‘Brexit’: divorcio doloroso a la vista
Adiós: El rechazo de Reino Unido abre un periodo de enorme incertidumbre en la Unión Europea, obligada a cambiar si quiere mantenerse a flote.
El timonel del ‘brexit’ Boris Johnson es el favorito para liderar la salida de la Unión Europea.
FOTO: Andrew Parsons/ i-Images
Boris Johnson es el gran favorito para reemplazar a David Cameron como primer ministro británico tras la victoria del ‘Brexit’. Si se cumplen los pronósticos, el ex alcalde de Londres y líder carismático del bando euroescéptico será también el encargado de negociar con Bruselas la nueva relación entre su país y la Unión Europea. Una vez que Londres invoque el artículo 50 del Tratado de Lisboa -pistoletazo de salida del proceso de separación-, darán comienzo unas negociaciones que serán decisivas no sólo para para Reino Unido, sino para el proceso de integración europea. Los primeros indicios apuntan a que el divorcio será tormentoso y que para mantener unido el club harán falta mucha habilidad política y enorme determinación por parte de sus líderes.
La decisión de los británicos (51,9% a favor y 48,1%, en contra del Brexit) sorpredió al establishment europeo fuera de juego. El desenlace del referendum ha dejado muchas más preguntas que respuestas: ¿Cuándo se hará efectiva la salida? ¿Cómo será la nueva relación entre Reino Unido y la UE? ¿De qué manera se verá afectado el proceso de integración europea? ¿Habrá reacción en cadena? ¿Intentarán otros países abandonar el barco?
CALENDARIO PARA LA SEPARACIÓN
Para que el proceso de separación se inicie, la clase política británica deberá primero resolver el desbarajuste causado por la votación, que ha abierto profundas brechas internas en los dos grandes partidos, el conservador y el laborista. Las negociaciones entre Londres y los 27 miembros de la UE no comenzarán hasta que Reino Unido tenga un nuevo primer ministro, previsiblemente a finales de verano o comienzos de otoño. Lo más probable es que el Gobierno británico invoque el artículo 50 antes de que termine el año, lo que significa que el divorcio podría ser un hecho antes de que se celebren las elecciones al Parlamento Europeo y se forme una nueva Comisión Europea, en 2019.
LA NUEVA RELACIÓN
Ni los partidarios del Brexit ni el Gobierno de David Cameron habían revelado antes del 23 de junio qué tipo de relación económica y comercial querrían tener con la UE en caso de divorcio. Básicamente, existen tres opciones: que Reino Unido se sume al espacio económico europeo, como han hecho Noruega o Islandia; que ambas partes firmen un acuerdo preferente de libre comercio similar al que la UE tienen Suiza o Canadá o que los británicos reciban de la Unión el mismo tratamiento que un miembro cualquiera de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Los ganadores del referéndum parecen decantarse por la primera opción por ser la menos dolorosa, pero ello les obligaría a aceptar el libre movimiento de personas, precisamente una de las cuestiones que les llevaron a pedir la salida de la UE.
Boris Johnson ha dejado caer que quiere lo mejor de los dos mundos. En un artículo publicado en el diario The Daily Telegraph pocos días después del referéndum, el político conservador aseguró que Reino Unido seguirá siendo parte del mercado único europeo al tiempo que establecerá un sistema de puntos para regular el flujo de inmigrantes. Su idea -o al menos el punto de partida para negociar- es que los británicos sigan siendo libres para vivir, viajar, estudiar y comprar viviendas en el continente, sin que los ciudadanos de la UE puedan ejercer los mismos derechos en Reino Unido.
Los británicos parecen abocados a optar entre bienestar y soberanía
El ‘no’ británico coincide con el auge del populismo antieuropeo
La inacción puede traer consigo un ‘sálvese quien pueda’
Parece imposible que los Veintisiete acepten tales condiciones. La canciller alemana, Ángela Merkel, lo ha dejado claro: estar en el mercado único conlleva la aceptación de las normas de la UE, incluyendo la libre circulación de bienes, servicios, capitales y personas. Los británicos, por lo tanto, están abocados a elegir entre su bienestar económico o recuperar soberanía en materia de inmigración. Por su parte, los socios de la Unión parecen obligados a adoptar una posición de firmeza en la negociación para desincentivar el efecto contagio y demostrar que abandonar el barco tiene un alto coste.
DAÑOS ECONÓMICOS
Si no hubiera acuerdo tras los dos años de negociaciones que establece el Artículo 50 -prorrogables de acuerdo con ambas partes-, Reino Unido dejaría de ser miembro de la Unión Europea de manera automática y pasaría a comerciar con la Unión siguiendo las normas de la OMC. Esta solución sería devastadora, especialmente para los británicos, ya que abandonar el mercado único significaría perder el libre acceso a 500 millones de consumidores. Un dato a tener muy en cuenta: mientras que Europa compra la mitad de las exportaciones británicas, Reino Unido sólo es el destino del 10% de las exportaciones del resto de la UE, una diferencia que pone a Londres en una situación de desventaja negociadora.
Tras haber pronosticado durante la campaña del referéndum algo cercano al apocalipsis si ganaba el no a la UE, el responsable del Tesoro, George Osborne, trató de enviar un mensaje de calma en su primera comparecencia pública tras la consulta, al afirmar que la economía británica tiene fuerza suficiente para afrontar el desafío. Habrá que verlo. Por lo pronto, la libra cayó el 24 de junio a su nivel más bajo en 30 años, mientras que las agencias de calificación de riesgo Standard & Poor’s y Fitch retiraron su máxima calificación, la triple A, a la deuda británica ante el riesgo de ralentización de la actividad económica. Una recesión traería consigo un aumento del paro, una disminución de los ingresos del Tesoro y, por lo tanto, más austeridad para los británicos. Los partidarios del Brexit esperan que el abaratamiento de las exportaciones aumente la demanda de los productos made in Britain y compense los daños.
La City de Londres, una de las principales fuentes de empleo y riqueza de Reino Unido, corre el riesgo de que parte del negocio de los servicios financieros busque refugio en Fráncfort o París, sobre todo si finalmente se consuma el abandono del mercado único. La voluntad de aislamiento de los británicos puede tener también un efecto negativo en la imagen del país y perjudicar a otros sectores clave de la economía como el turismo, el entretenimiento y los transportes.
Reino Unido ha captado en las últimas décadas más inversiones procedentes del resto de Europa que ningún otro país. Quizás a partir de ahora ese dinero busque rentabilidad en lugares más seguros. El propio gobernador del Banco de Inglaterra, Mark Carney, ha advertido del riesgo que supone tener que financiar el abultado déficit por cuenta corriente del país (3,7% del PIB) con la “caridad extranjera”, un reflejo del temor a que los inversores internacionales comiencen a exigir una prima por la compra de deuda y otros activos.
MÁS O MENOS INTEGRACIÓN
La salida de Reino Unido es, sin duda, el golpe más duro para el proceso de integración desde la creación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), en 1951. Sin uno de sus principales miembros, la Unión será más débil económica y políticamente. El Brexit llega, además, en un momento de pérdida de confianza de los ciudadanos en el proyecto europeo y de auge de los movimientos nacionalistas, populistas y xenófobos partidarios de su disolución. El miedo de los europeístas es que el resultado del referéndum tenga un efecto contagio y que más países convoquen consultas similares a la británica, bien para abandonar la UE o la Eurozona.
Federico Steinberg, investigador del Instituto Elcano, cree que las principales amenazas para la unidad europea proceden del Frente Nacional de Marine Le Pen, en Francia, y el movimiento 5 estrellas, liderado por Beppe Grillo en Italia, ambos con posibilidades de gobernar tras las próximas citas electorales. Steinberg cree, sin embargo, que el adiós británico puede acabar siendo positivo si la UE logra elaborar “un relato optimista” y dar un impulso al euro completando la unión bancaria e intensificando la creación de empleo en los países más castigados por el paro, entre ellos España.
Para ello será clave la actitud que adopte la canciller alemana, Ángela Merkel, quien tendrá difícil esta vez renunciar al papel de liderazgo que la Unión le demanda. Los críticos con la contención fiscal imperante en Europa desde el inicio de la crisis de 2008 ven ahora una oportunidad para dar un giro a la política económica europea hacia una mayor inversión pública y una menor austeridad. O la Unión cambia, sostienen, o será un sálvese quien pueda.
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