31 — EL DÍA DE LOS FULLEROS // Día 12
Entramos en una semana de gran incertidumbre. Hasta hoy el confinamiento parece haber dado frutos: se ha frenado el ritmo de crecimiento de casos y se ha evitado la saturación de las UCI. Era lo que más preocupaba: que una súbita concentración de casos provocara el desmoronamiento de todo el sistema sanitario.
La nueva incertidumbre proviene de la reapertura de una parte de la actividad económica, la vuelta al trabajo de mucha gente y el temor a un rebrote.
Y ante esta situación se genera una agria polémica política en la que todo el mundo esconde información (o su ignorancia) y eleva una apuesta que espera ganadora.
El Gobierno opta por la reapertura, seguramente presionado por los empresarios, por la propia ala neoliberal del Gobierno y por alguno de sus aliados, como el PNV. Seguramente, espera que el impacto en salud sea moderado por una cuestión demográfica. El virus se ceba en gente mayor y con mala salud. Cuenta también el miedo a los efectos económicos de la cuarentena prolongada. Es una apuesta peligrosa porque si sale mal puede acarrear no solo una segunda oleada, sino también el descrédito de la izquierda.
Por eso la derecha apuesta tan fuerte a pregonar el desastre. Algunos, como Torra, llevan tiempo haciéndolo. Son un reloj parado. Lo malo es que los relojes parados aciertan una vez cada 12 horas. Ni Torra ni el PP tienen ninguna credibilidad, herederos de los que hicieron los recortes y con una gestión desastrosa. Reclamar el empleo y la bajada de impuestos (como ha hecho Casado) y criticar la vuelta a la actividad es incoherente. Lo peligroso es que si la cosa sale mal su demagogia les puede servir no solo para tapar sus responsabilidades y su mal hacer, sino también para imponer una nueva situación política que convierta la barbarie en endémica.
Están jugando una partida de póquer y, de momento, solo podemos hacer de mirones.