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El ‘berretín’ argentino del dólar

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Marzo 2014 / 12

Desde Buenos Aires

El país suramericano es el país del mundo con más dólares en efectivo per cápita después de EE UU, pero los desequilibrios amenazan sus reservas.

OPOSICIÓN Manifestantes contra el Gobierno en Buenos Aires, el pasado noviembre. FOTO: DREAMSTIME

Quien ha escuchado tango habrá oído hablar del berretín. Es lo que en Argentina y Uruguay se llama ‘capricho’, ‘deseo’, ‘ilusión’. El berretín de muchos argentinos de los últimos 40 años ha sido el dólar.

Fuera de EE UU, Argentina es el país del mundo con más dólares en efectivo per cápita. Es un dato que prueba la desconfianza de su población en el ahorro en moneda local, después de tantas crisis cambiarias acompañadas de alta inflación, la desconfianza en el sistema financiero después de varios congelamientos de depósitos y la fenomenal existencia de una economía en negro. Los ricos de muchos países ahorran en dólares en paraísos fiscales, pero lo distintivo de Argentina es que desde hace 40 años también buena parte de la clase media ahorra en lechuga o rúcula, como se la llama popularmente, y además el mercado inmobiliario, con la excepción de los barrios pobres, solo opera con esa divisa y en efectivo.

La singularidad es que también la clase media ahorra en ‘rúculas’

El mercado inmobiliario opera en dólares y al contado

Pero no fue la manía argentina de refugiarse en el dólar la que ha derivado en la última devaluación del peso, la de enero pasado, cuando perdió el 14% de su valor en dos días. Las crisis cambiarias en este país han tenido que ver con la repetida restricción externa (escasez de divisas) de la estructura económica. Lo curioso es que esta vez esa restricción ha ocurrido en tiempos en que las materias primas siguen cotizando en altos valores históricos. Argentina es principalmente un exportador de productos agrícolas y sus derivados y también ha desarrollado en las últimas décadas su minería, no sin discusiones sobre los impactos medioambientales y sobre la llamada enfermedad holandesa; es decir, la apreciación de la moneda que provoca ese tipo de comercio exterior y el consiguiente efecto negativo en el desarrollo industrial, que el kirchnerismo ha intentado resucitar en la década de 2000. También es curioso que la escasez de divisas irrumpiera en tiempos en los que aún abunda la financiación barata para los países emergentes. A diferencia de vecinos como Uruguay y Bolivia, Argentina perdió el acceso al crédito barato de los mercados de capitales después de que en 2007 comenzó a manipular el índice de precios al consumo (IPC) como un modo para rebajar expectativas inflacionarias. Pero la subestimación del IPC infló esas expectativas y además fue considerado por el mercado como una suspensión de pagos encubierta.

La heterodoxia económica elogiaba hasta entonces el experimento argentino. Después de 12 años de receta neoliberal (1989-2001), el presidente Adolfo Rodríguez Saá anunció la suspensión de pagos soberana más grande de la historia; su sucesor, Eduardo Duhalde, abandonó casi 11 años de atadura del peso con el dólar y Néstor Kirchner consolidó la tasa de cambio competitiva, que sostenía el superávit comercial, gravaba las exportaciones agrícolas para redistribuir los ingresos, volvía a fomentar la industria, reestructuraba la deuda pública para bajarla a niveles asumibles y mantenía las cuentas públicas en orden. Pero con el tiempo los superávits gemelos, de cuenta corriente y fiscal, fueron deteriorándose. El economista chileno Gabriel Palma, profesor en Cambridge, dice que Argentina se excedió en la heterodoxia. Su homólogo argentino Aldo Ferrer, catedrático de la Universidad de Buenos Aires, rescata que su país haya recuperado un proyecto nacional, sin sobreendeudamiento y con la reestatalización de sectores económicos que, según su opinión, jamás debieron haberse privatizado, como las pensiones y la petrolera YPF, pero admite que se equivocó al considerar que en una economía de alto crecimiento el financiamiento del déficit fiscal con emisión monetaria no generaría inflación.

 
GRANDES RETOS El nuevo ministro de Economía, Axel Kicillof.

En un intento por bajar lo antes posible el desempleo (en 2002 había llegado al 21%) y la pobreza (que aquel año había trepado al 57%), el Gobierno buscó estimular la actividad económica, como también la educación, la ciencia y el consumo de los más pobres, en tiempos de bonanza en el continente. Quien presidía el Banco Central entre 2004 y 2010, el ahora opositor Martín Redrado, adjudicaba la inflación a las políticas monetarias y fiscales, a la concentración económica de Argentina y a la puja de los sindicatos. Desde 2007, la inflación ha superado el 20% anual, con la única excepción de 2009, cuando la crisis mundial la rebajó al 15%. A su vez, el dólar, moneda de referencia en Argentina, subía alrededor del 5% anual, con lo que los precios en términos de esa divisa aumentaban cada vez más. La industria perdió parte de la competitividad ganada con la anterior devaluación de 2002, pero el Gobierno de Cristina Fernández entonces la protegió con restricciones a la importación. La combinación de inflación y apreciación real (ajustada por el IPC) del peso llevaron a la desconfianza de los grandes capitales y de cierta clase media, que comenzaron a trasladar capitales del sistema financiero fuera del país.

 
RESTRICCIONES

La fuga de capitales se robusteció en 2011, cuando los ricos pensaron que tras la reelección de Fernández se devaluaría el peso. Aquel año Argentina perdió además el autoabastecimiento energético. Pozos maduros, insuficiente inversión privada y una regulación poco estimulante del Estado llevaron en 2012 a que este país se diera cuenta del error de haber sido uno de los pocos en el mundo emergente, junto con Bolivia, que había privatizado su petrolera en los años noventa. Fuga y energía fueron clave para que las reservas del Banco Central bajaran del máximo histórico de 52.000 millones de dólares a 47.000 millones. En octubre de 2011, el Gobierno instauró las restricciones a la compra de divisas para ahorro y operaciones inmobiliarias. Pero lo que la prensa crítica del kirchnerismo llamó cepo cambiario no acabó con la restricción externa. En los dos años siguientes, hasta noviembre pasado, las reservas internacionales bajaron hasta 32.000 millones y fue entonces cuando Fernández sustituyó a buena parte del Gobierno y colocó al joven profesor keynesiano Axel Kicillof como ministro de Economía. Los excesivos controles cambiarios en medio de una economía tan globalizada y financierizada fueron bastante vulnerables, pero además existieron seis vías por las que se siguieron yendo divisas de Argentina: el Tesoro seguía echando mano de las reservas para reducir la deuda pública (menos del 20% del PIB en términos netos), que ha dejado de ser un problema; el sector privado, temiendo una devaluación, anticipó la cancelación de créditos externos; el déficit energético fue incrementándose; el rojo del turismo, porque los argentinos pudientes advirtieron que era barato ir de vacaciones a Miami o el Caribe; y dos consecuencias de la reindustrialización: las importaciones de insumos que demandan las industrias automovilística y de la electrónica.

Kicillof apostó primero por acelerar la depreciación del peso, pero en forma gradual. No funcionó. Los importadores intentaron adelantar compras ante la certeza de que el peso se iba devaluando, y los exportadores agrícolas dejaron de liquidar sus ventas, a la expectativa de que el día de mañana se beneficiasen de una mejor tasa de cambio. En ese contexto bajaron de los 28.000 millones y el 22 y 23 de enero el dólar subió de 6,87 pesos a 8,02. El 24, en un intento por calmar al mercado, se liberaron en forma restringida las compras de dólares por parte de particulares, hasta 2.000 dólares por mes. La devaluación ya ha impactado en el turismo y los argentinos han vuelto a sus playas, pero en el caso de las importaciones de productos al Gobierno no le alcanza con restringirlas por precio, sino que también las coarta por cantidad. A su vez, para contrarrestar las expectativas de nuevas devaluaciones que posterguen las exportaciones actuales y afecten las reservas del Banco Central, la autoridad monetaria obligó a los bancos a deshacer inversiones en divisas, con lo que el dólar bajó a 7,81 pesos.

Las claves de la caída de reservas: energía y fuga de capitales

La depreciación gradual del peso no funcionó y al final fue brusca

La devaluación ya ha tenido impacto en el turismo y la inflación

La devaluación ha provocado un impacto adicional en la inflación, que corre el riesgo de superar el 30%. El Gobierno ha reaccionado con intentos de nuevos acuerdos de precios y con aumentos de subvenciones sociales. En un principio, la depreciación del peso deteriora también la actividad económica, pero Ferrer confía en que si no se cometen más errores el PIB se recuperará y el empleo volverá a activarse. El paro es del 6,8%, pero desde 2011 el sector privado no crea trabajo. Antes de ser ministro, cuando era secretario de Política Económica, Kicillof decía en 2012 y 2013 que una devaluación empobrecería a la población. Ese cuarto de argentinos que aún vive en la pobreza y la clase media son los que cargan con la peor parte del efecto inicial de la devaluación. Al lado de esos sectores, el sufrimiento que pueden atravesar las empresas españolas por la depreciación del peso resulta menor, pero no por eso la situación les resultará inocua.

 

DUDAS CON REPSOL

Repsol había arribado a un principio de acuerdo en noviembre con Kicillof, el mentor de la expropiación del 51% de YPF, por una indemnización con títulos públicos argentinos por 5.000 millones de dólares. El pacto definitivo se ha dilatado entre tanta incertidumbre. El problema no es que Argentina tenga mucha deuda, sino que ha perdido la abundancia de reservas para afrontar esos pagos en dólares. Claro que la devaluación apunta precisamente a fortalecer esas reservas porque en teoría alienta la exportación y desalienta la importación.

Queso con dispositivo antirobo en un supermercado.
Las compañías españolas que permanecen en Argentina están dedicadas en general a abastecer el mercado interno, por lo que sufrirán un mercado con pesos devaluados. Telefónica consigue el 5,5% de su beneficio bruto de explotación (Editba) en Argentina. Las empresas de telecomunicaciones están preocupadas además por las restricciones a la importación de aparatos.

BBVA y Santander se beneficiaron, al igual que otros bancos, por las inversiones financieras colocadas en dólares antes de la devaluación. Debieron vender buena parte de ellas después por orden del Banco Central, con lo que redujeron sus beneficios. También pueden verse perjudicados por la subida de tipos que ha dispuesto la autoridad monetaria para calmar las expectativas cambiarias y la inflación porque se han encarecido los depósitos y el crédito. Argentina supone el 4,5% del Editba del BBVA y el 4,3% del del Santander.

Endesa, controlada por la italiana Enel, había sufrido antes de la devaluación la amenaza de rescisión de contrato por reiterados cortes de luz de su distribuidora de Buenos Aires y alrededores, Edesur. En 2013, Argentina representó el 4,3% del beneficio neto de explotación de Endesa, que aquí también cuenta con generadores. Se supone que el Gobierno recortará en marzo subvenciones a la tarifa de electricidad, en un intento por reducir el déficit y la inflación, pero eso no redundará en mayores ingresos de las empresas de Endesa. Gas Natural, que con una distribuidora en la provincia de Buenos Aires consigue el 2,3% de su Editba, se encuentra en una situación similar.

Economistas como Aldo Ferrer prevén mejoras en el PIB y el empleo

La nueva situación no resultará inocua a las empresas españolas

Día consigue en Argentina el 5,2% de su Editba. El consumo de bienes básicos puede verse afectado, pero no solo eso. La restricción de los préstamos ha llevado a que en estos días sus supermercados anunciaran que no aceptan pagos con tarjeta.

Con menos exposición a Argentina, pero con filiales afectadas por un mercado interno aquietado, aparecen las concesionarias de autopistas Abertis, que aquí consigue el 1% del Editba, y OHL, que pierde dinero por estas tierras, así como la aseguradora Mapfre, que percibe en su filial el 1,3% de sus ingresos. En cambio, NH Hoteles, que en Argentina consigue menos del 4% del Editba, puede compensar en parte la menor actividad interna con la llegada de más turistas ahora que Argentina es más barata.

Está claro que 2014 no será el mejor año para Argentina, que hay riesgo de tensión social, y el economista heterodoxo Roberto Frenkel, del Centro de Estudios de Estado y Sociedad, considera que la tasa de cambio no puede volver a equilibrarse si no baja la inflación. Pero también existe una oportunidad de recuperación. Ferrer y otros consideran que después de varios años de errores comienzan a corregirse en la nueva etapa de Kicillof como ministro, con el sinceramiento de precios, ya sea por la devaluación o por la reciente difusión de un IPC creíble, y por otras medidas como la indemnización a Repsol o la lucha contra la inflación. Si Argentina endereza el rumbo, seguramente evitará que en las elecciones presidenciales de 2015 gane un candidato que promueva el retorno al neoliberalismo.