de satisfacción económica
En su ensayo Los países emergentes (Aguilar, 2013), el estratega de Morgan Stanley para este tipo de economías, Ruchir Sharma, afirmaba que “cada nación emergente suele tener sus grandes magnates, pero en el caso de México, la economía es propiedad de ellos”, y ahondaba: “10 empresas familiares controlan casi todas las industrias en México, desde la de telefonía hasta los medios de comunicación, lo que les permite extraer altos precios, sin mucho esfuerzo”. México es, por ejemplo, el quinto país con tarifas de telefonía móvil más caras de toda la OCDE.
En ningún otro sitio como en México está tan justificada la confusión que sintió el hijo del entonces dictador nicaragüense Anastasio Somoza al comenzar su instrucción en West Point:
-¿Es usted de Nicaragua?
-No, Nicaragua es de mi papá.
Por eso no debe resultar tan sorprendente que la principal revista de negocios del país, ExpansiónCNN, y uno de los diarios económicos más importantes, El Economista, incluyan siempre en sus primeras páginas una sección llamada Pulso Slim e Índice Slim, donde glosan con gráficos y fechas la evolución de la riqueza (patrimonial y de cartera) del segundo hombre más rico del mundo según el último informe de la revista Forbes, con un patrimonio estimado de, bah, 72 mil millones de dólares.
En un paradigma económico global dominado por los datos macro sin matiz y las trampas estadísticas del PIB per cápita, esta elección tiene pleno sentido. Porque, si la economía es en esencia suya y de 9 más, controlando su pulso se conoce la salud económica del país. Qué fácil, con lo caros que son los institutos de estadísticas, que además están llenos de funcionarios que sólo defienden sus privilegios y no son competitivos.
Pero el magnate no está para bromas, y según el último Pulso Slim su fortuna ha bajado hasta los 65.636 mil millones de dólares. ¿La razón? Aunque sus participaciones en la holandesa de telecomunicación KPN y su filial de servicios industriales Carso aguantan el tipo e incluso se revalorizan, su joya de la corona, América Móvil, bajó un 7,8% de enero a febrero, mientras que su grupo financiero Inbursa se dejaba un 0,8% en el mismo periodo. La culpa de todo ello, según se encargan dichas empresas de dar a conocer en anuncios en los principales diarios del país, no es de su gestión, sino de la pérfida política intervencionista del nuevo gobierno de Enrique Peña Nieto.
¿De veras? Algo de verdad hay en esta queja. El nuevo presidente ha emprendido con brío una agenda reformista y liberalizadora que quedó dibujada en el Pacto por México que las tres principales fuerzas del país (PRI, PAN y PRD) firmaron en diciembre de 2012 con objeto de sacar adelante nuevas leyes sobre energía , fiscalidad y telecomunicaciones. En cuanto a telecomunicaciones, las leyes secundarias que debían desarrollar dichos principios han castigado con severidad a América Móvil en las últimas semanas. La obligación legal de que compartan su infraestructura con los demás operadores para favorecer la entrada de nuevos agentes en el mercado, no ha sentado nada bien a Slim, quien ha acusado al presidente de premiar la vagancia de sus competidores, de desincentivar la inversión.
El problema no es de falta de razón técnico-económica, o no sólo. Porque Slim y sus ejecutivos parecen olvidar la máxima de que donde las dan, las toman. Su multimillonario grupo nace gracias a las privatizaciones opacas que el Gobierno neoliberal de Carlos Salinas de Gortari (1988-1995, padre político del actual equipo de Gobierno) emprendió con objeto de crear campeones nacionales capaces de competir en el mundo, pero que crearon monopolios dolosos en el mercado interno. Fueron, grosso modo, fortunas a dedo del poder político a costa de saldar las empresas públicas mexicanas. Siendo así, la legitimidad de la queja es dudosa en unos ejecutivos que descubren a estas alturas lo pulcros y legalistas que son frente a un poder político que parece caer en la cuenta del exceso que cometió en sus decisiones anteriores.
Pero no se queden con eso. Lo que hay que reclamar es un índice para España similar. En una economía donde nuestros gobernantes dicen que “hemos cruzado el cabo de Hornos” con un 25% de parados, donde “solo desde el sectarismo se niega que hay una recuperación evidente”, donde la precariedad no deja de aumentar hasta el escándalo (“el empleo que se crea es una mierda, ¡pero se crea empleo!”, exclamó sin sonrojo el periodista de ABC Ramón Pérez Maura hace unos días) y en la que incluso el aceite de oliva de Jaén lo van a etiquetar los italianos, se ve que las buenas noticias sólo pueden provenir del índice de concentración de riqueza y patrimonio de nuestros campeones nacionales.
Por eso, revistas de economía, de negocios, suplementos, analistas: no nos endilguéis estadísticas públicas que ya no tiene en cuenta nadie al hacer el diagnóstico de la realidad que luego nos van a vender. Acudid a las fuentes primigenias e importantes y dadnos nuestro Pulso Botín, nuestro Muestreo Roig, nuestro Balance Villar-Mir.
¡Menos Cáritas y más Koplowitz!