Asia // Apuesta peligrosa en Afganistán
La retirada de las tropas internacionales deja indefenso al Gobierno de Kabul y puede propiciar el regreso al poder de los talibanes.
La retirada de las fuerzas de EE UU y de la OTAN de Afganistán, primera gran decisión de Joe Biden en materia de política exterior desde su llegada a la Casa Blanca, es una apuesta arriesgada y abre múltiples interrogantes. ¿Sobrevivirá el frágil Gobierno afgano o volverán los talibanes a imponer a la población su estricta visión de la ley islámica? ¿Servirá de nuevo el país como plataforma para organizar atentados contra intereses occidentales? ¿Tendrán que volver los estadounidenses, como ya sucedió en Irak? ¿Perderán las mujeres afganas los derechos conquistados en las últimas dos décadas?
Acuerdo en entredicho
Washington y sus aliados llevaban años deseando abandonar el avispero afgano. En febrero de 2020, tras meses de duras conversaciones, el Gobierno de Donald Trump firmó un acuerdo de paz con los talibanes, que se comprometieron por primera vez a negociar directamente con el Ejecutivo afgano un arreglo para compartir el poder. Pero el arranque de las conversaciones no ha sido halagüeño. Ambas partes han tardado meses en sentarse a la mesa y aún no se han puesto de acuerdo sobre los puntos que negociar.
A punto de cumplirse 20 años de los atentados del 11 de septiembre de 2001, Biden considera cumplido el objetivo que llevó a su antecesor George W. Bush a invadir Afganistán: que el país dejara de ser refugio de terroristas. “Nos atacaron. Fuimos a la guerra con unos objetivos claros y alcanzamos esos objetivos”, dijo el presidente al anunciar su decisión. La nueva Administración estadounidense ha llegado a la conclusión de que prolongar la presencia de sus tropas no compensa la pérdida de vidas humanas y de dinero.
Aunque mucho menos cruenta, la intervención estadounidense en Afganistán ha sido más prolongada que en la Guerra de Vietnam. Unos 2.500 soldados de EE UU y 1.100 de otros países de la OTAN han perdido la vida en el conflicto. El número de civiles afganos muertos roza los 50.000, mientras que el Ejército y la policía del país han perdido en torno a 73.000 efectivos, a los que hay que sumar decenas de miles de bajas entre los combatientes talibanes.
Objetivos no cumplidos
Puede que Biden dé la misión por cumplida, pero la decisión de abandonar Afganistán supone un reconocimiento implícito de que la victoria contra los talibanes es imposible y de que algunos de los objetivos con que EE UU y sus aliados han venido justificando las prórrogas de las operaciones militares no se han hecho realidad. El esfuerzo no ha logrado convertir Afganistán en una democracia estable y no ha acabado ni con la corrupción ni con el narcotráfico. El país sigue siendo el principal productor mundial de opio y las exportaciones de este producto, utilizado en la fabricación de la heroína, sirven para financiar a los talibanes y a Al Qaeda.
Analistas, diplomáticos, militares y altos funcionarios del Gobierno de Washington no ocultan su miedo a que la salida de las tropas internacionales dé alas a los talibanes y facilite su regreso al poder aprovechando la debilidad del Gobierno afgano. Un informe presentado recientemente por los servicios de inteligencia estadounidenses ante el Congreso apunta a la posibilidad de que si las tropas de EE UU abandonan Afganistán antes de que los talibanes y el Gobierno de Kabul firmen un acuerdo de paz, el país caiga bajo control de las milicias integristas en un plazo de dos o tres años. Una retirada precipitada, señala el informe, podría obligar a EE UU a regresar a Afganistán en un plazo corto de tiempo, como ocurrió en Irak en 2014, tres años después de que el presidente Barak Obama ordenase el regreso de las tropas a su país.
Niñas afganas, en una escuela de la ciudad de Farah. Foto: Matthew Stroup
Una victoria de los talibanes asestaría un duro golpe a los derechos de las mujeres afganas, que se han abierto paso en los últimos 20 años en distintos ámbitos de la vida. Las mujeres afganas pueden hoy ser políticas, militares, profesoras, deportistas de élite o artistas, actividades que les fueron vetadas durante el dominio talibán entre 1996 y 2001. Los fundamentalistas no permiten a las niñas ir al colegio (aunque algunas lo hacen en zonas del norte del país controladas por ellos) y siguen obligando a las mujeres a llevar burka. Los tribunales talibanes continúan imponiendo castigos a latigazos a mujeres y hombres por “delitos morales” como el adulterio.
Según el think tank estadounidense Council on Foreign Relations, los talibanes son hoy más fuertes de lo que han sido en los últimos 20 años. Tienen entre 55.000 y 85.000 combatientes a tiempo completo y controlan aproximadamente el 20% del territorio. El Gobierno controla el 33%, mientras que el espacio restante está en disputa. Las fuerzas gubernamentales, que reciben entrenamiento y financiación de EE UU y sus aliados de la OTAN, son fuertes en las zonas urbanas, pero los milicianos talibanes dominan las zonas rurales y rodean las ciudades. La gran esperanza para el presidente afgano, Ashraf Ghani, radica en el cuerpo de élite del Ejército, compuesto por entre 20.000 y 30.000 hombres, cuya financiación depende de los 4.000 millones de dólares que EE UU aporta anualmente. Si el Congreso decidiera cortar el grifo, la suerte del Gobierno de Kabul estaría echada.
Los integristas dominan buena parte del territorio
Al Qaeda y Estado Islámico tienen presencia en el país
Los talibanes no se consideran un grupo insurgente, sino un gobierno alternativo. Se refieren a sí mismos como Emirato Islámico de Afganistán, el nombre oficial que tuvo el país durante los cinco años en que impusieron a la población su estricta visión de la ley islámica (sharía). En las zonas bajo su control cuentan con una estructura de poder estable y sus altos cargos supervisan la actividad económica, la Administración de justicia y el funcionamiento de escuelas, centros médicos y demás servicios.
Los talibanes nacieron como milicia organizada a principios de la década de 1990 y tomaron el poder tras la guerra civil que asoló el país tras la retirada de las tropas soviéticas en 1989. Su territorio fue centro de operaciones de Osama bin Laden, que organizó allí los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono. Un informe publicado por la ONU en 2020 señalaba que los talibanes siguen teniendo lazos estrechos con Al Qaeda y cifraba entre 200 y 500 los militantes de esa organización residentes en el país. Aunque muy debilitadas, también operan en Afganistán células del Estado Islámico.
Está previsto que retirada de los 2.500 efectivos estadounidenses concluya en una fecha cargada de simbolismo como el 11 de septiembre. Ese día también abandonarán el país las últimas fuerzas de los demás países de la OTAN, actualmente más numerosas. En total, 9.600 efectivos. Su adiós dejará al Gobierno afgano solo ante el peligro.
España también dice adiós
España también se dispone a poner punto final a su presencia militar en Afganistán, que comenzó tras los atentados del 11 de septiembre en EE UU. Soldados españoles se sumaron entonces a la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad en Afganistán (ISAF), auspiciada por el Consejo de Seguridad de la ONU, y más tarde participaron en la operación Libertad Duradera, organizada por EE UU para acabar con Al Qaeda. El conflicto ha costado la vida a 100 militares españoles, incluyendo a los 62 fallecidos en el accidente del Yak-42 en Turquía, ocurrido cuando los soldados regresaban a España desde Afganistán.
En abril solo quedaban allí 24 militares españoles.