La economía vudú regresa
Estados Unidos: El candidato Donald Trump seduce tanto como inquieta a los republicanos.
Donald Trump, durante un acto en Washington. FOTO: GAGE SKIDMORE-CC
Cuando se examina el programa económico de Donald Trump se entiende mejor la seducción, y también el malestar, que su candidatura provoca en el seno del Partido Republicano. Como era de esperar, promete una reducción de impuestos para las clases medias y las empresas con el fin de impulsar el crecimiento y el pleno empleo. Es un sonsonete habitual desde los años 1970.
También anuncia, mostrando su preocupación por la justicia, que acabará con los nichos fiscales (exenciones y privilegios fiscales que permiten a los más ricos no pagar impuestos). Pero todos sabemos que normalmente esa promesa queda en letra muerta, puesto que los congresistas, ayudados por los lobbies de los ricos contribuyentes, terminan por votar contra ese tipo de medidas. Trump promete un límite fiscal a las empresas del 15% de los ingresos profesionales tanto para los pequeños comercios como para los grandes grupos que cotizan en Bolsa.
ECUACIÓN IMPOSIBLE
Explica, arrogante, que la operación no provocará un aumento de la deuda estadounidense, ya colosal, porque el Gobierno compensará estas pérdidas con un aumento del crecimiento. Ronald Reagan en 1980 y George Bush hijo en 2000 hicieron promesas similares, lo que no impidió que incrementaran la deuda monumentalmente para financiar su política exterior. El belicista Trump no resuelve la imposible ecuación a la que se enfrenta Estados Unidos desde hace treinta años: ¿cómo financiar tantas operaciones militares reduciendo los impuestos?
Vemos su tono belicoso cuando habla de China. Desea endurecer las medidas proteccionistas y producir más en suelo estadounidense. No se cansa de repetir que la competencia china es desleal y ha provocado el empobrecimiento del obrero blanco poco cualificado. El candidato llega incluso a personalizar al máximo el debate y promete que será él mismo quien negocie. Pero, sobre todo, rompe con la tradición librecambista que caracteriza tanto a los republicanos como a los demócratas desde 1945. Aunque nada ha impedido a los dirigentes estadounidenses utilizar un proteccionismo en casos determinados. La violencia del discurso antichino de Trump sorprende en un partido que inició en los años 1970 un acercamiento histórico con la China comunista.
Reagan y Bush hicieron promesas similares
Este nacionalismo económico explica el lugar que ocupa la inmigración en el programa. Se trata de un tema sobre el que el Partido Republicano es muy ambiguo: los inmigrantes mexicanos, algunos de los cuales están en vías de nacionalizarse, proporcionan desde hace mucho tiempo una mano de obra indispensable para el tejido industrial a lo largo de la frontera y en numerosas ciudades del suroeste. Aunque el saldo migratorio con México es negativo, la frontera y el muro que propone Trump se convierten en el símbolo de una amenaza especialmente peligrosa para el país. Prometiendo devolver a once millones de inmigrantes ilegales a sus casas, Trump cree haber encontrado la solución milagrosa para los problemas del paro y la deuda. Pero muchos hombres de negocios se muestran escépticos sobre la eficacia de tal medida: temen efectos desastrosos para la economía local y, de rebote, para el crecimiento.
Si bien no convence a los jefes del Partido Republicano, el programa económico de Donald Trump seduce, sin embargo, a una base electoral popular y populista. En 1980, esos mismos dirigentes se mesaban los cabellos cuando oían las promesas electorales de Ronald Reagan que su adversario de entonces, George W. Bush, calificaba de “economía vudú”. Al año siguiente, ese vudú se convertiría en la religión oficial de los Reaganomics en el poder. Las primarias que tienen lugar en Estados Unidos dan la curiosa impresión de algo ya conocido.