45 — POLÍTICOS // Día 27
Estos días vuelve a ser habitual despotricar de los políticos, sugiriendo que su sueldo es un gasto inútil que podría utilizarse para otros fines. Está bastante extendida la idea de que es un colectivo donde abundan los corruptos, los vagos y los farsantes. Quien así opina de buena fe piensa que todo sería más fácil con un Gobierno de técnicos y científicos.
Entre los políticos hay de todo. Mi experiencia laboral en una empresa y en la universidad me lleva a pensar que es lo mismo que te puedes encontrar en cualquier parte. Con dos diferencias: los políticos están más expuestos y de ellos esperamos que sirvan al bien público, con lo que tenemos razón en criticarles cuando no lo hacen. Pero no actuamos igual con gente de otros ámbitos que también falla. Solo en la crisis de las hipotecas y las preferentes mucha gente cayó en la cuenta de que aquel amable empleado bancario era alguien que quizás le había timado.
Si algo nos ha mostrado la crisis es la importancia de un buen servicio público para cuidar de nuestra salud, protegernos en casos de catástrofe económica, facilitar que todo funcione cuando parte del país tiene que parar, evitar que los especuladores hagan su agosto... Y para ello hace falta una organización pública al frente de la cual habrá alguien con funciones políticas. Pretender que los técnicos y los científicos bastarían supone ignorar que también estos tienen sus limitaciones, sus sesgos ideológicos y las mismas vanidades que los políticos.
Al menos a los políticos los podemos criticar y dejar de votar (y esto muchas veces les lleva a limitar el nivel de sus tropelías). No trato de defender a cualquier político. La crítica es necesaria y también que la política introduzca mecanismos de participación y reflexión, rendición de cuentas y evaluación. Pero las sociedades son demasiado complejas para pensar que sería mejor dejarlo todo en manos de tecnócratas. Algunas de las mayores atrocidades se han producido en situaciones en las que la política ha sido sustituida por la tecnocracia. Los que promueven esta crítica más que evocar una utopía anarquista con lo que sueñan es con pulirse toda participación democrática.