Mis manos, mi capital
“Qué bonito esto que haces… ¿Ah, pero cobras por hacerlo?“. Esta última expresión es alguna de las perlas con las que he tenido que lidiar en los últimos años en los que he intentado ganarme la vida como intérprete de lengua de signos. Me la dicen, sobre todo, desde que empezó la crisis (últimamente incluso me espetan: “¿Podrías venir a interpretar… pero sin cobrar?”).
Ya se sabe, ofrecer esta interpretación en un acto determinado da buena imagen, y cualquier entidad que se precie quiere darla, pero a cambio de nada. La cara de tu interlocutor cambia por completo cuando dices que por supuesto que cobras, que para esto te has
formado, has invertido tiempo, dinero, esfuerzos…
Luego también están los que encuentran que las tarifas son excesivas (¿¡!?) por hacer algo
que suponen que llevas a cabo por caridad, o por voluntarismo, o por una eufemística vocación. Claro, los que nos dedicamos a trabajar en el sector social somos tan puros y bondadosos que algunos deben de pensar que podemos vivir del aire. Incluso nos gusta tanto lo que hacemos y somos tan altruistas que hasta nos permitimos el lujo de pagar por trabajar.
Sí, actualmente, con recortes descaradísimos en el sector, bajada de tarifas, impagos, demoras, desplazamientos, adelanto del IVA (que en muchos casos ni siquiera será posible recuperarlo)… aunque parezca mentira, finalmente las cuentas salen a pagar.
Lo peor de todo ello es que sospecho que en los tiempos que corren la precariedad (¿o
debería decir “la esclavitud”?) tiene el campo abonado para avanzar en el sector de los trabajos
sociales.
Efectivamente, se trata de trabajos muy bonitos, pero que necesitan recuperar la dignidad que merecen. Dignidad para los usuarios y, sí, también para los profesionales. Por pura coherencia, y no a pesar de la crisis, sino precisamente debido a la crisis.