El rebrote de las infecciones
El auge de las enfermedades contagiosas es una realidad inquietante que va más allá de la pandemia de covid.
Con la pandemia de la covid-19 todavía presente (aunque parezca que ya ha sido superada), la irrupción en abril del virus de la viruela del mono ha hecho sonar de nuevo las alarmas. Poco después, ya en pleno verano, la reaparición del virus de la poliomielitis en aguas residuales de Londres y Nueva York, donde hace décadas que se consideraba erradicado, ha dejado claro que la eliminación de una enfermedad infecciosa es un proceso con más obstáculos de los imaginados.
Paralelamente, se está desarrollando una pandemia silenciosa. Una investigación publicada en enero en la revista médica The Lancet concluía que las bacterias que se han vuelto resistentes a los antibióticos mataron en 2019 a 1,27 millones de personas en todo el mundo y preveía que las muertes alcancen los 10 millones en 2050. Especialmente preocupante es que el 20% de los fallecidos sean, según el estudio, menores de cinco años. De acuerdo con Unicef, el 40% de las muertes en esas edades y entre los neonatos estuvieron relacionadas en 2016 con infecciones causadas por microorganismos resistentes. El problema de las superbacterias, por tanto, es ya muy serio, pero no ha hecho más que empezar.
Creencia errónea
Durante años se instaló en los países con sistemas sanitarios avanzados la idea de que morir de una enfermedad causada por un virus o una bacteria era algo muy improbable, un problema del pasado o de los países pobres del planeta. Ciertamente, antes del despliegue de las vacunaciones y el desarrollo de antibióticos y antivirales, las posibilidades de morir de infección eran mucho mayores, pero estas no solo no han desaparecido, sino que ahora están creciendo. La Sociedad Española de Enfermedades Infecciosas y Microbiología Clínica publicó en junio un informe para resituar el problema.
La aparición de la viruela del mono ha hecho sonar de nuevo las alarmas
El problema de las superbacterias no ha hecho más que empezar
En la introducción del estudio, los doctores Antonio Rivero y Federico García resumen así la situación: “Los importantes éxitos alcanzados en las décadas de 1970 y 1980, como la erradicación mundial de la viruela y los grandes avances para el control de la poliomielitis, sirvieron para apoyar la errónea creencia de que las enfermedades transmisibles habían sido vencidas. Pocos años después, la pandemia de sida demostró que la realidad era bien distinta. Más recientemente, surgió la falsa percepción de que los sofisticados sistemas asistenciales y el potente arsenal terapéutico antiinfeccioso disponible eran herramientas capaces y suficientes para resolver cualquier amenaza infecciosa. El desarrollo de multirresistencias a los antimicrobianos y las nuevas amenazas zoonóticas han vuelto a desmentir tan erróneos augurios”.
Contacto físico
La viruela del mono es una de esas amenazas zoonóticas (enfermedades de origen animal). La causa es uno de esos virus conocidos desde hace años a los que no se hacía mucho caso porque afectaba a países del África Central y Occidental y solo llegaba a Europa o Estados Unidos de manera esporádica. Fue identificado en simios de laboratorio en 1958, de ahí su nombre, aunque su hábitat más habitual parece que son varias especies de roedores. La primera vez que se detectó en un humano fue en 1970, en la República Democrática del Congo.
Mientras que el virus de la covid se transmite por vía aérea, lo que facilita mucho el contagio, el de la viruela del mono requiere del contacto físico con el enfermo para que se produzca la infección, lo que la hace más difícil. Otra diferencia es que a la covid todo el mundo estaba expuesto, mientras que frente a la viruela del mono están bastante inmunizadas las personas vacunadas de la viruela clásica, la mayoría de la población de más de 45 años. Se dejó de vacunar cuando la Organización Mundial de la salud (OMS) dio por erradicada la enfermedad en 1980.
España, en cabeza
Pese a todo, la expansión de la viruela del mono ha sido notable desde que el 7 de mayo fue confirmado en el Reino Unido un primer contagio en una persona que había viajado a Nigeria. Al escribirse este artículo, cuatro meses y medio después, se superaban los 40.000 casos en los países donde la enfermedad no es endémica. España, con más de 6.000 contagiados era el segundo más afectado (después de EE UU, con más de 15.000) y el primero si se considera el número de infectados por millón de habitantes. Los fallecidos eran 12 en todo el mundo, dos de ellos en España. La OMS consideró a finales de julio que la situación era lo bastante grave como para declarar la “emergencia internacional”.
La relativamente rápida irrupción del virus se debe a que ha dado con un grupo propicio para expandirse: el de los hombres que practican el sexo con otros hombres. Las relaciones sexuales sin protección, con sucesivas parejas o en grupo han propiciado los contagios. Aunque la mortalidad es baja y las hospitalizaciones, escasas, el 40% de los contagiados en España requiere tratamiento contra el dolor, según un estudio observacional efectuado en Madrid y Barcelona (ciudades donde se concentran la mayoría de los casos) y publicado a principios de agosto en The Lancet. Las pústulas que aparecen en la zona genital y anal y la inflamación del glande y el recto son las causas del dolor.
Aunque la vacuna contra la viruela se puede utilizar contra este virus emergente y existe en el mercado un antiviral eficaz, ambos fármacos escasean, lo que dificulta el control de las infecciones.
Al tiempo que la viruela del mono se expandía, la detección del virus de la poliomielitis en aguas residuales de Londres (junio) y Nueva York (agosto) volvía a poner en entredicho su erradicación en todo el mundo, prevista ahora para 2026 después de sucesivos aplazamientos. La eliminación de la viruela hizo prever en la década de 1980 que la polio iba a seguir pronto el mismo camino, pero no ha sido así porque son virus que actúan de manera muy distinta. El primero causa infecciones que se muestran de manera evidente e inequívoca (pústulas en la piel), lo que facilita su detección y seguimiento, mientras que el de la polio infecta sin síntomas o con síntomas leves la mayor parte de las veces y solo uno de cada 200 contagios produce parálisis en la población infantil.
Difícil eliminación
Es difícil considerar que la lucha contra la poliomielitis haya sido un fracaso: de 350.000 casos de parálisis en 1988 en todo el mundo se ha pasado a 240 en lo que va del año. Lo que pone de manifiesto este combate es lo sumamente difícil que es la completa eliminación. Tras ser erradicado el virus en India y Nigeria, solo sigue presente en una de sus variantes originales en Afganistán y Pakistán. Pero algunas cepas derivadas de los virus atenuados utilizados en las vacunaciones han sido capaces de volver a causar la enfermedad grave en países que ya estaban libres de la polio.
40% de infectados con la viruela del mono requieren tratamiento contra el dolor en España
25% Aumento del presupuesto de la OMS Propuesta de Bill Gates para crear un cuerpo internacional contra las epidemias
En las inmunizaciones masivas se utilizan vacunas de virus atenuados que se vierten en la lengua con un cuentagotas. Además de ser más baratas y más fáciles de administrar que las inyectables, estas vacunas no solo evitan la enfermedad grave, sino también el contagio. Su fallo es que los virus debilitados (no muertos) excretados en las heces de los vacunados pueden, aunque sea muy ocasionalmente, causar nuevas infecciones en comunidades con tasas bajas de inmunización y, si circula el tiempo suficiente, mutar hacia formas virulentas que puedan producir parálisis.
Los virus detectados en las aguas residuales de Londres y Nueva York son de variantes derivadas de las vacunas, al igual que el caso de una persona infectada en Israel registrado en marzo pasado, el primero desde 1988.
Frente a la capacidad casi infinita de mutación y adaptación de virus y bacterias, es preciso oponer los mejores sistemas de vigilancia y el máximo posible de investigación en los laboratorios para tratar de contrarrestar los cambios de los patógenos cuanto antes. Pero hace falta algo más. El virólogo argentino Gustavo Palacios, uno de los pocos que ha investigado la viruela del mono en África, se lamentaba cuando empezó el brote de lo poco que se sabe del virus y opinaba : “El sistema de salud debería ser mundial” si se quiere tener una oportunidad de controlar las infecciones que se nos vienen encima. Es una opinión bastante compartida entre sus colegas.
La única institución con capacidad para avanzar hacia esa sanidad global es la OMS. Pese a las carencias que ha mostrado durante la pandemia, resulta obvio que hoy no tiene alternativa, aunque sí margen de mejora.
Bill Gates, cuya fundación aporta el 10% del presupuesto de la OMS (solo por detrás del 14% de EE UU), plantea en su último libro, titulado Cómo prevenir la próxima pandemia, una propuesta que avanza en la idea de organizar la sanidad desde una perspectiva mundial. Gates propone la creación de un cuerpo estable especializado contra las epidemias que, como el cuerpo de bomberos en una ciudad, entrene y se prepare mientras no pasa nada y actúe con rapidez en cuanto salte la alarma.
Un reto global
En unas declaraciones a eldiario.es, Bill Gates precisaba así su idea: “Lo que propongo requeriría un aumento del 25% en el presupuesto de la OMS y con eso tendríamos un equipo de unas 3.000 personas de diferentes perfiles. Yo lo llamo el Equipo Global de Respuesta y Movilización en Epidemias, pero no me importa tanto el nombre como que seamos capaces de que se cree, de que los expertos se formen, tengan los datos bien sistematizados y puedan estar siempre buscando posibles brotes. Si apareciera en un país con un buen sistema de salud público, aportarían consejos. Si el brote surge en un país muy pobre, vuelan hasta allí, lo localizan y se aseguran de que no se extienda al resto del mundo”.
Inversiones como esta y otras que pueden ser necesarias para evitar que las enfermedades infecciosas vayan a más podrían hacerse por altruismo, pero también desde una perspectiva puramente egoísta. “Aquí estamos hablando”, precisa Gates, “de que los países ricos necesitan hacerlo para protegerse a sí mismos, porque ya hemos visto el enorme precio que tiene una epidemia internacional para su economía y para sus vidas”.
Conviene no olvidar que cualquier virus o bacteria puede estar a la distancia de un simple vuelo de avión; sin escalas.