El legado económico de Evo
Golpe: La era del líder indígena termina por la presión del Ejército. Durante su mandato, Bolivia creció y redujo la pobreza como nadie en América Latina.
Evo Morales, presidente de Bolivia entre 2006 y 2019, se ha instalado en Argentina, pero sigue implicado en la lucha de su partido, el Movimiento al Socialismo, por recuperar el poder, del que fue apartado en confusas circunstancias tras las elecciones de noviembre. Morales ganó la primera vuelta de los comicios de manera indiscutible, pero los observadores de la Organización de Estados Americanos (OEA) le acusaron de pucherazo para ampliar la ventaja sobre su principal rival hasta los 10 puntos y ahorrarse así la segunda vuelta.
El informe de la OEA desencadenó algaradas, y el Ejército y la policía exigieron la renuncia del presidente, que huyó del país. En medio del caos fue nombrada presidenta la derechista Jeanine Añez, a la espera de nuevas elecciones, a las que Morales no podrá concurrir. Es un golpe de Estado de libro, según los partidarios del expresidente, perfectamente insertado en la misma estrategia de lawfare o guerra jurídica combinada con diversos grados de implicación militar que en la última década ha apartado del poder a mandatarios izquierdistas como Fernando Lugo (Paraguay), Manuel Zelaya (Honduras) y Dilma Rousseff (Brasil).
Morales había ido perdiendo apoyo en los últimos años, como se vio en el referéndum de 2016, en el que intentó modificar la Constitución para presentarse a un cuarto mandato, pese a lo cual mantuvo su candidatura. Y aunque volvió a ser primero en las elecciones de noviembre, quedó por debajo del 50% por vez primera desde 2002.
MEJORAS SOCIALES
La figura política del primer presidente indígena de Bolivia es hoy controvertida, pero su legado económico presenta unos resultados notables, con mejoras simultáneas tanto en los indicadores macroeconómicos convencionales (en los que suelen fijar su atención los economistas ortodoxos) como en los que miden el desarrollo. Durante su mandato, Bolivia fue a la vez el país que más creció de toda América Latina y el que más redujo la pobreza y la desigualdad. Según recalca un informe del pasado octubre del Center for Economic and policy Research (CEPR), think-tank estadounidense dirigido por el economista postkeynesiano Mark Weisbrot, durante el mandato de Morales el PIB per cápita real (descontada la inflación) aumentó el 50% en un contexto de dificultades económicas del subcontinente, especialmente en los últimos años, mientras que el índice de pobreza se redujo el 42% (y la más severa, el 60%).
El informe muestra que prácticamente todos los indicadores sociales mejoraron sensiblemente (desigualdad, alfabetización, empleo, etc.), y ello sin amenazar las cuentas públicas: la deuda pública ha crecido, pero se sitúa ligeramente por encima del 50%, la mitad que en España.
“Bolivia ha mostrado que es posible para un país pequeño y pobre en América Latina lograr un progreso económico y social sustancial, con estabilidad macroeconómica, sólido crecimiento y redistribución, mediante la combinación de política económica heterodoxa liderada por el Estado y de los mercados”, concluye Weisbrot, también coautor del informe, presentado justo antes de la huida de Morales.
A su juicio, la clave del éxito se debe a que, tras asumir el mandato, Morales se liberó de la tutela del Fondo Monetario Internacional, lo que amplió el margen de maniobra de sus políticas y facilitó la participación del Estado en los beneficios de los hidrocarburos en un proceso negociado con las multinacionales, entre ellas Repsol YPF, que acabaron aceptando el nuevo esquema.
El modelo dependía de los hidrocarburos
El informe del CEPR destaca que este cambio de política con los hidrocarburos multiplicó los ingresos del Estado por esta vía, al pasar en ocho años de una recaudación anual de 731 millones de dólares a 4.950, lo que propulsó los programas sociales de los sucesivos gobiernos. El maná tuvo su reverso, como suele ser habitual en estos casos: apenas cambió la estructura productiva del país y el salto de desarrollo se hizo depender de la evolución del precio de las commodities, además de soliviantar a sectores populares con larga trayectoria de lucha contra los proyectos extractivos.