América Latina se derechiza
Fin de ciclo: Las analistas hablan de un cambio de época, con Mauricio Macri en el poder y Dilma Rousseff y Nicolás Maduro en plena crisis.
La llegada a la Casa Rosada del conservador Mauricio Macri, hasta ahora jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires, cayó como un jarro de agua fría entre los partidarios de los diferentes gobiernos que, bajo el rótulo genérico de “progresistas”, mantuvieron el poder en varios países latinoamericanos desde comienzos de la década pasada: Luiz Inácio Lula da Silva y su sucesora, Dilma Rousseff, en Brasil; Néstor y Cristina Kirchner en Argentina; Evo Morales en Bolivia; Hugo Chávez y Nicolás Maduro en Bolivia, y Rafael Correa en Ecuador, entre otros. Los tres últimos se definieron como “bolivarianos” o “socialismo del siglo XXI”; todos ellos surgían de la oposición social al neoliberalismo que campó a sus anchas en la región en los años noventa, y apostaron por un modelo de redistribución de la renta que incluyó en la sociedad de consumo a amplias capas de la sociedad. Plantearon, además, la necesidad de una integración regional que, a través de organismos como, por ejemplo, Unasur (Unión de Naciones Suramericanas), Celac (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños) y Mercosur, trataba de apartarse de la égida de Estados Unidos.
AGOTAMIENTO
Hoy, cada vez se habla más del fin del ciclo “progresista” en América del Sur, o del agotamiento de un modelo que logró incuestionables mejoras en las condiciones de vida de las capas populares, pero rehusó realizar transformaciones en el modelo económico. El kirchnerismo, incapaz de generar un candidato con opciones de triunfo, cayó en las elecciones de noviembre ante Macri; Rousseff lucha contra las voces que, desde la derecha mediática, piden un impeachment contra ella por supuestas irregularidades contables; el chavismo en Venezuela pierde fuelle desde la muerte de Chávez. En paralelo, surge una nueva derecha, que se ha apropiado de una parte del discurso del progresismo, como la inclusión social o la recuperación del papel del Estado en la economía, frente a una doctrina neoliberal ampliamente desacreditada en el continente tras los desastrosos impactos que dejó en el continente. Macri, líder de la coalición PRO, es el mejor ejemplo: esta formación combina un moderno marketing, la retórica del oenegismo y los valores empresariales con el discurso de la inclusión social.
El triunfo de Macri desalienta a los gobiernos de izquierdas
La nueva derecha se apropia de un discurso propio de las ONG
Mientras los progresismos se desinflaban, se fortalecía el otro bloque político de la región: una Alianza del Pacífico que cuenta con el firme apoyo de Bogotá y México DF a un Washington que nunca dejó de considerar la región como su patio trasero. Macri no dejó dudas de su alineamiento internacional cuando pidió la expulsión de Caracas del Mercosur, aplicando la llamada “cláusula democrática” y argumentando que existen presos políticos en Venezuela. Brasilia no tardó en reaccionar y defendió al Gobierno de Maduro. Pero, sea como fuere, la difícil situación económica y su reciente derrota en las elecciones legislativas no anuncian nada bueno para el chavismo con vistas a los comicios presidenciales del próximo año.
NEODESARROLLISMO
¿Qué ha pasado? Las opiniones divergen. Algunos creen que los autodenominados “gobiernos progresistas” se han visto perjudicados por la embestida de las oligarquías nacionales, que en América del Sur ejercen una poderosa influencia sobre los medios de comunicación. Otros opinan que estos gobiernos no supieron o no quisieron realizar las reformas estructurales necesarias para salir de un modelo extractivista que condena al continente, hoy como hace cinco siglos, al rol subalterno de exportador de materias primas. “Son gobiernos neodesarrollistas: no creo que sean de izquierda”, resume el economista ecuatoriano Carlos Larrea.
Ese papel funcionó para los Estados progresistas mientras se mantuvo, sobre todo en la segunda mitad de los años 2000, un precio al alza de las materias primas o commodities; pero en los últimos tiempos ha caído el precio del petróleo, la soja y otras exportaciones de las que dependen estos países. Así lo explica Guilherme Boulos, dirigente del Movimiento de los Trabajadores Sin Techo (MTST) y figura ascendente de la izquierda en Brasil: “Mientras acompañó el ciclo económico, los gobiernos de Lula y Dilma lograron mejorar la situación de las capas más desfavorecidas de la sociedad sin tocar los intereses de las oligarquías. Pero ahora ha llegado el momento de definirse”. Para los movimientos sociales, no cabe duda de que Rousseff escogió ponerse del lado de los poderosos: en 2014, después de ser reelegida gracias al apoyo de esos mismos movimientos sociales, acosada por un Congreso corrupto y dividido, nombró como ministro de Hacienda al neoliberal Joaquim Levy —quien renunció el pasado mes de diciembre, después de realizar políticas de ajuste en el país—, y como ministra de Agricultura a Katia Abreu, portavoz de los intereses del negocio agrario terrateniente. Por eso, argumenta Boulos: “Si este Gobierno quiere que lo defiendan en la calle, nos tiene que dar razones para hacerlo”.
EL DILEMA ECUATORIANO
No es menos tensa la situación en Ecuador, donde, con una economía dolarizada, la apreciación de la moneda estadounidense ha implicado pérdida de competitividad e inflación. Mientras todos los países de la región devalúan, Ecuador no tiene otra salida que profundizar el modelo extractivista para compensar sus problemas macroeconómicos con el ingreso de las divisas que proporciona la exportación de petróleo, la caña de azúcar o la palma aceitera.
Hacienda y Agricultura ya están ocupados por neoliberales en Brasil
Los movimientos sociales acusan a los gobiernos de seguir el extractivismo
La Alianza del Pacífico gana fuerza y apuesta por la liberalización
“Sabíamos que estos gobiernos no durarían para siempre, pero no sabíamos que durarían tan poco”, señala Magdalena León, economista feminista y partícipe de la Fundación de Estudios, Acción y Participación Social (Fedaeps) en Ecuador. En su opinión, “el Gobierno de Correa debió emprender reformas estructurales que impulsaran otro tipo de desarrollo cuando la coyuntura económica era propicia”; “pero”, prosigue León, “es un error de las izquierdas alinearse junto a un anti-correísmo que alimenta la derecha más rancia del país”.
Muy diferente es la opinión del economista Alberto Acosta, que fue ministro de Energía y Minas y presidente de la Asamblea Constituyente en la primera etapa de la Alianza PAIS de Correa y rompió con el Gobierno, decepcionado por el rumbo que tomaba el correísmo. Acosta sostiene que la llamada “Revolución ciudadana” de Correa no es sino un “proyecto de modernización del capitalismo” que ha profundizado un violento modelo extractivo, y que ha tomado tintes cada vez más autoritarios. La Conaie, la confederación de organizaciones indígenas que apoyó a Correa en sus orígenes, ha denunciado la reforma constitucional que, entre otras cosas, atribuye a las Fuerzas Armadas la función de “seguridad integral del Estado”.
El Gobierno de Evo Morales en Bolivia se enfrenta a contradicciones parecidas, aunque sigue contando con un apoyo social más sólido. Tal vez Morales, que cuenta además con la legitimidad que le confiere su condición de indígena cocalero, fuese hoy el líder latinoamericano más adecuado para impulsar esa vieja idea de la Patria Grande latinoamericana que hoy parece quedarse huérfana; pero es difícil pensar que pueda acometer semejante reto el dirigente de uno de los países más empobrecidos del continente.
En medio de esta difícil coyuntura, la llegada al poder de Mauricio Macri previsiblemente dará fuerza a la Alianza del Pacífico y a los gobiernos que están apostando por los Tratados de Libre Comercio con Estados Unidos y la Unión Europea, pero no será sin resistencias.