Accede sin límites desde 55 €/año

Suscríbete  o  Inicia sesión

Argelia busca un nuevo modelo

Comparte
Pertenece a la revista
Octubre 2017 / 51

Desde Argel

El descenso de los precios del crudo obliga al Gobierno a adoptar reformas para reducir la dependencia de las exportaciones.

El presidente Abdelaziz Bouteflika recibe a la directora del FMI, Christine Lagarde, en Argel. FOTO: FMI

Asomados al cabo de Hamdania, antiguo refugio de los piratas de la Berbería, un ejército de obreros chinos se afana a diario lejos, muy lejos, de su tierra. Un hormigueo incesante de hombres con casco sucio y rostro extenuado que se sucede de sol a sol, en largas y reguladas jornadas que no conocen descanso. Explotados por dos de las principales compañías estatales del gigante asiático —China State Construction Corporation (CSCC) y China Harbour Engineering Company (CHEC)—, construyen el que en un futuro cercano será uno de los mayores puertos de aguas profundas del Mediterráneo. Capaz, según sus patronos argelinos, de competir e incluso superar radas comerciales similares en ciudades vecinas como Valencia, Barcelona, Algeciras, Goiga Tauro e incluso Sines, en la costa portuguesa. 

Según los planes previstos, la primera fase de la moderna ensenada comenzará a funcionar en 2021 y será gestionada por otra empresa china, Shanghai Ports. En 2024, cuando los trabajos concluyan, lucirá 23 muelles para grandes buques y una zona logística de más de 2.000 hectáreas. El crédito de 3.600 millones de euros concedido por Pekín para su construcción incluye una autopista de acceso que debe conectar el puerto con otra de las grandes infraestructuras que se ejecutan en el país: el eje transmediterráneo, una lengua de asfalto de más de 1.200 kilómetros de longitud que cruzará todo el norte de Argelia y conectará las fronteras con Túnez y Marruecos. 

No son los únicos megaproyectos en marcha. Al este de la capital, otra legión de peones e ingenieros chinos levanta la nueva terminal del aeropuerto de Argel, una obra calculada en 750 millones de dólares y que tiene como objetivo convertir el aeródromo argelino en el nudo de conexión más importante de África. Cuando en 2018 sea inaugurado, pasarán por él 11 millones de pasajeros al año, disfrutará de 120 puertas de embarque y será la base de operaciones de la aerolínea de bandera, Air Algerie, que abrirá seis nuevas rutas en el continente y se dotará con 40 nuevos aparatos. Aquellos que despeguen en la costa norteafricana podrán observar desde el aire el tercer gran ensueño de un país con acusada escasez de escuelas, parques, hospitales y otros servicios públicos: el minarete de la nueva Gran Mezquita de Argel, que será el más alto del mundo. Con un coste superior a 1.000 millones de euros, tendrá espacio para el rezo de miles de personas y prevé incluir una de las mejores bibliotecas islámicas del mundo.

 

ADIÓS A LA BONANZA

Además del sello chino, los tres grandes proyectos nacionales comparten una característica común.  Fueron diseñados y programados en los últimos quince años, la época más boyante de la economía argelina. Lograda la paz tras una década de cruenta guerra civil (1992-2002) —en la que murieron más de 300.000 personas y millares quedaron desaparecidas—, su bruñidor, el todavía presidente Abdelaziz Bouteflika, emprendió la reconstrucción económica sobre la base de un peculiar sistema petrosocialista, similar la implantado por Hugo Chaves en Venezuela, que se sostenía en dos pilares viciados: la producción extensiva y monopólica de petróleo y gas, materias que se suponían infinitas, y la creación de una estructura social paternalista, cimentada en la concesión de subsidios estatales a los productos básicos, las importaciones, el crédito blando y el empleo público.

Apenas una década después, el abrupto descenso de los precios del crudo experimentado en 2014 ha evidenciado las taras de una frágil economía rentista agarrada únicamente a la venta de hidrocarburos (el petróleo y el gas suponen el 94% de las exportaciones y el 60% de los ingresos del Estado), sin apenas industria, dominada por una casta militar que gasta miles de millones de euros en armamento y en la que han florecido la corrupción yel mercado negro. La economía sumergida equivale al 45% de la riqueza nacional. 

Si la burbuja no ha estallado hasta la fecha ha sido gracias a la visión del presidente Bouteflika. Consciente de la crisis que en la década de los ochenta del siglo XX condujo al auge del islam político y al estallido final de la guerra fratricida, el mandatario adoptó dos decisiones cruciales para la supervivencia del actual régimen: primero, canceló la deuda externa y prohibió el recurso al préstamo internacional, escaldado de la experiencia negativa del programa de austeridad impuesto por el Fondo Monetario Internacional (FMI). Después, ordenó la creación de un fondo estatal de divisas que en quince años acumuló alrededor de 190.000 millones de dólares y que sirvió, entre otras cosas, para evitar que el país también se viera zarandeado, como sus vecinos, por las ahora asfixiadas primaveras árabes

En apenas tres años, sin embargo, el Gobierno argelino ha gastado la mitad de ese fondo en preservar un sistema que parece agotado. Además, se ha visto obligado a aplicar medidas impopulares, como el recorte de los subsidios —en especial a la gasolina, que era una de las más baratas del mundo, y a otros productos básicos, incluida la vivienda—. “La crisis del petróleo ha sido mucho más dura que las primaveras árabes y el ahorro se ha comenzado a resentir. La economía ha llegado a una línea roja y queda poco margen de maniobra”, explica un diplomático europeo destacado en el país. “Algunas medidas adoptadas en los últimos meses, como los programas para cambiar el modelo energético y apostar por las energías renovables, van en la dirección correcta. Otras, como la de poner en marcha lo que llaman la máquina de hacer billetes, generan muchas dudas”, advierte. 

 

LA SALUD DE BOUTEFLIKA

En la misma dirección se pronuncia el economista Christopher Demblik, responsable de investigación económica internacional de Saxo Bank, quien considera que el recurso a las “herramientas no convencionales de financiación” es un error que ya se ha comprobado en otros países. “La elección de Argelia es contraria al pensamiento económico. Es una huida que no resolverá la situación, especialmente porque la experiencia en otros países ha revelado que imprimir dinero tiene un efecto perverso”, explicaba en el diario digital Tout sur l’Algérie. “El aumento de la oferta monetaria genera inflación. Se trata de medidas a corto plazo ligadas a las elecciones presidenciales de 2019”, que se prevén claves para el futuro del país a la vista de la delicada salud de Abdelaziz Bouteflika —su verdadero estado es un misterio, al igual que su sucesión— y de los movimientos que se comienzan a percibir tanto en su entorno político y familiar como en el Ejército. 

El petróleo y el gas aportan el 60% de los ingresos del Estado

China invierte enormes sumas de dinero en infraestructuras

El Ejecutivo pone en marcha un plan de ajuste y diversificación

El recurso a las medidas excepcionales de financiación vertebra el plan de actuación presentado por el nuevo primer ministro, Ahmed Ouyahia, que se sostiene en una controvertida reforma que autoriza al Banco Central argelino a prestar directamente al Tesoro Público para financiar el déficit presupuestario y la deuda pública, además de dotar de recursos al Fondo Nacional de Inversiones. En su defensa a mediados de septiembre en el Parlamento, Ouyahia, un apparatchik de la absoluta confianza de Bouteflika —era hasta agosto su jefe de Gabinete además de líder del segundo partido en el Parlamento—, insistió en que el objetivo esencial es “conservar la soberanía económica”. 

Con una deuda que apenas llega a los 4.000 millones de euros, un déficit presupuestario previsto para 2017 del 8% —frente al 15% de año pasado—, un paro galopante, una inflación elevada y una desafección creciente, el régimen argelino cree que asumir las recetas de austeridad que exige el FMI es poco menos que un suicidio colectivo. Para evitarlo, además de las medidas excepcionales, el régimen ha adoptado un plan cimentado en tres pilares: austeridad, recorte en las subvenciones —que consumen el 20% del presupuesto del Estado— y freno a las importaciones, que en 2016 supusieron 60.000 millones de euros. 

El objetivo es promover la industria local, mejorar la producción agrícola, alentar el turismo, cambiar el modelo energético y modernizar las infraestructuras para llegar la próxima década a una tasa de crecimiento anual del 6,5% sin deuda externa. Se trata de una apuesta que, con el yihadismo como una bruna sombra que cabalga por el norte de África, se antoja también arriesgada para Europa, ya que Argelia —aliado de Moscú y Pekín— es aún hoy la única puerta alternativa de entrada a Europa del gas ruso.  

Javier Martín es delegado en Túnez de la Agencia EFE. Su último libro es Estado Islámico: geografía del caos (Catarata).