Intriga // Los negocios que unen a Trump con Rusia
Los tratos del presidente de EE UU con poderosos socios rusos se remontan a los años ochenta, pero la sospecha de que Putin lo maneja a través de ellos no ha sido probada.
Cuando hace cuatro años Donald Trump se convirtió en el 45º presidente de Estados Unidos, su victoria fue fervorosamente aplaudida por los diputados de la Duma (el Parlamento ruso), que veían así recompensados los esfuerzos del Kremlin y sus hackers en favor del candidato republicano. Curiosidades de la historia, fue el diputado Vyacheslav Nikónov, nieto del general estalinista Vyacheslav Molótov, quien tuvo el honor de anunciar a sus compañeros la grata noticia.
Donald J. Trump obtuvo el 8 de noviembre de 2016 casi tres millones de votos menos que su oponente, Hillary Rodham Clinton, pero gracias al obsoleto y desproporcionado sistema electoral accedió a la Presidencia. La ayuda secreta de Rusia al candidato republicano, conocida como Russiagate, fue investigada en 2017 por el exdirector del FBI Robert Mueller como fiscal especial. Sus averiguaciones hechas públicas, (la mayor parte se mantienen secretas) no alcanzaron para sustentar un juicio de destitución (impeachment) contra el presidente, pero sí fueron suficientes para poner al descubierto una trama que acabó con seis asesores procesados, cuatro de los cuales acabaron en prisión. La mayor condena, siete años y medio de cárcel, recayó en Paul Manafort, director de campaña de Trump.
Uno de los informes secretos de las investigaciones de Mueller se filtró en septiembre y recordó a los ciudadanos, a solo dos meses de las nuevas elecciones, los estrechos vínculos de Manafort con los rusos. El informe precisa que el exjefe de la campaña de Trump se comunicaba en secreto con un oficial de inteligencia ruso-ucraniano, Konstantín Kilimnik, y con asociados de Oleg Deripaska, un oligarca muy cercano a Putin. “Esos contactos representaron una grave amenaza de contrainteligencia", precisa el texto. Trump ha manifestado en alguna ocasión su deseo de indultar a Manafort.
Si en la actual campaña electoral sigue habiendo contactos de hombres de confianza de Trump con los rusos se desconoce, pero el 10 de septiembre The New York Times informó, citando a Microsoft, que “hackers de los servicios rusos de inteligencia militar que interfirieron contra los demócratas en la campaña de 2016 están actuando de nuevo”. La información añadía que miembros de la Inteligencia Federal de EE UU habían reconocido que “las afirmaciones de Microsoft son consistentes” con sus propias averiguaciones.
Primera transacción
Estas son las informaciones más recientes, pero las relaciones de Trump con Rusia vienen de muy lejos. Se remontan a la década de 1980, momento en que el entonces magnate poco escrupuloso empezó una provechosa relación de negocios inmobiliarios con rusos que huían del naufragio de la URSS. La primera transacción de la que se tiene noticia se realizó en 1984. La revista neoyorquina Village Voice informó de una venta tan extraordinaria que el comprador, David Bogatin, mereció ser recibido por el propio Trump. Había comprado cinco apartamentos de lujo en la Torre Trump, recién construida en Manhattan, por seis millones de dólares.
Echar un vistazo a la trayectoria de David Bogatin da una idea del perfil de ciudadanos rusos con los que empezó a relacionarse Trump. Se trata de un exsoldado del Ejército Rojo que había servido en Vietnam del Norte en una unidad antiaérea (se supone que disparando contra aviones norteamericanos) y que huyó de la Unión Soviética en 1977 después de tener problemas con la policía por imprimir textos de judíos disidentes. Aterrizó en el barrio neoyorquino de Brighton Beach (conocido como La Pequeña Odessa), donde estaba floreciendo una mafia autóctona. El grupo en el que se integró logró la protección de Michael Franzese, hijo del legendario mafioso John Sonny Franzese, de la familia Colombo, y a partir de ahí el ascenso de Bogatin fue espectacular: un taxi, una gasolinera y enseguida un negocio de distribución de combustible a través de una red de surtidores en varios Estados de la costa Este.
El magnate se niega a revelar las inversiones rusas en sus empresas en EE UU y otros países
Aunque en este caso se desconoce la procedencia del combustible, es un dato cierto que uno de los productos que ha ayudado a amasar grandes fortunas en el periodo de desmantelamiento de la Unión Soviética ha sido el petróleo. El truco era comprarlo al precio protegido del interior, muy barato, y venderlo fuera mucho más caro, a precio internacional. Solo personas poderosas del régimen podían hacerse con él en el interior, pero luego tenían que encontrar fuera compradores capaces de hacerse cargo de un producto ilegalmente exportado.
Un año después del negocio de Trump con Bogatin, Mijaíl Gorbachov accedió al poder en Moscú e inició la Perestroika, un intento de sanear un Estado que estaban saqueando los corruptos. Perestroika significa en ruso reorganizar, limpiar, ordenar, y se aplica tanto para mejorar un servicio público como para reformar un país o una vivienda. Gorbachov no logró sus propósitos y, en medio de un caos descomunal, se produjo la desaparición de la Unión Sovietica, que dio lugar a 12 repúblicas independientes en diciembre de 1991. Fue un momento de aceleración del saqueo de los bienes del Estado, a veces por la fuerza y otras bajo el eufemismo de la privatización. El primer presidente de la nueva Rusia, Boris Yeltsin, recibió la ayuda de EE UU para crear estructuras capitalistas y se rodeó pronto de un grupo de nuevos millonarios, los denominados oligarcas.
Estado autoritario
Durante la última década del siglo pasado se formó en Rusia un rico entramado formado por oligarcas que desarrollaban negocios a la luz del día y mafiosos que se habían organizado al estilo de los cárteles latinoamericanos y orientales y habían dejado en mantillas los viejos modelos de los padrinos italianos. Tras acceder al poder en el año 2000, Vladímir Putin logró situarse por encima de ese entramado y consolidar un Estado autoritario vestido con ropajes democráticos, cuya función parece a veces que es gestionar los negocios de la oligarquía. La politóloga y académica estadounidense Karen Dawisha describe los excesos del régimen que sucedió al comunismo en un libro de título inequívoco: Putin Kleptocracy.
El periodista Craig Unger publicó en 2018 otro apasionante libro, House of Trump, House of Putin, en el que se extiende sobre los negocios del primero con los rusos. Lo dedicó “a los periodistas Paul Klebnikov, Alexander Litvinenko, Sergei Magnitsky y Anna Politkóvskaya, y a las docenas de reporteros, historiadores y disidentes que han perdido la vida investigando la cleptocracia de Putin”.
Tras el trato con Bogatin en 1984, Trump fue ampliando el círculo de rusos con los que hacía negocios y estrechando las relaciones. Comenzaron los viajes del magnate inmobiliario y miembros de su familia a Moscú y las entretenidas vacaciones que dieron paso a un arriesgado juego en el que menudearon las juergas grotescas, los escándalos de sexo y las amistades peligrosas. La hora de la verdad, asegura Unger, llegó con una bancarrota de 4.000 millones de dólares. “Los rusos lo salvaron (a Trump), lo rescataron. Sin ellos no habría vuelto al negocio”.
Trump ha negado tener inversiones en Rusia. Parece ser cierto, porque todos sus proyectos allí fracasaron. Particularmente frustrante para él fue no llegar a construir la Moscow Trump Tower, pero ahora ese contratiempo le resulta oportuno. Asimismo, el ahora presidente nunca ha informado de las inversiones que ciudadanos o empresas rusas han hecho en sus negocios, tanto en EE UU como fuera del país.
Según el exdirector del FBI James Comey, el estilo de mando de Trump es similar al de los jefes mafiosos
Según una exhaustiva investigación de la agencia Reuters publicada en abril de 2017, al menos 63 personas con pasaporte ruso habían comprado a Trump antes de que accediera a la Casa Blanca apartamentos en varios complejos turísticos de Florida por valor de 98,4 millones de dólares. Los compradores eran personas bien relacionadas con las élites económicas y políticas rusas, que no habían eludido ningún requisito en el proceso de compra. Pero el mismo equipo localizó también 703 propiedades adquiridas en los mismos condominios de Trump por sociedades de responsabilidad limitada, en las que, pese a ser legales, es imposible rastrear la identidad de los compradores. Los nuevos propietarios desembolsaron 2.044 millones de dólares. La sospecha es que pudo tratarse de una operación de blanqueo de dinero.
¿Un topo en la Casa Blanca?
En el libro citado, Craig Unger desarrolla la hipótesis de que el Kremlin planeó en la década de 1970 un topo en el Despacho Oval de la Casa Blanca para minar la democracia occidental desde dentro, hundiendo su buque insignia: Los Estados Unidos de América. Esta conjetura no se sostiene dada la situación caótica que atravesó la URSS y luego Rusia durante los 20 últimos años del siglo XX. Lo que puede considerarse más posible es que Putin haya ejercido su influencia a través de los socios rusos de Trump. El general retirado James Clapper, exdirector de Inteligencia Nacional, insinuó a la CNN en diciembre que Trump estaba siendo manejado por Putin. Recordó que el presidente ruso “es un exoficial del KGB, un reclutador de espías que sabe cómo amarrar a un posible activo”. Presionado para que aclarara esa afirmación, se limitó a responder: “Es lo que a mí me parece. Hablo figuradamente”.
Sea Trump una marioneta de Putin o sean ambos hombres de negocios que han hecho algunos tratos, lo cierto es que el presidente estadounidense tiene comportamientos que recuerdan a los de los mafiosos. James Comey, director del FBI cesado por Trump en mayo de 2017 a causa de sus desacuerdos, ha escrito un libro demoledor titulado A Higher Loyalty. “Necesito lealtad y espero lealtad”, cuenta Comey que le dijo Trump en su primera reunión. “Nunca antes había presenciado nada igual en el despacho oval”, afirma el exdirector del FBI. “Cuando me vi a mí mismo empujado a la órbita de Trump me vinieron recuerdos de mi época de fiscal contra la mafia. El silencioso círculo del asentimiento. El jefe con control total. La lealtad sin fisuras. La extraña visión del nosotros contra ellos, la mentira sobre todas las cosas, grandes y pequeñas, al servicio de algún código de lealtad que pone a la organización por encima de la moralidad y de la verdad”.