Las consecuencias del 4-M // El éxito de Ayuso sacude el tablero
La derecha arrasa en Madrid y enarbola la bandera de rebajas de impuestos en toda España ante una izquierda desconcertada.
La aplastante victoria en las elecciones anticipadas del 4-M en Madrid de Isabel Díaz Ayuso, que pasó de 30 a 65 diputados, ha sacudido el tablero político nacional y ha debilitado al primer Gobierno de coalición de izquierdas desde la II República. No solo porque tanto el PSOE como Unidas Podemos (UP) han quedado muy lejos de sus expectativas, hasta el punto de que el líder de este partido, Pablo Iglesias, ha abandonado incluso la primera línea política, sino porque las réplicas del terremoto amenazan ahora con trasladarse a la política nacional, con una derecha a la ofensiva y un Gobierno herido y desconcertado.
La impericia del PSOE y de Ciudadanos en Murcia, donde trataron de desalojar al Partido Popular (PP) con un pacto que a la postre resultó estéril, fue el detonante largamente esperado por Ayuso para adelantar las elecciones, desembarazarse de su socio e iniciar la reconfiguración de centro-derecha en torno al PP, el gran objetivo de la formación de Pablo Casado para erigirse en alternativa real de gobierno.
Ayuso se comió a Ciudadanos, que perdió sus 26 diputados al caer del 19,4% al 3,6% de los votos, con Vox aguantando. La izquierda retrocedió globalmente, pero con la caída concentrada en el PSOE, cuyo mazazo fue tan extraordinario que registró los peores resultados de su historia en la comunidad (16,8%) y hasta se vio superado por Más Madrid. El desembarco de Iglesias, que había renunciado a la vicepresidencia, permitió a UP salvar los muebles, pero en quinto lugar y tan lejos de su objetivo que el líder dimitió la misma noche electoral.
Dialécticas alarmantes
La campaña fue extremadamente bronca, con dialécticas tan alarmantes como “comunismo o libertad” o fascismo-antifascismo, que llevaron a una participación récord. Sin embargo, Ayuso logró fijar el marco alrededor de las apuestas que ha ido cocinando durante su mandato: “economía abierta” frente a las restricciones pandémicas, “libertad” à la Trump, “vivir a la madrileña” y, sobre todo, neoliberalismo a ultranza y reducción de impuestos. Enfrente, la izquierda quedó arrinconada como antipática, cejijunta y, además, supuesta promotora de la asfixia fiscal del ciudadano.
Yolanda Díaz ascendió a vicepresidenta del Gobierno tras la salida de Pablo Iglesias. Foto: Congreso de los Diputados
Este discurso logró calar incluso entre sectores populares, como ya anticipaban las encuestas del CIS: el PP lideraba la intención de voto en cuatro de las cinco identificaciones subjetivas de clase (alta, media, baja y pobre), y era segundo, pisando los talones al PSOE, entre los que se definen como “clase obrera” “trabajadora” o “proletaria”, que sugiere cierta afinidad con la tradición de izquierdas. Entre los que se consideran “pobres”, el PP obtenía el 23,3%, seguido de Más Madrid (16,3%); mientras que entre los que se sienten “clase obrera” “trabajadora” o “proletaria”, el PSOE registraba el 21,5% de apoyos, seguido por el PP (18,8%).
Pulso fiscal
La experiencia madrileña muestra hasta qué punto puede ser difícil para el Gobierno central avanzar en su plan para reforzar el estado de bienestar, que pasa en buena medida por aumentar la recaudación, frente al eslogan de “reducir impuestos” que enarbola el PP. La necesidad de ingresos públicos es, si cabe, más acuciante aún para afrontar los brutales efectos de la covid-19, que han disparado la deuda pública por encima del 120%.
El relato del PP caló en clases populares
La ‘lideresa’ también amenaza a Casado
En el plan de recuperación remitido a Bruselas para optar a los fondos europeos, que deben servir para paliar los estragos de la covid-19 y avanzar hacia la transición ecológica y productiva, ya explora nuevas figuras impositivas hacia la sostenibilidad, mientras que la hoja de ruta de España 2050 lanzada por Moncloa apunta a la progresiva equiparación de la presión fiscal con la UE al pasar en tres décadas del 35% al 43% del PIB.
El problema es que las clases medias ya cargan sobre sus espaldas en España con una elevada presión fiscal y que las principales vías en estudio para aumentar la recaudación de los más ricos dependen en buena medida de que prosperen los acuerdos internacionales. La evolución de la recaudación en España desde la crisis de 2008 es elocuente. La derivada del IRPF y el IVA, impuestos que se apoyan sobre todo en las clases medias y trabajadoras, sí es superior a la de antes de la crisis: en 2020, el IRPF recaudó casi 88.000 millones y el IVA 63.300, lo que supone un aumento del 22% y del 15%, respectivamente, con respecto a 2007. En cambio, el impuesto de sociedades, que grava los beneficios empresariales, se quedó en 2020 en solo 16.000 millones, una caída del 64%. Otros impuestos más centrados en los ricos (como patrimonio y sucesiones) también recaudan menos e incluso se ha acelerado la competición a la baja para suprimirlos, liderada por Madrid.
Las dificultades del Gobierno se han agravado más si cabe por la sucesión de bajas del equipo económico y, sobre todo, por las propias tensiones internas, tanto entre el PSOE y UP —simbolizadas en el pulso entre las vicepresidentas Nadia Calviño, liberal y ortodoxa, y Yolanda Díaz, poskeynesiana y de trayectoria sindical—, como dentro de cada espacio políticos: los socialistas están muy agitados por las primarias del PSOE andaluz y por su propio congreso, y UP se encuentra en plena reinvención y pendiente del encaje de Díaz como posible candidata sin ser militante.
Las réplicas del 4-M son tan intensas que ni Casado puede estar tranquilo: ya es evidente que Ayuso ha dejado de ser una simple líder regional.