¿Ha arruinado Trump el pacto de París?
Cambio climático: Europa debe dar mejor ejemplo a la hora de cumplir con la transición energética e intentar que EE UU cambie de parecer.
Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión, con el presidente Donald Trump. FOTO: UE
1. El acuerdo de París resiste
En la aparentemente cordial cumbre que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el de Francia, Emmanuel Macron, celebraron a principios del verano en París, Trump insinuó que no todo estaba perdido por lo que respecta a su férrea oposición al Acuerdo de París contra el Cambio Climático. “Algo podría ocurrir con el acuerdo de París. Veremos qué pasa”, dejó caer. Pero por ahora, nada cambia respecto del anuncio realizado por el inquilino de la Casa Blanca el pasado 1 de junio: Donald Trump dijo que Estados Unidos se descolgaría de dicho pacto contra el calentamiento global. Ahora bien, ¿logrará hundir la retirada de la primera economía del mundo un acuerdo histórico que persigue neutralizar antes de que termine el siglo las emisiones de gases de efecto invernadero para contener el calentamiento del planeta por debajo de los dos grados centígrados?
El acuerdo, aprobado en diciembre de 2015 y que ya entró en vigor el pasado 4 de noviembre, compromete a 195 países, tras cinco años de duras negociaciones. El anuncio de Trump lo deja debilitado, pero sus fundamentos siguen siendo sólidos: 147 países de 197 ya lo han ratificado y, en caso de que EE UU diera marcha atrás en su anuncio, sólo se habría perdido una parte pequeña de la película, si se tiene en cuenta lo que manda hacer el propio pacto. Y es que los países que lo han ratificado están obligados a aplicar sus compromisos en materia de emisiones contaminantes sólo a partir del año 2020, según las reglas de contabilización y verificación que desde la Conferencia de Marrakech de noviembre pasado (COP 22) se encuentran en el núcleo de las discusiones internacionales sobre el clima.
En realidad, con el anuncio de su salida del acuerdo, Washington se priva sobre todo de participar en la elaboración de normas que difícilmente podrán reescribirse en caso de que el país cambie de opinión. Con o sin Estados Unidos, el resto de países están decididos a avanzar. Los participantes en la citada Conferencia de Marrakech, el 8 de noviembre pasado, reaccionaron a la elección de un presidente norteamericano enemigo declarado del clima asegurando que este movimiento no tendría incidencia en sus siguientes compromisos. Entre quienes reaccionaron de este modo, China y la Unión Europea. EE UU se halla cada vez más aislado.
2. Un impacto limitado
La determinación a avanzar a pesar de Donald Trump refleja la toma de conciencia de muchos gobiernos de que la transición hacia una economía baja en carbono es beneficiosa para el planeta, pero también para el crecimiento, el empleo y la salud pública. No obstante, es la debilidad misma del acuerdo de París lo que explica que la retirada norteamericana no haga estallar en pedazos el compromiso.
Por su parte, Estados Unidos había notificado en el marco del acuerdo el compromiso de reducir sus emisiones de gases con efecto invernadero del 26% al 28% en 2025 con relación al nivel que registraban en el año 2005. De 2005 a 2015, las emisiones de EE UU ya pasaron de 7.313 a 6.587 millones de toneladas equivalentes de CO2 por año. Esta bajada del 1% anual va ligada al gas de esquisto o shale gas, que excluye el carbón, y al desarrollo de las energías renovables, cada vez más competitivas, con los consiguientes avances constantes en materia de eficacia energética.
Las baladronadas de Donald Trump no deberían afectar a estas grandes tendencias que, si persisten al mismo ritmo, llegarán a suponer una bajada del 18% de las emisiones en el año 2025 con relación a 2005.
Respecto a la trayectoria relativamente ambiciosa que quería establecer la Administración de Barack Obama, la distancia es importante: entre el -27% y el -18% de cara a 2025, la diferencia es de 600 millones de toneladas (Mt) equivalentes de CO2. Un volumen superior a la cuantía de emisiones anuales de, por ejemplo, Francia (500Mt).
Es imposible saber qué ocurrirá finalmente, pero el escenario podría ser menos desastroso de lo que se suele temer. Donald Trump, en efecto, debe lidiar con una fuerte resistencia dentro de su país. El 5 de junio pasado, más de 1.200 responsables (gobernadores de Estados, alcaldes, empresarios, inversores...) publicaron una carta abierta para decirle al mundo entero que continuarían haciendo todo lo posible para que Estados Unidos respetaran sus compromisos en materia de cambio climático.
Las dimensiones de esta movilización arroja luz sobre los límites de la capacidad de la posición de Trump y de su Administración, porque en EE UU, los Estados tienen mucho poder, sobre todo en lo que concierne a la fiscalidad y a la política energética, y muchos de los actores en escena están convencidos de que es en interés del país la aceleración del tren de la transición energética.
En la hipótesis de que las emisiones norteamericanas se limitaran a seguir la tendencia actual, la distancia respecto de los compromisos asumidos en el acuerdo de París con vistas al año 2025 tampoco pesará mucho si se consideran las emisiones mundiales totales (1,2%), y que se elevan a más de 50.000 millones de toneladas cada año. Sean las que sean, las vilezas de Trump tendrán un impacto limitado sobre el clima. Además, y sobre todo, no pueden exonerar al resto de países del mundo de cumplir con sus propias responsabili-dades.
3. Europa, rezagada
“La retirada de Estados Unidos [del acuerdo de París] es la señal de la abdicación hacia una acción común”, declaraba Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea. Pero si Europa pretende de veras seguir llevando la antorcha de la transición energética, su actuación no se corresponde con tal pretensión.
La inversión anual en energías renovables sirve de botón de muestra. Estas inversiones, que se dirigen principalmente hacia el sector eólico y el fotovoltaico, no habían dejado de aumentar hasta el año 2011, en que alcanzaron los 120.000 millones de dólares, según las cifras de Bloomberg. Dos años más tarde, la cuantía había caído a 60.000 millones y se estancaba.
La inversión europea en renovables es, ciertamente, superior a la que destina Estados Unidos, que en 2016 fue de 46.000 millones. Sin embargo, tiende a reducirse la distancia y la UE puede verse superada por EE UU como ya la dejó relegada China desde el año 2013.
EE UU está más aislado que nunca en su postura contra el clima
Los países sólo deben aplicar su compromiso sobre CO2 en 2020
La disminución, y después el estancamiento, de la inversión en la energía verde en Europa no deja de tener algunas similitudes con la cruzada de Donald Trump para salvar a los señores del carbón.
En una Europa en la que la demanda eléctrica se estanca, el aumento de las renovables había acabado por perjudicar al carbón, el gas y la energía de origen nuclear. Sobre el telón de fondo de una crisis económica y de bajos precios de los combustibles fósiles, sus responsables han sabido convencer a los gobiernos de frenar los apoyos públicos a las renovables, aunque eso haya supuesto un frenazo a la transición energética.
Sin embargo, los precios de coste de las energías limpias han disminuido mucho y, hoy, para producir electricidad, más vale instalar molinos de viento que construir un reactor nuclear bajo las normas actuales de seguridad que deben observarse.
Los países europeos, además, se han mostrado incapaces de reformar en profundidad el sistema de cuotas al que los grandes emisores de CO2 se someten, ni el mercado del carbono que va asociado a este sistema. Desde hace años, el precio del CO2 es tan bajo (5 euros por tonelada) que un electricista tiene más interés en quemar carbón que gas, que, sin embargo, genera menos emisiones.
Europa no está en mucha mejor posición ni ruta que Estados Unidos por lo que respecta a los objetivos de largo plazo fijados por el acuerdo de París. Si la Unión Europea no da un mejor ejemplo practicando si es menester un impuesto al carbono en sus fronteras para no penalizar a sus industrias, ¿quién querrá seguir adelante?