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La UE olvida una seña de identidad

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Abril 2013 / 2

El primer tratado constitutivo de la Comunidad del Acero y del Carbón entre Alemania y Francia (9 de mayo de 1950) se refiere, por encima de todo y como prioridad esencial, a la salvaguardia de la paz. Pero pocas líneas más abajo trata del compromiso que adquiere la Alta Autoridad de promover “los avances en la igualdad de las condiciones de vida de la mano de obra de esas industrias” (en los dos países).

La Comunidad Europea no se planteó ciertamente la igualdad como un concepto rector de la reconstrucción del continente tras la II Guerra Mundial, pero en todos sus textos básicos, por lo menos hasta finales de 1990, existe una clara referencia a pactos sociales. Sus objetivos son la progresiva igualdad o equiparación relativa entre las regiones que componen la CE, la mejora de las condiciones de vida de los colectivos con menos recursos, y de la población en general, y el apoyo al diálogo social y al mantenimiento de altos niveles de empleo como medio para lograr esa igualación y cohesión social.

Europa cambió durante la funesta década de 1990

Sin embargo, en la funesta década de los noventa, a la hora de crear una unión monetaria, el euro y un Banco Central Europeo (BCE, 1998), ninguno de esos principios fue tenido en cuenta. Bien al contrario, la ley que fijó los objetivos del BCE estableció un único propósito: la estabilidad de los precios. Solo en segundo lugar, y siempre que no perjudicara a esa finalidad, se podría apoyar a “las políticas económicas generales de la Comunidad”. Un orden absolutamente contrario al que anima a la Reserva Federal de Estados Unidos, cuya primera tarea es “fomentar de forma eficaz un nivel máximo de empleo”.

La igualdad no depende  sólo del empleo, sino principalmente de la distribución de la renta, pero sin puestos de trabajo, la desigualdad se vuelve galopante. El empleo, un empleo razonablemente retribuido, es uno de los grandes factores de equiparación en las sociedades modernas, y una Unión Europea en la que no existe un compromiso para fomentarlo “de manera eficaz” es una Europa en la que la desigualdad crece. Y sobre todo, es una Unión Europea en la que desaparece uno de los principios que justificaron su creación y su existencia: avances, si no en distribución igualitaria de la riqueza, sí, de manera indiscutible, en la igualdad de las condiciones básicas de vida de sus habitantes. Si eso desaparece, si Europa consiente una fragmentación de su territorio tan radical y renuncia a buscar esa cohesión social, se habrá perdido una de sus principales señas de identidad, quizá aquella que la hacía más reconocible ante sus habitantes y ante el resto del mundo.
 

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