Ahora toca vigilar de cerca el virus
El camino hacia la nueva normalidad anunciada debe andarse de la mano de una estricta vigilancia del coronavirus mediante muchos test para detectar nuevos enfermos y el rastreo de sus contactos cada vez que se localiza un infectado. Todo ello para aislar los posibles contagiados mientras el resto de la población mantiene su derecho a moverse. Para hacer ese trabajo se habrá de contratar en España con rapidez a 10.000 o 20.000 personas. Sorprende que los responsables de los diferentes niveles de la sanidad apenas hablen de un tema tan importante para controlar la epidemia.
Cuando el coronavirus galopaba por cualquier esquina tocó sacar el hacha para frenar su expansión. Han sido siete semanas de hachazos en forma de millones de confinamientos que redujeron de manera drástica las posibilidades del virus de saltar de humano a humano, pero que han provocado la mayor recesión económica en un siglo. Así que, una vez reducida la voracidad del patógeno a un nivel gestionable, toca ahora guardar el hacha y sacar el bisturí para mantenerlo a raya y recuperar al mismo tiempo la actividad. Se ha de seguir impidiendo que el virus salte de humano a humano, pero no encerrándonos todos sino aislando solo a aquellos que enfermen y, sobre todo, a los que, sin saberlo, puedan contagiar. El bisturí se llama vigilancia de la epidemia y tiene dos filos: testar y rastrear.
Empecemos por los test. Aunque se haya hablado mucho de test masivos, lo cierto es que hasta ahora se han hecho únicamente a los enfermos que iban a ser hospitalizados, al personal sanitario, a los ancianos de las residencias y sus cuidadores y, en menor medida, a funcionarios de los servicios esenciales. Solo con eso, como que la epidemia ha pegado aquí tan fuerte, España es uno de los países que más pruebas ha efectuado en relación con el número de habitantes. Pero a partir de ahora no se podrá seguir con esos mismos criterios si se pretende mantener la epidemia bajo control al tiempo que la población retoma sus actividades.
El dato importante no es ya la cantidad de pruebas que se hagan, sino cuántos positivos se detectan por cada cien pruebas. Y aunque intuitivamente pudiera parecer lo contrario, cuantos menos se detecten, mejor. Hasta ahora, en España se han confirmado 16 casos de coronavirus por cada 100 test efectuados, mientras que en Alemania se han confirmado 6 y en Corea del Sur, 2. ¿Cómo es eso? ¿Los alemanes y los coreanos son unos manirrotos que malgastan sus test? Obviamente, no. Lo que sucede es que tienen la epidemia mejor controlada y efectúan las pruebas no solo a los que se presentan con 38º de fiebre y sin resuello, sino también a muchas más personas relacionadas con los enfermos, buena parte de ellos sin ningún síntoma. Esto es así porque, sobre todo en Corea, las autoridades sanitarias no esperan a que la gente con síntomas se presente en el hospital, sino que busca el virus antes de que dé la cara. Por eso hacen tantas pruebas aparentemente inútiles y por eso han conseguido hasta ahora mantener la actividad económica prácticamente intacta.
La gran capacidad que ha alcanzado España para hacer test no debería, por tanto, abandonarse una vez aplanada la curva. Es prudente seguir haciendo tantas o más pruebas, pero los criterios a seguir para efectuarlas deben ser muy diferentes y corresponderse a la nueva fase que está comenzando y al conocimiento sobre la transmisión del virus que se ha ido acumulando. Para que se entiendan esos nuevos criterios es muy importante detenerse un momento en el gráfico que figura bajo estas líneas. Aunque al principio de la pandemia se daba por hecho que el virus lo contagiaban en su práctica totalidad los enfermos con síntomas, ahora se sabe que en torno a la mitad de los contagios los causan personas sin síntomas, tanto presintomáticos como asintomáticos.
En consecuencia, se ha de detectar el virus antes de que dé la cara, lo que obliga más que nunca a ir a buscarlo con la máxima celeridad antes de que salte a otro humano y lo contagie. A la estrategia clásica de los epidemiólogos: testar, rastrear (las dos caras del bisturí) y aislar, se suma un cuarto verbo: correr. Se ha de hacer todo con prisa porque los infectados pueden estar contagiando porque no saben que llevan dentro el virus.
El proceso de testar, rastrear los contactos y aislar es fácil de entender, pero no es tan sencillo de ejecutar. Hasta ahora, a los enfermos leves se les ha diagnosticado por teléfono y se les ha pedido que se aíslen en una habitación con un baño. Nada más. La avalancha de casos ha sido tal que ni a esos enfermos leves ni a los familiares que conviven con ellos se les ha hecho pruebas. Esto debería ahora cambiar. Para evitar nuevos brotes es necesario que ante cualquier test que de positivo al virus, se determine cuanto antes las personas que han tenido contacto con el enfermo en los días anteriores, que serán más o menos en función de su actividad. Todas ellas deben ser alertadas para que se aíslen las dos semanas de rigor y en cada caso se debe valorar la oportunidad de hacerles un test. Si alguno de esos contactos da positivo, se deberá lógicamente volver de nuevo al rastreo de contactos y su aislamiento.
La mayor parte de los países que están saliendo de confinamientos están empezando a contratar a miles de personas para ayudar a los servicios de salud pública a rastrear contactos. Las autoridades sanitarias del Gobierno y de las comunidades autónomas están de momento hablando muy poco del tema, a pesar de que el rastreo de casos va a ser algo imprescindible para transitar por la denominada nueva normalidad. Contratar 10.000, 20.000 o más personas durante meses va a ser un gasto importante, pero parece una magnífica inversión si con ello se evitan rebrotes de la epidemia que se lleven por delante unos cuantos puntos del PIB.
Para ayudar a los rastreadores habrá pronto medios digitales que pemitan determinar mejor quiénes son los contactos de la persona infectada, pero no parece prudente confiarlo todo a la tecnología.