Estrategia // Economía solidaria de supervivencia
La ESS debe impulsar la transición ecosocial, pero también prepararse para resistir un eventual colapso.
La economía social y solidaria (ESS) siempre ha anhelado un nuevo sistema económico, del que ella misma sería una avanzadilla, sin perfilarlo ni pensar cómo realizarlo. Necesita, pues, concretar mejor dicho deseo transformador, convertirlo en un propósito firme y elaborar una estrategia para ello.
Pero, en plena emergencia climática, cualquier estrategia transformadora debe enmarcarse en resolver los grandes retos que tiene la humanidad para los próximos veinte o treinta años, que son erradicar la pobreza y reducir la desigualdad, así como detener la crisis ecológica y reinsertar la economía en los límites biofísicos de la Tierra. Nuestra supervivencia como especie está en juego.
El proceso para superar estos retos titánicos podemos denominarlo transición ecosocial, un tipo de transformación que requerirá a los países del Norte global reestructurar su sistema económico de suerte que exija muchos menos materiales y energía (renovable) y redistribuya mucho mejor la riqueza entre las clases, los géneros y entre Norte y Sur.
La transición ecosocial intentaría embridar al capitalismo desbocado regulándolo en beneficio de las mayorías. Pero la renuncia de las élites a una parte del poder y la riqueza solo se antoja posible si esas mayorías se movilizan masiva y sostenidamente y toman el control de los gobiernos y del Estado. Estas mayorías, al mismo tiempo, deberán cambiarse a sí mismas: abandonar el consumismo para encontrar gratificación en bienes inmateriales y relacionales. Como es fácil imaginar, cambiar el sistema y cambiarnos como personas, y encima en el poco tiempo de que disponemos para evitar el colapso de nuestra civilización industrial, resulta muy complicado.
Por ello, lo más acertado sería trabajar por dos objetivos a la vez: por un objetivo máximo —la transición ecosocial— y por un objetivo mínimo: prepararnos para el colapso creando comunidades locales el máximo de autosuficientes, autogobernadas y solidarias, desde donde las nuevas generaciones puedan, en un futuro, reorganizar la sociedad sobre bases justas y sostenibles, si al final no pudiéramos evitar una nueva edad oscura.
La ESS podría traducir estos dos objetivos en la siguiente máxima estratégica: impulsemos la transición ecosocial, pero de tal modo que, si sobreviene el colapso, tengamos posibilidades de resistirlo gracias, en parte, a la ESS.
Límites y posibilidades
Las principales contribuciones de la ESS a ambos objetivos no provendrán de su fuerza cuantitativa, poca, sino de su influencia cultural, así como de sus capacidades para replicarse fácilmente y generar comunidades, en un previsible contexto de crisis socioecológica aguda.
Por consiguiente, cualquier estrategia de ESS debería atribuir mucha importancia a potenciar la diversidad geográfica, sectorial y social de sus iniciativas; a la intercooperación para generar mercado social y bienes comunes; a la escala local, que favorece la acción colectiva y es clave para relocalizar la economía; a la comunicación para esparcir al máximo la ESS, y a las alianzas con los otros movimientos emancipadores y demás agentes económicos confrontados también con las grandes corporaciones (sindicatos, sector público, microempresas mercantiles, autónomos socialmente responsables, etc.).
La contribución de la ESS al cambio provendrá de su influencia cultural
Es preciso acentuar la capilaridad de las iniciativas más que su cantidad
Todo ello sugiere que la ESS ponga más el acento en la capilaridad y variedad de sus iniciativas que en su concentración y cantidad, en los trabajos reproductivos que en la productivos, en la dimensión comunitaria que en la socioempresarial, en la planificación democrática y la reciprocidad que en el mercado, en la escala local que en la global.
Cinco objetivos
Termino sintetizando cinco objetivos estratégicos para esta ESS de supervivencia.
El primero sería multiplicar sus iniciativas en actividades esenciales, promoviendo modelos sostenibles (vehículos eléctricos compartidos, cooperativas de vivienda con servicios colectivos, etc.), que luego los Estados puedan extender e incluso legislar para convertirlos en el estándar del sector.
El segundo, disponer de entidades referentes que, en una situación de colapso, pudieran ser replicables por la propia población no solo en cada actividad esencial para la supervivencia, sino también en cada localidad y sector de las clases populares, sobre todo entre las personas migradas, la clase trabajadora poco cualificada, el personal técnico y la gente joven, unos sectores infrarrepresentados en la ESS.
El tercero sería dotar de autonomía material a los movimientos emancipadores. Además de seguir proporcionando ingresos y estabilidad a las personas activistas que trabajan en ella, como ya sucede ahora, se trataría de apoyar su actividad con parte de sus excedentes.
Una mujer compra en el puesto de la asociación Som del Barri en la Feria de Consumo Responsable y de Economía Social y Solidaria. Foto: Paula Jaume
El cuarto sería propagar una nueva forma de vida más frugal, intensificando su práctica desde las propias entidades de ESS. Por ejemplo, ¿por qué no trasladar la idea de ciudad en transición a las entidades de ESS y constituirse en comunidades cooperativas en transición, modificando hábitos insostenibles y reduciendo el consumo tanto de la entidad como de sus miembros, mediante compromisos compartidos y recursos de apoyo?
Y el quinto objetivo sería crear comunidad y comunidades, promoviendo las iniciativas comunitarias de ESS (huertos comunitarios, redes de apoyo mutuo, bibliotecas de herramientas y de cosas, bancos de tiempo, etc.); impulsando la gestión comunitaria (equipamientos públicos, tierras y naves en desuso...); democratizando los servicios públicos mediante la participación de las personas usuarias y de las trabajadoras, y creando bienes comunes y revitalizando los ya existentes.
Todas estas acciones de economía social y solidaria deberían contribuir con el tiempo a hacer de nuestros municipios y comarcas territorios cada vez más autogobernados y autosuficientes, es decir, capaces de resolver sus necesidades básicas mediante lo que podríamos llamar economía popular solidaria, una economía integrada en mercados sociales locales e inspirada en los valores de la ESS, pero formada no solo por iniciativas de ESS, sino también por unidades de producción individual y familiar, microempresas mercantiles, actividades de autoproducción, etc.
Quizás logremos colectivamente llevar a cabo la transición ecosocial, pero si al final el colapso nos atrapa, al menos que hayamos convertido la ESS en una constelación de luciérnagas que señalan caminos de esperanza en medio de la oscuridad.