Asia // La crisis de Evergrande marca un cambio de modelo en China
El Gobierno de Pekín apuesta por una economía basada en el consumo interno, más igualitaria y menos dependiente de la deuda, con un mayor control del Partido Comunista.
“Matar a la gallina para asustar a los monos” era una frase utilizada por Mao cuando quería lanzar una advertencia a sus adversarios o a los chinos en general. Ahora, con el presidente Xi Jinping, esta expresión vuelve a estar de moda cuando se trata de castigar la corrupción, las prácticas especulativas o la ostentación de riqueza. El último caso sonado es el del gigante inmobiliario Evergrande, una promotora con pies de barro que se ha cruzado en su camino cuando Xi impulsaba su estrategia denominada Prosperidad Común, cuyo fin es reducir la brecha entre ricos y pobres y reafirmar la autoridad del Partido Comunista.
El presidente Xi Jinping pide a los empresarios ayuda para reducir las desigualdades sociales
Se ha puesto coto a la educación privada y se han prohibido las criptomonedas
Desde su fundación, en 1996, Evergrande fue un símbolo de la emergencia económica de China. Contribuyó a transformar aldeas de chabolas en ciudades habitadas por una incipiente clase media. Este éxito llevó a su fundador, Xu Jiayin, a ser el hombre más rico de China en 2017, con una fortuna de más de 36.000 millones de euros. Y 25 años después, Evergrande se ha convertido en la inmobiliaria más endeudada del planeta, con un pasivo de 260.000 millones de euros, equivalente al 2% del PIB chino. La situación llevó a algunos analistas a vaticinar que había llegado el momento Lehman para China, en alusión a la quiebra del gigante de Wall Street Lehman Brothers en 2008 y a la subsiguiente crisis financiera. Es un horizonte que el presidente de la Reserva Federal estadounidense, Jerome Powell, rechazó tras advertir que no se podían establecer paralelismos y que era un tema que solo afectaba a China.
Silencio total
Pekín ha afrontado con un hermético silencio esta crisis de su sector inmobiliario, que representa el 29% de la economía china y en el que Evergrande no es una empresa cualquiera. Con sede en la ciudad de Shenzhen, está presente en 280 ciudades del país, cuenta con 200.000 empleados y da trabajo indirectamente a otros 3,8 millones de personas. Pero en apenas dos años, este emporio, que abarca firmas de alimentación, ocio, vehículos eléctricos y al principal club de fútbol del país, el Guangzhou FC, se ha desmoronado.
Xu Jiayin, fundador y máximo ejecutivo de Evergrande, llegó a ser el hombre más rico de China. |
Evergrande creció y se diversificó en paralelo al auge de China desde principios del nuevo siglo. Era un esplendor impulsado por una economía que crecía a un ritmo anual de dos dígitos y que disparó los precios de la vivienda. Esta especulación fue generada por la falta de alternativas para los ahorradores, ya que los depósitos bancarios no dan intereses y el mercado bursátil es muy inestable. Este panorama, unido a la creencia generalizada de que el precio de los inmuebles nunca baja, disparó la compra de viviendas. Y se produjo una bonanza que inundó las arcas de Evergrande y le impulsó a invertir en otros sectores. Esta expansión la sufragaben sus responsables cobrando los pisos sobre plano al tiempo que solicitaban financiación a la banca para dichas viviendas.
Pero la covid-19 y la desaceleración de la economía china cambiaron el escenario. El mercado se contrajo, los precios de la vivienda bajaron y las promotoras vieron aparecer números rojos en sus balances. El sector inmobiliario acumuló deudas superiores a los cuatro billones de euros y en Pekín se encendieron las alarmas.
El problema, sin embargo, es más profundo. El modelo de crecimiento puesto en marcha en 2008 para afrontar el impacto de la crisis financiera internacional se ha desbordado. A partir de aquel año se decidió estimular la demanda interna a través del crédito a empresas y familias. Desde entonces, la deuda se ha disparado y a finales de 2020 se situaba en el 279% del PIB, frente al 119% de 2008. Este panorama disgustaba a Xi Jinping, que cree que esta apuesta económica ha ensanchado la brecha entre ricos y pobres. Y es que el 1% más acaudalado de los chinos posee el 31% de la riqueza del país, frente al 20% en 2000, según un estudio de Credit Suisse.
Golpe de timón
Xi ordenó dar un golpe de timón y frenar aquella “expansión desordenada del capital”, erradicar las malas prácticas y regular el uso de los datos que estaban acaparando las empresas tecnológicas y que escapaban al control del Estado. Desde entonces, el énfasis regulatorio no ha cesado y Evergrande se ha visto atrapada en una situación de debilidad en el tsunami de cambios normativos lanzado por el Gobierno para controlar la situación.
Estos cambios forman parte de la apuesta de Xi por un nuevo modelo de crecimiento económico más acorde con las necesidades de la nueva sociedad china. Busca un sistema que, bajo un control estatal estricto, sea sostenible, se base en el consumo interno y sea menos dependiente de la deuda y más igualitario; en definitiva, una estrategia cuyo fin sea alcanzar la “prosperidad común”, según ha precisado el propio dirigente chino. El partido comunista pretende alcanzar esta meta reclamando a compañías y empresarios que colaboren en la reducción de la brecha social, para que no disminuya la confianza de los chinos en sus líderes.
Guangzhou FC Fundado en 1954, con sede en la ciudad de Cantón, fue el primer equipo de fútbol profesional de China y actualmente es el principal club del país. Desde 2010 es propiedad del grupo Evergrande |
Es un cambio de modelo que se refleja ya en la batería de medidas adoptadas por Pekín. Los gigantes tecnológicos han sido castigados con fuertes multas, se ha puesto coto a la educación privada y se han declarado ilegales las criptomonedas. El cumplimiento de los objetivos medioambientales ha generado una crisis energética, se reclaman donaciones millonarias a las grandes fortunas y se ha puesto cerco al sector inmobiliario.
Castigar los excesos
Y en este frenesí regulatorio, Evergrande se ha visto atrapada en las líneas rojas trazadas por Pekín. Su caso es el más visible, por tamaño y popularidad, y es un ejemplo perfecto para advertir al sector. El Gobierno chino impuso en agosto de 2020 tres condiciones para operar: que la deuda sobre activos sea inferior al 70%; que el apalancamiento no llegue al 100%, y que la liquidez respecto a la deuda a corto plazo sea superior a 1, para poder afrontar los primeros vencimientos con tesorería. Desde entonces nadie se ha atrevido a facilitarle liquidez para que no se declare en bancarrota.
Pekín, sin embargo, ha decidido que Evergrande no desaparezca, pero que cambie de manos. La promotora Hopson Development será el nuevo socio mayoritario y es más que probable que su presidente, Xu Jiayin, reciba un castigo ejemplar. Este plan permitirá construir el millón y medio de viviendas pendientes y evitar el malestar social que generaría la paralización de las obras. Es una solución que revela el interés de Xi en mostrar a las grandes empresas que no le temblará el pulso a la hora de castigar sus excesos y a los chinos que defenderá sus intereses para que no sufran y sigan confiando en su liderazgo para alcanzar la “prosperidad común”, prometida para 2035.