Fukushima, zona prohibida... ¿para siempre?
El plan de limpieza va con retraso: nadie quiere almacenar residuos y es más fácil encontrar empleos para las Olimpiadas.
Medida de la radiactividad en Fukushima City School. FOTO: Lydia Matzka-Saboi/GLOBAL 2000
”El campo volverá a estar limpio”. ¿Deben creer esta promesa del Gobierno las 83.000 personas evacuadas de la zona contaminada tras el accidente de la central de Fukushima, el 11 de marzo de 2011? ¿Y tener la esperanza de volver algún día a sus hogares? Tras dos años y medio de la catástrofe nuclear, clasificada con el mismo nivel de gravedad que la de Chernóbil, no pueden por menos que dudar.
El programa de limpieza de la zona prohibida —que abarca un radio de 20 kilómetros en torno a los redactores dañados— continúa acumulando retrasos. Dicho programa prevé retirar unos centímetros de suelo en una superficie de 120.000 hectáreas de terreno agrícola y examinar a fondo más de 600.000 edificios, por no hablar de los árboles que hay que podar y descontaminar. Todo ello significa unos 29 millones de metros cúbicos de residuos que hay que almacenar en lugares ad hoc. Se trata de una labor gigantesca estimada en 11.000 millones de euros. Pero los trabajos se hacen al ralentí debido a que ningún ayuntamiento quiere ceder lugares de almacenamiento y a que no se encuentran brazos para realizar una labor peligrosa y mal pagada. Además, el comienzo de las obras para los Juegos Olímpicos de Tokio de 2020, que exigirá numerosa mano de obra para un trabajo mucho más atractivo, no parece que vaya a mejorar la situación.
Pero, aunque los trabajos de limpieza avanzaran, los antiguos habitantes de la zona no estarían tranquilos. La situación no es en absoluto estable en la central. Como no se ha podido retirar el combustible nuclear de los reactores y de las piscinas de refrigeración, hay que estar regando permanentemente para evitar un sobrecalentamiento que dispararía una nueva crisis. El agua contaminada se filtra a unos sótanos inundados que hay que bombear indefinidamente, aunque ello no impide que parte del agua contaminada se filtre hacia el mar. Hay que construir continuamente nuevos depósitos para almacenar el agua recogida, y hacerlo a un ritmo tal que es inevitable que se produzcan fallos que causan nuevas fugas. En ese lugar, que nos hace pensar en el suplicio de Tántalo, se multiplican los errores humanos, cometidos por unos obreros insuficientemente cualificados, últimos eslabones de una cadena de subcontratas en cascada pagadas por TEPCO, la empresa encargada de gestionar la central de Fukushima y a la que el Gobierno ha encomendado las operaciones de descontaminación, pese a la negligencia que demostró antes del accidente y a la incompetencia con la que lo gestionó. Entre los últimos ejemplos están el desbordamiento, el pasado 3 de octubre, de un tanque de almacenamiento de agua altamente radiactiva que se había llenado hasta el borde, y la fuerte exposición, el 9 de octubre, de seis obreros a radiaciones cuando uno de ellos retiró por error una cañería y causó una fuga de agua contaminada que se vertió al mar.
Ya se habla de cerrar la central en un sarcófago
En octubre hubo una fuga de agua contaminada
En Japón, algunos expertos consideran hoy que no hay más opción que la solución Chernóbil: meter la central en un sarcófago, como hicieron los soviéticos, y cerrar a cal y canto la zona de alrededor durante décadas.
Ello significaría acabar con la industria nuclear, por lo que es capital para el Gobierno japonés lograr que la población crea que pronto volverá a cultivar los campos de Fukushima.