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El mundo da un pasito por el planeta

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Enero 2016 / 32

ACUERDO: París señala una meta sin medios para alcanzarla. Gusta a los políticos, no a los científicos.

Euforia en París, tras alcanzarse el acuerdo en la Conferencia de la ONU sobre  Cambio Climático. FOTO: ARNAUD BOUISSOU/MEDDE/COP PARIS

El acuerdo de París por el que casi dos centenares de países se comprometen contra el calentamiento global no llama explícitamente a descarbonizar  la economía. Los objetivos que cada país asuma en esta lucha no son vinculantes. No habrá sanciones para quienes se los salten y, aunque no fuera así, la temperatura de la Tierra alcanzará un nivel de daños considerado irreversible por una aplastante mayoría de científicos. Sectores clave para avanzar en la reducción de emisiones, como el transporte aéreo, han quedado fuera del pacto de  diciembre, que entrará en vigor si al menos 55 países lo ratifican y al que se pondrá un lazo oficial el próximo abril. La agricultura y la ganadería, que condicionan el uso del suelo, y qué come una población que supera ya los 7.300 millones de personas, son un campo inexplorado. A los países ricos, responsables por su desarrollo de los daños que el cambio climático empiezan ya a causar sobre todo en los países menos desarrollados, no se les podrán reclamar judicialmente compensaciones sobre la base de un pacto vago que no entrará en vigor hasta dentro de cinco años. Tampoco existirá por ahora un precio global único para el carbono que estimule las inversiones en energía limpia .

Con estas premisas, ¿a qué vienen tantos aplausos, abrazos y ovaciones? Nadie niega el milagro diplomático de que tantos gobiernos se pongan de acuerdo por primera vez para admitir que nos estamos haciendo el harakiri como planeta y que todos, unos más y otros menos, tendremos que arrimar el hombro. Los científicos llevan años alertando. París señala  la vía que seguir. ¿Brindis al sol?

“El acuerdo de París será lo que hagamos con él”, resume Florent Marcellesi, portavoz de Equo en el Parlamento Europeo y conocido investigador y activista medioambiental. “La brecha entre políticos y científicos es importante”, añade en conversación telefónica. La investigadora del panel de expertos IPCC Marta Rivera, que lleva años gritando en el desierto, constata que “los gobiernos siguen sin ser todo lo conscientes que deberían, ya que no parecen dispuestos a que nuestras sociedades renuncien a todo un modelo económico, basado en el consumo de energías fósiles”. 

 

DIRECTOS AL FRACASO

El mundo sí se ha comprometido, y este objetivo sí es vinculante, a mantener la temperatura del planeta “muy por debajo” de los 2 grados centígrados respecto a los niveles preindustriales. De hecho, aspira a que no supere los 1,5 grados. Atravesar ese umbral significaría que no hay marcha atrás para que un mar crecido engulla islas enteras del Pacífico, o que el derretimiento del permafrost (capa helada del suelo) en los polos libere metano, uno de los gases contaminantes más peligrosos, que poblaciones enteras deban emigrar por cuestión de supervivencia o que los cambios en la composición química de los océanos amenace a corales, cangrejos, langostas, almejas u ostras. Con los planes ya aportados por 186 países, la temperatura se acerca... a los 3 grados.  En París se admite que con estas contribuciones no basta.

¿Sirve de mucho?  “¡Claro que sirve!”, tiene claro la ex ministra de Medio Ambiente Cristina Narbona. “Aunque los compromisos nacionales no sean exigibles desde un punto de vista jurídico, se ha firmado un contrato que expresa una voluntad política. Veremos hasta qué punto los ciudadanos  exigirán a sus gobernantes que cumplan con ese contrato. Sin presión ciudadana, el acuerdo no tendrá el resultado deseable”, advierte Narbona, convencida de que “España va en la dirección equivocada” debido a decisiones como el parón de las energías renovables, que con el ex presidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero contaban con elevadas primas retiradas con carácter retroactivo en la etapa de Mariano Rajoy, o el gravamen del autoconsumo. 

La Oficina Estadística de la Comisión Europea ha metido el dedo en el ojo de España con las cuentas del peso de las energías renovables en el mix energético. Asegura Eurostat que es del 15,8% (2014) y no del 17,1% como había indicado el Gobierno. En 2020, España debe llegar al objetivo del 20% y no es fácil cumplirlo. En cuanto a la reducción de emisiones, el país ha debido invertir cerca de 800 millones de euros en comprar derechos de emisión a otros países porque se pasó de su techo de emisiones. “Es un mecanismo legal, forma parte de las reglas de juego de que nos hemos dotado”, subraya al respecto la Oficina Española del Cambio Climático (OECC). El comercio de emisiones se introdujo en la UE porque ella misma, heterogénea en su desarrollo y más exigente con los países más desarrollados en relación con la contaminación permitida, permitía a España un aumento de emisiones del 15% hasta 2012.

La UE ha liderado los esfuerzos en el cambio climático en un mundo hasta ahora poco movilizado frente al problema. Y ha sido testigo del cambio de filosofía que se ha producido desde la aprobación del Protocolo de Kyoto, la biblia anticambio climático aprobada en 1997 que entró en vigor en 2005. Biblia en la medida en que blinda objetivos de reducción de emisiones, sus compromisos son vinculantes y dispone de mecanismos sancionadores… tan  perfecto que sólo fue adoptado por un puñado de países cuyas emisiones de gases de efecto invernadero no alcanzaban el 15% del total —no figuraba ni Estados Unidos—. Por el camino, del barco saltaron Japón, Canadá y Nueva Zelanda. 

 

EL SALTO DE CHINA

El mundo ha cambiado radicalmente desde la adopción del Protocolo de Kyoto. China era un país en desarrollo. Hoy es el Estado que más contamina,  aunque a la vez es el que más invierte en energía renovables de todo el mundo. La apuesta de Pekín demuestra la toma de conciencia del problema, y también que llevará su tiempo resolverlo. En el acuerdo final de París, el pico de las emisiones deberá alcanzarse, antes de empezar a bajar, “tan pronto como sea posible”. Para China, en 2030.

El mundo de hoy no se parece al mundo del Protocolo de Kyoto

La señal para los inversores es clara de por dónde irán los tiros

“Un 1% de reducción de emisiones de China importa más que todos los esfuerzos que podamos hacer aquí”, subraya Elvira Carles, directora de la Fundació Empresa i Clima, que, tras bregarse en casi una decena de conferencias sobre el tema, las COP, festeja el pacto de diciembre porque “no sólo aporta una columna vertebral [a  la transición energética a una economía verde], sino también parte de la musculatura”. En la práctica, aunque no se hable de descarbonizar la economía, es imposible contener la temperatura por debajo de los 2 grados sin un drástico recorte de emisiones. París sí fuerza a un equilibrio entre lo que se emite y lo que se puede absorber a través de sumideros (bosques, agricultura, suelo).

El acuerdo ya no trata a China o a India como países en desarrollo y, por tanto, tendrán que arrimar el hombro con ayuda a los países que la necesiten. Sin embargo, aunque “según su capacidad”. La diplomacia francesa logró clavetear un texto que recoge en mayor o menor medida las inquietudes de todos. Rusos, saudíes o brasileños. 

Manifestación en París a favor de una nueva economía verde, tres días antes del acuerdo. FOTO: BENJAMIN GÉMINEL/COP PARIS 

La buena noticia es el reconocimiento de que con las contribuciones actuales no se va a ninguna parte. La OECC admite que suenan mejor las sanciones, los compromisos, las obligaciones: “En París nadie fuerza desde fuera a actuar, sino que todos interiorizan la necesidad de ir más allá en sus contribuciones nacionales porque nos jugamos la supervivencia. Pero no es tan fácil cambiar de un plumazo todo un sistema productivo”.  En 2018 se evaluará el camino recorrido y, después, cada cinco años se hará una revisión de objetivos que nunca podrán ir a la baja. 

Otro punto clave son los 100.000 millones de euros del fondo anual que los países responsables de más emisiones deberán aportar cada año. Una señal política. Los expertos saben que haría falta muchísimo más dinero, y no sólo público. Pero ¿un inversor que tenga que poner dinero en una central de carbón no se lo pensará dos veces en este nuevo marco? En la democracia de los mercados, como llama la canciller alemana, Angela Merkel, al mundo en el que vivimos, la subida del 110% de la cotización de Gamesa y el 40% que acumula Acciona son dos ejemplos de cómo los inversores interpretan por dónde van los tiros. Y eso en un país que ha continuado concediendo ayudas al carbón.