La Europa de la energía, en pañales
Integración: Los países de la UE se resisten a ceder soberanía para construir un mercado energético único, en un sector que se enfrenta a grandes retos.
Trabajos de mantenimiento en una subestación eléctrica en Lagoaça, Portugal. FOTO: BRUNO PORTELA/UE
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, la Europa en ruinas se encontró ante una situación potencialmente peligrosa: ya no producía lo suficiente para alimentarse. Su nutrición dependía en gran medida de las importaciones, un riesgo geopolítico al que la recién creada Comunidad Económica Europea se enfrentó poniendo en marcha, en 1960, la Política Agraria Común (PAC). Pese a sus defectos, la PAC sigue garantizando la seguridad alimentaria de la Unión y continúa siendo un símbolo de la construcción comunitaria.
El caso de la energía es totalmente diferente. Tras las etapas de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (1952-2002)y del Euratom (1957) —de alcance limitado—, ha habido que esperar hasta 2015, casi 60 años, para que Bruselas anuncie un proyecto de Unión de la Energía. Sin embargo, los retos económicos y geopolíticos del sector son tales que los Estados están poco inclinados a ceder parte de su soberanía a las instituciones comunitarias.
Desde su nacimiento, Europa se caracteriza por la escasez y el declive de sus recursos fósiles. Su dependencia ha empeorado con el tiempo. Desde hace una década, las importaciones energéticas de la UE representan el 54% de su consumo (en volumen) frente al 45% en los años noventa.
La guerra de Ucrania, que estalló en la primavera de 2014, fue el desencadenante del proyecto de Unión de la Energía. Polonia, especialmente afectado por la contienda, dio enseguida impulso a la idea. Después la retomó Jean-Claude Juncker cuando fue nombrado presidente de la Comisión Europea. El pasado mes de febrero, se formuló una primera propuesta de la Comisión.
PRESIONES DE MOSCÚ
Garantizar el abastecimiento implica “abandonar un modelo económico que descansa en los combustibles fósiles”, acabar con un enfoque del problema energético “centralizado y basado en la oferta”, moderar la demanda y avanzar por la vía de la integración de los mercados de la energía, especialmente el de la electricidad. El programa no parte de cero —la Unión Europea dispone hoy de un marco reglamentario en materia energética y en 2009 lanzó el paquete Energía-Clima, con una serie de objetivos sobre renovables y eficiencia energética, más medidas para armonizar la gestión de las redes eléctricas—, pero son muchos los ámbitos en los que persisten 28 políticas diferentes en el seno de la Unión.
Es el caso de la compra de gas. Para garantizar el suministro y defender mejor el interés común, Bruselas propone participar en la negociación de los contratos de gas de cualquier país miembro. Hoy se limita a verificar ex post si son conformes al derecho europeo. Una negociación más concertada permitiría mejorar la relación de fuerza y evitar las “presiones inoportunas”. Una alusión directa a Moscú, que juega con la fuerte dependencia de los países de la Europa central y oriental para dividir a la Unión en el asunto de las sanciones a Rusia.
En la cumbre europea del pasado mes de marzo, varios Estados acogieron con frialdad esta propuesta, entre ellos Alemania y Hungría que acaba de firmar un acuerdo gasista con Moscú. Una política concertada de los suministros energéticos sería deseable, pero implica también más solidaridad entre los Estados miembros en otras cuestiones. Ejemplo de ello es Grecia, cuyo primer ministro, Alexis Tsipras, utiliza la amenaza de un acercamiento a Vladimir Putin, en especial sobre cuestiones energéticas, a la hora de negociar sobre la deuda griega.
PERMISOS DE EMISIÓN DE CO2
Como subraya, con razón, la Comisión Europea, la seguridad energética consiste también, y sobre todo, en controlar la demanda y en descarbonizar la oferta de energía. En este plano, el principal instrumento establecido por Europa se ha roto. La Unión impuso en 2005 un techo para los residuos de CO2 de las 12.000 instalaciones industriales que totalizan la mitad de las emisiones carbonosas europeas, empezando por las centrales eléctricas de carbón y gas. Pero este sistema ha perdido toda su eficacia debido a una sobreasignación de los permisos de emisión canjeables: como resultado de ello, el precio de la tonelada de CO2 emitida, que es de alrededor de seis euros desde 2012, no es lo bastante elevado para estimular a los industriales a economizar energía o a investigar en energías no carbonadas.
Tras un largo mercadeo, la Unión ha terminado por adoptar en 2015 una serie de medidas para reabsorber el excedente de los créditos de carbono en circulación y estabilizar el sistema de comercio de emisiones. Pero hasta el momento, estas medidas son muy timoratas y el mercado no estará saneado antes de una década. [Un acuerdo de reforma aprobado en mayo por la UE y el Parlamento Europeo prevé retirar automáticamente del mercado un porcentaje de permisos de emisión —que pasarán a una reserva de estabilidad que empezará a funcionar en 2019, y dentro de la cual se situarán los 900 millones de permisos de emisión cuya subasta se retrasó de 2014-2016 hasta 2019-2020— si el total sobrepasa determinado umbral. Si no, los permisos volverán al mercado.] Para más adelante se prevé una reforma más amplia del sistema de emisiones. Aunque el proyecto de Unión de la Energía afirma que este dispositivo seguirá siendo clave de bóveda de la política climática, no da pistas para consolidarlo.
Sin embargo, el proyecto sí aboga por una profunda reorganización del sistema eléctrico europeo. La Comisión subraya así la necesidad de modernizar las redes eléctricas con el fin de gestionar una oferta alimentada cada vez más por una multitud de fuentes variables y descentralizadas, como la energía eólica y la fotovoltaica. También habría que adaptar mejor la demanda en función de la potencia eléctrica disponible, es decir, gracias a las “redes inteligentes”, poder limitar la capacidad de producción de la electricidad que sólo se necesita en períodos punta, y poder así reducir los costes del sistema eléctrico en su conjunto.
MAYOR INTERCONEXIÓN
Esa necesidad de capacidad de producción se irá reduciendo en la medida en que las redes de los Veintiocho se vayan interconectando. Bruselas desea fijar un objetivo de interconexión del 15% en el año 2030. Hoy no supera el 10% en 16 Estados miembros (10% en Francia y Alemania, 6% en Gran Bretaña e Italia, 3% en España…). Pero si la Comisión milita activamente en favor de la interconexión de las redes, hasta el punto de hacer de ella el santo grial de la Unión de la Energía, es sobre todo para fortalecer la competitividad entre productores de electricidad, beneficiosa a priori para los consumidores. El problema es que, hoy, el mercado mayorista de la electricidad no adolece tanto de unos precios demasiado altos como de lo contrario (véase el recuadro). La caída de los precios desde 2008 ha llevado a tener que hibernar, y en algunos casos cerrar, numerosas centrales térmicas, sobre todo en Alemania, con la paradoja de que las de gas han sido las principales afectadas, mientras que las de carbón, que emiten más CO2, no lo han sido. El precio actual del carbón hace que esta fuente sea mucho más rentable que el gas, y la debilidad del precio del CO2 en el mercado europeo de permisos de emisión no anula esta diferencia.
ATAQUE A LAS RENOVABLES
Las crecientes dificultades de las grandes eléctricas europeas (E.ON, GDF-Suez…) han provocado que se multipliquen los ataques a las renovables. La electricidad verde, subvencionada y obligatoriamente integrada en la red sea cual sea su precio en el mercado mayorista ¿no elimina acaso unas capacidades de producción —las centrales térmicas— que pueden usarse en función de las necesidades? ¿Y no causan una amenaza de black-out para los europeos?
En realidad, el exceso de capacidad de producción eléctrica no es sólo imputable a las renovables, cuya producción aumentó de 521 TWh a 751 TWh entre 2008 y 2013. También es fruto del fuerte aumento de la capacidad térmica que provocó el incremento de la demanda eléctrica entre 2000 y 2007 (+ 50 TWh). Esta capacidad fue excesiva cuando, por la crisis, la demanda bajó en 88 TWh entre 2008 y 2013.
DATOS
54%
del consumo energético (en volumen) de la Unión Europea procede de las importaciones.
La necesaria preservación de la capacidad térmica para acompañar al auge de las energías renovables y compensar su variabilidad —a la espera del desarrollo de modos de almacenaje— pasa por una reforma del mercado mayorista de la electricidad. Hoy, es el coste marginal de producción el que determina los precios del mercado. Con el desarrollo de las renovables, cuyo coste marginal es muy bajo, este sistema penaliza a las centrales térmicas. Lo mismo pasa con el sector de las renovables, pues el precio de mercado no refleja sus costes en capital.
Muchos especialistas consideran que habría que pasar a una organización de mercado que no remunere sólo la producción, sino también las capacidades instaladas, indispensables para la seguridad de los sistemas energéticos. Otro aspecto olvidado por el proyecto de la Unión de la Energía.