El titubeante arranque del Brexit
Divorcio: El proceso de salida de la UE despierta muchas incertidumbres. El nuevo Gobierno británico debería despejar cuanto antes algunas de ellas.
Por la permanencia: Manifestación contra el Brexit en Londres el 2 de julio pasado. FOTO: Michael Spring
Un mes después de recibir las llaves del número 10 de Downing Street, Theresa May se marchó un par de semanas a los Alpes suizos para pasar unas vacaciones junto a su marido, Philip. La primera ministra británica explicó a los periodistas que ambos visitan la Confederación Helvética con cierta frecuencia desde hace un cuarto de siglo porque les gusta disfrutar de “paz y tranquilidad” caminando por sus montañas.
A su regreso a Londres le esperaba un ambiente completamente distinto. En su agenda, una misión de alto riesgo y calado histórico: negociar la salida del Reino Unido de la Unión Europea en cumplimiento de la decisión adoptada por los votantes británicos en el referéndum del 23 de junio pasado. La líder conservadora está sometida a una creciente presión para responder a dos cuestiones vitales: ¿Cuándo arrancará el proceso de separación? ¿Qué nuevo modelo de relación con la Unión Europea buscará su Gobierno?
Nadie en la capital británica tenía una respuesta clara al iniciarse el nuevo curso político. Ha quedado patente que los líderes del Brexit no tenían preparado un calendario de salida ni habían calculado el impacto que la medida tendrá en la vida y en los bolsillos de sus conciudadanos. Y es que los vínculos económicos, políticos, sociales y legales entre ambas partes son tan estrechos que va a ser extremadamente difícil romperlos sin trauma alguno.
No había previsto un plan de salida ni un cálculo de sus costes
La única certeza es que el proceso será largo y costoso
Hay quien vaticina que la separación nunca será total; otros incluso dudan de que el Brexit se haga realidad algún día. Preguntada por sus intenciones tras tomar posesión del cargo, May respondió con una frase a la vez contundente y ambigua que se ha convertido en el mantra de sus colaboradores: “Brexit significa Brexit”. Es difícil saber qué quiso decir exactamente la primera ministra, pero lo que sí parece claro es que van a ser necesarios unos cuantos meses —o años— para despejar las muchas dudas que suscita el proceso.
CALENDARIO
La primera decisión que debe tomar May es cuándo activará el artículo 50 del Tratado de la Unión Europea, pistoletazo de salida de un período de dos años de negociaciones con Bruselas. Por lo pronto, la jefa de Gobierno ha dejado claro que no piensa hacerlo este año. La fecha más probable que ha barajado la prensa británica durante el verano es principios de 2017, lo que significaría que la separación sería un hecho, como muy pronto, en 2019.
En las capitales del continente hay más prisa que en Londres por empezar a trabajar, pues hay asuntos urgentes sobre la mesa. Las negociaciones para el presupuesto del período 2020-2027 están a la vuelta de la esquina y el año que viene hay elecciones generales en Alemania y Francia. A buen seguro que el Brexit será un asunto clave en ambas campañas.
EQUIPO NEGOCIADOR
Como ministro de Asuntos Exteriores, Boris Johnson formará parte del equipo que negociará el adiós a Bruselas. Líder carismático de la campaña del Brexit, el excéntrico político conservador retiró por sorpresa su candidatura a primer ministro días después de la consulta. Su posterior nombramiento como jefe de la diplomacia británica fue, cuando menos, sorprendente, tratándose de un político de lengua afilada que nunca se ha privado de insultar públicamente a líderes extranjeros.
Para impulsar el proceso de separación, la primera ministra ha creado dos nuevos ministerios. David Davis, un europeísta reconvertido en euroescéptico que trabajó en el Gabinete de John Major en los años noventa, ha sido nombrado ministro del Brexit (oficialmente ministro para la Salida de la UE). Davis y Johnson deberán trabajar conjuntamente con Liam Fox, flamante ministro de Comercio Internacional. May quiere que todos sus colaboradores remen en la misma dirección y por eso ha tomado la inusual decisión de que los tres compartan el palacio de Chevenig, en las afueras de Londres, tradicional residencia exclusiva de los ministros de Asuntos Exteriores. Por el imponente conjunto de edificios, de 115 habitaciones, pasarán en los próximos meses altos cargos europeos encargados de negociar con los británicos.
Theresa May es recibida por el personal del número 10 de Downing Street el día de su toma de posesión. FOTO: Crown Copyright/Tom Evans
Los tres políticos comenzaron a disputarse competencias y nombramientos nada más tomar posesión de sus cargos. En Londres escasea el personal especializado en negociar acuerdos de comercio internacional, un área de trabajo transferido a Bruselas hace décadas. Para dar una idea de la improvisación con que ha arrancado el proceso, el diario The Guardian desveló que altos funcionarios del nuevo ministerio del Brexit se han reunido durante el verano en un Starbucks del centro de la capital por carecer de oficinas propias.
Está previsto que las negociaciones sean extremadamente costosas para el Tesoro británico. Se calcula en unos 5.000 millones de libras (casi 6.000 millones de euros) la factura de abandonar la UE y negociar acuerdos comerciales con terceros países, una tarea que exigirá personal con altos salarios y la ayuda de consultoras y bufetes de abogados con tarifas estratosféricas.
¿MERCADO ÚNICO O NO?
La pregunta del millón es si Reino Unido seguirá teniendo libre acceso al mercado único europeo una vez formalice su salida de la UE, si sus relaciones comerciales con el resto de los socios se regirán por las normas de la Organización Mundial del Comercio (OMC), como si fuese un tercer país cualquiera, o bien si optará por una solución intermedia. Las autoridades europeas, incluyendo la canciller alemana, Angela Merkel, y el presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, han dejado claro que Londres no podrá tener lo mejor de ambos mundos y que si el Reino Unido quiere seguir estando en el mercado único, debe aceptar el libre movimiento de bienes, servicios, capitales y personas.
Recuperar el control de la política de inmigración fue uno de los principales argumentos de la campaña del Brexit, por lo que parece políticamente inviable que el nuevo Gobierno británico ceda en este asunto. También es improbable que Reino Unido esté dispuesto a seguir siendo contribuyente neto al Presupuesto de la UE a cambio de privilegios comerciales. Son dos líneas rojas que el nuevo Gobierno británico no puede cruzar tras el resultado del referéndum.
Las élites económicas británicas parecen decantarse por un modelo mixto similar al suizo. La Asociación Bancaria Británica ha enviado al Ejecutivo de May un plan en esa dirección. El objetivo es que los bancos británicos puedan seguir operando libremente en todo el territorio europeo desde su base en Reino Unido. Esa fórmula, sostiene la patronal bancaria, es mejor que la elegida por Noruega, que tiene acceso pleno al mercado único a cambio del libre movimiento de personas sin tener voz ni voto en asuntos políticos.
ECONOMÍA FUERTE
Es aún temprano para saber cuál será a medio y largo plazo el impacto del Brexit en la vida de los británicos y de los demás europeos. Por lo pronto, los temores a una catástrofe a corto plazo se van disipando a juzgar por los datos económicos más recientes. Dos meses y medio después de la consulta, lo cierto es que la economía británica sigue dando síntomas de buena salud. Los partidarios del adiós a la UE sacan pecho y ya lo llaman Brexit Boom. El paro está a su nivel más bajo en una década (4,9% de la población activa, lo que equivale prácticamente a pleno empleo), la inflación sigue bajo control y el consumo privado da muestras de fortaleza, con un incremento del 5,9% en julio con respecto al mismo mes de 2015. Los grandes bancos han mejorado sus previsiones de crecimiento de la economía e incluso el precio de las viviendas ha seguido subiendo.
Como muy pronto, las negociaciones comenzarán en 2017
La economía británica sigue dando muestras de fortaleza
El principal indicador de la Bolsa de Londres, que sufrió una de las mayores caídas de su historia al día siguiente del referéndum, se ha recuperado del golpe y estaba a finales de agosto muy cerca de su máximo histórico, mientras que los datos más recientes muestran que la depreciación de la libra ha animado a más turistas a visitar Reino Unido durante el verano. Al menos, parte de la responsabilidad hay que atribuírsela al gobernador del Banco de Inglaterra, Mark Carney, quien puso en marcha un plan de estímulo económico a principios de agosto, incluyendo una rebaja de un cuarto de punto en el tipo de interés básico (hasta el 0,25%) y la inyección de 70.000 millones de libras (81.000 millones de euros) en la economía.
Pero las cosas podrían cambiar a peor a medida que se acerque la fecha de activar el artículo 50. Algunos analistas prevén tanto un aumento del desempleo como una caída de las inversiones en los próximos cuatro años. Bancos y empresas del sector financiero han comenzado a replantearse su presencia en Londres y barajan la posibilidad de llevar sus operaciones a lugares como Fráncfort, París, Hong Kong o Singapur. Sucede lo mismo con el sector manufacturero, entre ellos el automovilístico, que podría acelerar la tendencia a trasladar la producción a países con menores costes en el Este de Europa o Turquía.
Según un estudio del think tank Resolution Foundation, los daños económicos del Brexit serán muy superiores a los beneficios que los trabajadores británicos menos cualificados obtendrán si se pone freno a la inmigración procedente de los países del Este de Europa, una de las banderas de los partidarios de abandonar la UE. El estudio indica que se producirá una ligera subida de los salarios en sectores como la seguridad y la limpieza, pero subraya que será insuficiente para contrarrestar la caída del poder adquisitivo que traerán consigo la previsible subida de la inflación —consecuencia de la depreciación de la libra— y una ralentización del crecimiento económico. La fundación advierte también de que lograr el objetivo gubernamental de recortar el ritmo de entrada de inmigrantes —actualmente 300.000 anuales— causaría graves problemas a multitud de empresas que dependen de mano de obra barata procedente de otros países para salir adelante.
Sea como fuere, el Gobierno de Theresa May tiene que empezar a tomar decisiones sin más dilación. En caso contrario, corre el riesgo de parecerse a ese cónyuge que pide el divorcio pero se niega a abandonar el hogar común y se presenta todas las noches a cenar.