Los deberes de Macron en el Elíseo
Retos: Empleo, precariedad, fractura territorial... son algunos asuntos por los que se juzgará al nuevo presidente de la República Francesa.
Celebración de la victoria de Macron el 7 de mayo. FOTO: Lorie Shaull
El Ejecutivo de Emmanuel Macron no estará plenamente operativo hasta el verano. Pero el nuevo presidente ha encontrado una lista de asuntos urgentes sobre la mesa de su despacho del Elíseo. La mayoría de ellos tiene que ver con cuestiones de tipo estructural, como la falta de competitividad en la industria francesa, el fracaso de la lucha contra el paro, el desarrollo del empleo precario, las disfunciones del sistema educativo, el aumento de las desigualdades territoriales y de la renta, e incluso el persistente retraso de Francia en lo relativo a la conversión ecológica de la economía. La crisis de 2008 ha agravado la mayoría de esos problemas. El avance del Frente Nacional demuestra la necesidad apremiante de hallar soluciones.
A los viejos asuntos se les añaden otros problemas nuevos: el regreso de la inflación, que pone en peligro el poder adquisitivo de los franceses, o el aumento de los tipos de interés, que podría acelerarse en caso de inestabilidad política. Considerando que no es una lista exhaustiva, el nuevo presidente francés no va a estar de brazos cruzados.
1 RESTABLECER LA CONFIANZA EN EL FUTURO
Desde hace ya varios años y a escala mundial, los franceses figuran entre los ciudadanos más pesimistas sobre el futuro. En Europa, sólo los italianos se declaran tan pesimistas. Y ello, pese a que, en muchos aspectos, la situación francesa es mejor que la de la mayoría de los países comparables con Francia, empezando por los más afectados por la crisis de la zona euro.
Este pesimismo no es únicamente una curiosidad estadística. Tiene efectos reales: a base de estar convencidos de que vivirán peor mañana y de que no pueden hacer nada para evitarlo, los franceses han dejado de invertir en su economía y ya no intentan sacar provecho de las ventajas que les ofrece su país para encarar los desafíos del siglo XXI.
Es un mal visiblemente profundo y una de las tareas del nuevo presidente será encontrar el modo de acabar con él. Ello exige no empezar echando gasolina al fuego de las divisiones francesas, sino superando las fracturas sociales .
2 SACAR LA ECONOMÍA FRANCESA DEL MARASMO
Sin embargo, también hay razones objetivas que explican el pesimismo de los franceses. Empezando por el estancamiento de la economía desde 2008. Según la Comisión Europea, la riqueza producida por cada francés sólo superará este año en un 2% ¡a la de 2008! Una situación insólita desde la posguerra. Es cierto que ese estancamiento afecta al conjunto de la zona euro, pero ello no impide que, tras haber resistido mejor que la mayoría de los otros países europeos la crisis entre 2008 y 2011, Francia se halle ahora en el pelotón de cola. Los últimos años, la recuperación ha sido menor que en los otros países, resultado de esa política presupuestaria tan restrictiva aplicada en 2011 y 2012 y, posteriormente, del fracaso de la política de la oferta de François Hollande, con un Pacto de Responsabilidad [ofrecía menos cargas y obligaciones a las empresas, a cambio de asegurar diálogo social y empleo] que no ha logrado activar la economía francesa.
3 CONJURAR LA AMENAZA DE UNA SUBIDA DE TIPOS DE INTERÉS
Uno de los principales retos del nuevo inquilino del Elíseo será la evolución de los tipos de interés a los que los inversores aceptan prestar a los actores económicos franceses, tanto al Estado como a las empresas y los bancos, y, en consecuencia, a los hogares.
La deuda pública de Francia es hoy del 96% del PIB, casi tres veces mayor que en 1990. Este aumento, muy acelerado por la crisis de 2008, no ha tenido, sin embargo, efectos demasiado negativos sobre la economía porque ha ido acompañado de una disminución continuada de los tipos de interés: en 1990, con el 35% de deuda pública respecto al PIB, los poderes públicos pagaban 2,5 puntos de PIB de interés frente a 1,9 puntos, con el 96% de deuda, en 2016.
Por el contrario, si esos tipos aumentaran significativamente durante los próximos meses, la situación del Estado y del conjunto de la economía francesa podría degradarse con bastante rapidez. Antes de las elecciones presidenciales, dichos tipos habían empezado ya a subir, y la diferencia entre los tipos de interés a los que se endeudan los Estados alemán y francés, a ahondarse.
Para detener dicho aumento no sólo será necesario que la política del nuevo presidente parezca seria y creíble en el plano presupuestario, sino también, y sobre todo, que sea capaz de dotarse de una mayoría parlamentaria estable para aplicarla.
4 MANTENER EL PODER ADQUISITIVO A PESAR DE LA INFLACIÓN
Una de las malas noticias que esperan al nuevo jefe de Estado es el aumento de la inflación. Un aumento en absoluto fuera de lo normal: los precios sólo subieron el 1,1% en el mes de marzo. Pero Francia sale de un largo período —que comenzó en junio de 2014— en el que la inflación era inferior al 0,5% anual. Ha sido ese bajo nivel de inflación, unido al bajo precio del petróleo, el que ha permitido que la actividad se haya recuperado un poco desde hace dos años, y que haya mantenido el poder adquisitivo de los franceses a pesar del Pacto de Responsabilidad que ha gravado sobre todo a los hogares debido a la limitación del gasto público.
Pero los últimos años también se han caracterizado por una ralentización del aumento de los salarios, que ha pasado del 2,2% anual en 2012 al 1,2% el pasado mes de diciembre. En otras palabras: las dos curvas corren el riesgo de cruzarse y el poder adquisitivo de los asalariados verse de nuevo amputado como en 2008 o en 2011, cuando la recuperación se malogró. Si ocurre, puede provocar problemas sociales y políticos adicionales.
5 RECUPERAR LA COMPETITIVIDAD DE LA INDUSTRIA FRANCESA
La competitividad de la industria francesa es otro tema espinoso del que va a tener que ocuparse el nuevo presidente. En efecto, a pesar del mencionado Pacto de Responsabilidad, la producción de la industria manufacturera francesa apenas se ha recuperado: considerando un índice 100 en enero de 2008, el pasado febrero seguía siendo del 86,3, según Eurostat; es decir, un 13,7% menor que antes de la crisis. Con el corolario de un déficit comercial que se ha reducido muy poco tanto frente al resto de la zona euro (39.000 millones de euros en doce meses el pasado mes de febrero) como frente al resto del mundo (40.000 millones). Y ello en un contexto en el que el precio del petróleo y el de las materias primas ha permanecido relativamente bajo hasta ahora.
La política de bajada del coste del trabajo practicada desde hace cuatro años no ha tenido manifiestamente ningún efecto positivo hasta ahora, aunque si no se hubiera aplicado, es posible que habríamos constatado una grave degradación adicional de las cuentas exteriores. Habrá que actuar prioritariamente a nivel de la competitividad estructural (calidad, formación, innovación, gestión…). Pero en este terreno, la disminución del gasto público es un obstáculo más que una ayuda.
6 LOGRAR QUE LAS EMPRESAS INVIERTAN
En lo que a las empresas se refiere, la política de disminución de las cargas ha tenido un efecto importante: el porcentaje de impuestos y cotizaciones sociales ha pasado del 20,3% de su valor añadido a finales de 2013 al 18,7% a finales de 2016. Y sus márgenes se han recuperado en la misma proporción (lo que significa también que las empresas no han revertido parte de esa disminución de cargas a sus asalariados).
¿Qué han hecho las empresas con ese excedente? La buena noticia es que no han aprovechado para repartir más dividendos: su peso dentro del valor añadido total ha permanecido estable desde 2012. Las empresas han acelerado un poco sus inversiones: han subido del 22,5% del valor añadido en 2013 al 23,4% a finales de 2016. Un aumento de 0,9 puntos que ha necesitado, sin embargo, una medida fiscal adicional —además del Pacto de Responsabilidad—, denominada de “sobreamortización”, que permite a las empresas que invierten disminuir su impuesto de sociedades. En otras palabras: la recuperación de la inversión de las empresas es muy limitada hasta ahora.
7 LOGRAR QUE EL PARO DISMINUYA REALMENTE
El nuevo presidente hereda seis millones de inscritos en el paro, el 16% de los franceses de entre quince y sesenta y cinco años. Aunque el número de parados en sentido estricto (categoría A), que el pasado mes de febrero era de 3,5 millones de personas, ha bajado en 100.000 desde hace un año, el total no ha variado si se tiene en cuenta a los que han trabajado unas horas al mes (categorías B y C). De ellos, el número de jóvenes menores de veinticinco años permanece estable desde 2010. Ese no ha sido el caso de los que están entre veinticinco y cuarenta y nueve años y, sobre todo, de los mayores de cincuenta. Estos últimos, debido a la reforma de las pensiones, se supone que seguirán trabajando más tiempo. Pero como las empresas se deshacen de ellos con prioridad, son más numerosos en el paro: 2,7 veces más que en 2008.
En el núcleo de la población activa, el nivel de empleo de los hombres ha caído de 83,4% a mediados de 2008 al 79,5%. El índice de empleo de las mujeres, que era del 77,5% a mediados de 2008, ha bajado al 74,9%. Una situación inédita.
8 LIMITAR EL EMPLEO PRECARIO
Del nuevo presidente no sólo se espera que aumente el número de empleos, sino también su calidad, tras la precarización espectacular de los últimos años. El número de contratos temporales de cortísima duración (de menos de un mes) ha pasado de 1,7 millones por trimestre en el año 2000 a los 4,3 millones actuales. En el mismo período, el número de contratos indefinidos y los temporales con una duración superior a un mes permanecían prácticamente iguales.
Otra manifestación del mismo fenómeno es que el número de personas inscritas en el paro en la categoría B y C (los que han trabajado unas horas al mes) se ha duplicado entre 2008 y hoy, pasando de 1 a 2 millones. Esta tendencia se ha agravado por la multiplicación de los trabajillos precarios independientes a través del estatuto de auto-empresario y los derivados que él permite, sin contar los temores que en este plano provocan plataformas como Uber.
9 REDUCIR LA DESIGUALDAD
En el siglo XXI Francia ha seguido el movimiento generalizado de aumento de las desigualdades, del que se había desmarcado durante mucho tiempo. La crisis de 2008 ha acelerado las cosas, en un marcado retroceso de los ingresos bajos ligado al masivo incremento del paro. Las medidas fiscales tomadas en 2011 por Nicolas Sarkozy y en 2012 por François Hollande, que afectaban sobre todo a los más ricos, permitieron una reducción sensible de esas desigualdades, pero ese movimiento de corrección se ha frenado tras la revuelta de 2013 contra la presión fiscal, y las desigualdades han vuelto a aumentar. Hoy es muy superior a antes de la crisis, en un país en el que, desde hace 138 años, la palabra igualdad está inscrita en el frontispicio de todas las alcaldías.
10 SUBSANAR LA FRACTURA TERRITORIAL
Desde hace ya mucho tiempo, muchas zonas rurales y ciudades de tamaño medio se están empobreciendo y desindustrializando. Paralelamente, los servicios públicos (escuelas, hospitales, oficinas de correos) reducen su cobertura en las zonas rurales de las que se van también los médicos privados. Mientras tanto, el empleo y la actividad se concentran cada vez más en las grandes metrópolis. El litoral se libra de ello pues atrae a jubilados y turistas, pero no ocurre así con muchos territorios del interior del país, especialmente en el cuadrante nordeste. Este movimiento también se ha visto poderosamente acelerado por la crisis de 2008, lo cual contribuye a explicar el aumento del voto al Frente Popular.
La política del bajo coste laboral no ha tenido efectos positivos
Esta fractura territorial no debe, sin embargo, hacernos olvidar la que sufren las grandes metrópolis: las zonas más pobres del país se sitúan en el seno de las áreas más ricas. Segregación escolar y de vivienda, discriminación en el empleo e inseguridad son fenómenos estructurales que las políticas no han logrado superar desde hace décadas.
11 UNA ESCUELA DE ÉXITO PARA TODOS
Una y otra vez, los informes Pisa de la OCDE confirman que tenemos un sistema escolar francés de dos velocidades: forma bastante bien a una élite de calidad que puede rivalizar con las de los países que obtienen mejores resultados en esos informes, pero también deja de lado a una gran fracción de jóvenes mal formados. En 2015, el 15% de los jóvenes franceses de quince años obtuvo muy malos resultados tanto en matemáticas como en ciencias y lectura. Es evidente que hay países en los que ese porcentaje es más elevado. Sin embargo, en Europa, sólo Bulgaria, Rumanía, Hungría, Grecia, Chipre y Malta están peor que Francia. La división coincide con la situación social de los padres. El sistema escolar francés es uno de los que más reproducen las desigualdades sociales de las que parten los alumnos.
12 ACELERAR LA TRANSICIÓN ENERGÉTICA
Francia pareció dar un giro en su toma de conciencia ecológica en 2007, en una conferencia que reunió a representantes del Estado, ONG, entidades sociales y locales. Le siguió, en 2015, la ley sobre la Transición energética y la Conferencia Internacional de 2015 que desembocó en el acuerdo internacional de lucha contra el cambio climático.
Pero en la práctica, se avanza muy poco. Francia es uno de los campeones mundiales de pesticidas; las concentraciones de partículas finas en sus ciudades superan el nivel máximo aconsejado y la transición energética renquea: sobre los objetivos fijados en 2008 en producción de renovables para 2020, es el segundo país más retrasado de la UE, tras Holanda. Durante el mandato de Hollande, la transición ha empeorado.