Nuevo laberinto español
Política: Las elecciones en Galicia y Euskadi hunden al PSOE sin despejar de entrada la incógnita de la investidura.
Mariano Rajoy, durante la campaña electoral en el País Vasco. FOTO: Tarek /PP
La mayoría de expertos auguraba que las elecciones de Galicia y Euskadi, que se celebraron el pasado 25 de septiembre, iban a desatascar la investidura del presidente del Gobierno, empantanada desde que los comicios de diciembre de 2015 arrojaran un resultado de ecuación endiablada que ni la repetición posterior de elecciones fue capaz de despejar. Sin embargo, los resultados en Galicia y Euskadi, bastante en línea con las predicciones demoscópicas —éxito del PP en Galicia, del PNV en Euskadi, sorpasso de Podemos en la izquierda sin capacidad de influir en el Gobierno y hundimiento del PSOE—, no aportan luz inmediata ante la investidura, sino nueva munición para la guerra en el Partido Socialista, que tras el fiasco pasó de soterrada a abierta.
Al cierre de esta edición ni siquiera el Dios romano Jano —el de las dos caras, capaz de atisbar simultáneamente el pasado y el futuro— habría sido capaz de aportar pistas sobre el presente. La investidura quedaba a merced del pulso dentro del PSOE, pero sin que ni siquiera quedara claro de qué manera. El debilitado secretario general, Pedro Sánchez, ha enarbolado la bandera del “no a Rajoy” como la mejor carta ante los militantes para seguir en el puesto y volver a ser candidato. Sin embargo, los críticos también asumían que una posible abstención socialista ante la investidura del líder del PP podía ser el camino más recto hacia el fracaso en su intento de acabar con la etapa de Sánchez, a pesar de que el PSOE ha encadenado los peores resultados de su historia en España —en diciembre de 2015 y luego en junio—, y ahora en Galicia y Euskadi.
En cambio, no hacen falta los superpoderes del dios Jano para saber que, sea quien sea el que acabe siendo investido, tendrá que lidiar con una situación económica muy complicada a pesar del mantra sobre la recuperación a velocidad de crucero que repiten el Gobierno y sus altavoces.
Todos los servicios de estudio prevén un empeoramiento de las principales magnitudes macroeconómicas (véase la información de coyuntura) en un contexto internacional de grandes incertidumbres. Pero, además, España deberá afrontar el desfase fiscal del último ejercicio —en el superaño electoral de 2015 el déficit público escaló al 5,1%, muy por encima del 4,2% pactado—. En plena precampaña ante la repetición de las elecciones, Bruselas orilló la multa de 2.000 millones de euros que sobrevolaba sobre España por el incumplimiento, pero a cambio de un duro ajuste fiscal que debe concluir con el déficit en el 2,2% en 2018 y que implicará un ajuste de al menos 10.000 millones.
Esta cantidad, que prefigura nuevos recortes salvo que el Ejecutivo sea capaz de aumentar sensiblemente los ingresos, es muy cercana al efecto provocado por la rebaja fiscal impulsada por Mariano Rajoy para apuntalar sus expectativas de reelección en diciembre de 2015. Según la estimación de la Agencia Tributaria, los cambios normativos preelectorales “mermaron la recaudación en 7.846 millones” en 2015. Y la tendencia prosigue en 2016.
La supuesta bonanza económica choca con algunos datos particularmente alarmantes que ponen en cuestión el supuesto éxito económico de Rajoy (véase el gráfico). Desde que fue investido, la deuda pública no ha dejado de subir y se sitúa en magnitudes que la ortodoxia suele considerar inmanejables. Y la hucha de las pensiones se ha vaciado a ritmo vertiginoso, en parte porque las bonificaciones de los nuevos contratos ha puesto a la Seguridad Social contra las cuerdas.
En el nuevo laberinto español nadie parece atisbar aún la salida.