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Pandemia // La covid cambia de fase

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Febrero 2022 / 99

Fotografía
Francisco Àvia

La menor virulencia de ómicron allana el camino hacia la normalidad, pero la OMS insiste en que el virus aún es imprevisible.

“El mundo ha tenido suerte con ómicron. Es inimaginable lo que habría sucedido si esta variante altamente contagiosa hubiera causado una enfermedad tan grave como la que produce delta”. Es una reflexión del virólogo camerunés John Nkengasong, director del Centro Para el Control y la Prevención de Enfermedades de África, en un artículo publicado en The New York Times el 20 de enero

La idea quizá sea compartida, pero pocos expertos se han atrevido a expresarla con tanta claridad en un momento en que el mundo está en máximos de contagios diarios, ómicron sigue llenando los hospitales y el número de muertes aumenta, aunque sea a un ritmo mucho menor que las infecciones.

En unas declaraciones efectuadas un día antes, Anthony Fauci, el máximo asesor del presidente de EE UU para la covid, había aportado su punto de vista sobre un enfoque de notable interés: la posibilidad de que, dada su menor virulencia, ómicron se convierta en “la vacuna de virus vivo que todos esperan”. Fauci opinó con su habitual prudencia: “Espero que ese sea el caso, pero solo sería así si no llega otra variante que eluda la respuesta inmune” generada por ómicron.

Uniendo las dos reflexiones se puede dibujar con mucha cautela el siguiente panorama: donde no han llegado las vacunas como tales, puede llegar “el virus vivo” para inmunizar a un alto porcentaje de la población mundial. Contagiarse de ómicron es más arriesgado que vacunarse, pero bastante menos que haberse infectado con alguna de las versiones anteriores del patógeno.

Más veloz que el sarampión

Pese a la cautela con la que suelen actuar los funcionarios de la Organización Mundial de la Salud (OMS), su responsable para Europa, Hans Kluge, se atrevió en una conferencia de prensa celebrada el 11 de enero a citar la estimación de contagios efectuada por un instituto de la Universidad de Washington que pronosticaba que más del 50% de la población europea (unos 400 millones de personas) iban a infectarse entre enero y febrero. El mismo centro universitario calculaba que las infecciones  del virus superarían en todo el mundo los 3.000 millones este invierno.

 
"Ómicron puede ser la vacuna de virus vivo que todos esperan", Anthony Fauci

Son cifras que se han calculado a partir  de la fulgurante expansión inicial de ómicron. Nunca se había observado tal capacidad de propagación, ha admitido en El País Roby Bhattacharyya, especialista en enfermedades infecciosas del Hospital General de Massachusetts. El investigador subrayó que su expansión es mayor que la del sarampión, máximo ejemplo hasta ahora de virus veloz. Ello es debido a que, a pesar de que cada infectado de ómicron contagia de media a menos personas que uno de sarampión, como los días que pasan entre contagio y contagio son menos de la mitad en el caso de la nueva variante, ómicron logra expandirse con mucha más rapidez.

Aunque no puedan recoger la totalidad de casos (no hay sistema de salud capaz de afrontar tal avalancha), las cifras oficiales logran reflejar que la nueva oleada es extraordinaria. Veamos datos de España: en solo 50 días de la sexta ola (considerando su inicio el 1 de diciembre) se contabilizaron 3,5 millones de contagios, mientras que en los 22 meses anteriores de pandemia se habían registrado 5,1 millones.

Menos virulento

Esa cifra estratosférica de infecciones no ha tenido una correspondencia proporcional en el número de muertes. Es así por dos motivos: porque la virulencia de ómicron es menor que la de formas anteriores del virus y porque ha afectado a una población mayoritariamente vacunada. La capacidad de las vacunas para impedir la infección de la nueva variante ha quedado claro que es escasa, pero su efectividad para evitar la enfermedad grave y la muerte ha sido elevada.

Personal del Hospital Clínic de Barcelona durante la sexta ola de covid-19. Fotografía: Francisco Avia

Un cálculo publicado en El País sobre la base de datos de la Generalitat de Catalunya (esta comunidad distingue entre vacunados y no vacunados) muestra que las personas mayores que no han recibido las inyecciones tienen cinco veces más posibilidades de fallecer tras sufrir la infección que los que sí las han aceptado (véase gráfico). La proporción a favor de los vacunados es similar si se calcula el riesgo de acabar ingresado en el hospital y llega a ser de 10 a 1 cuando se analizan los ingresos en las UCI. 

Ensayos de laboratorio muestran que la incapacidad de las vacunas de detener la infección de ómicron se debe a que unas mutaciones  han permitido al virus eludir la acción de vigilancia de los anticuerpos neutralizantes generados por el organismo tras recibir los inyectables (o tras una infección anterior). Por el contrario, una segunda barrera creada por las vacunas (o una infección previa), las denominadas células T, sí son capaces de detectar ómicron, pese a sus cambios e impedir que la enfermedad progrese.

Es imposible contabilizar todos los casos de ómicron

Los Gobiernos comienzan a eliminar las restricciones 

El mismo día que Kluge advirtió que más de la mitad de europeos podía infectarse con la nueva variante, la responsable de la agencia del medicamento de EE UU, Janet Woodcock, hacía lo propio ante el Senado al señalar: “la mayoría de la gente se va a contagiar”. Pero para los estadounidenses el problema es algo más complicado porque el porcentaje de vacunados, incluido el de mayores de 65 años, es allí más bajo. Solo el 63% tiene la pauta completa, mientras que la media de la UE es del 71% y en España alcanza el 81%. Esas diferencias, aunque ómicron sea menos agresiva, tienen su correspondecia en las cifras de fallecidos: 73 muertes por cada 100.000 habitantes en 14 días en EE UU, frente a 29 en España y 37 en Alemania (cifras de la segunda y tercera semanas de enero).

En esta ola se está dando la paradoja de que, pese al aumento desaforado de contagios, una buena parte de los Gobiernos está levantando restricciones, una vez que se ha constatado que la presión hospitalaria se ha desacoplado de las infecciones. Tras un primer momento de duda, se están recuperando los planes para adentrarse en la normalidad. La propuesta del presidente Pedro Sánchez de abordar la vigilancia de la covid de la misma manera que se afronta la de la gripe es un claro ejemplo.

Se considera que ya no hará falta contar uno a uno los nuevos infectados, sino que bastará con controlar la incidencia en áreas escogidas y analizar las características del virus que llega. A partir de ahí, como sucede con la gripe, podrán adoptarte las medidas oportunas, incluida la vacunación adaptada a la variante que esté en expansión. Un planteamiento así supone empezar a tratar la covid como una enfermedad endémica más. A ello ayudaría también la autorización de antivirales de uso oral que eviten que una infección de agrave.

La presión hospitalaria se ha desacoplado de los contagios

Es difícil que omicron sea la última variante peligrosa del virus

La teoría está clara, lo que no está tan claro es que el virus no vaya a generar más variantes preocupantes en su momento de máxima expansión en todo el planeta. En la anteriormente citada conferencia de prensa de la OMS, otra funcionaria de la organización, Catherine Smallwood, insistía en que es prematuro considerar que la epidemia de covid está a punto de convertirse en endemia. Y argumentaba que una característica fundamental de las enfermedades endémicas es que son previsibles y la covid aún no lo es. “Todavía hay mucha incertidumbre”, precisó.

En este punto vale la pena volver a las afirmaciones de John Nkengasong con las que empezaba este artículo: “El mundo ha tenido suerte con ómicron. Es inimaginable lo que habría sucedido si esta variante altamente contagiosa hubiera causado una enfermedad tan grave como la que produce delta”. Pero es oportuno agregar lo que escribió a continuación: “Puede que no tengamos tanta suerte la próxima vez”. Porque, en su opinión, como recoge en el titular de su texto, “habrá otra variante”.

 

La excepción China

A lo largo del 2021, la mayoría de los países que inicialmente optaron por la estrategia de cero covid (casi todos asiáticos y de Oceanía) han ido aceptando uno tras otro que es imposible mantener las fronteras cerradas a cal y canto e insostenible económica y socialmentemente confinar ciudades o provincias enteras por unos pocos contagios. A transitar hacia una posición menos estricta han cotribuido las vacunacions masivas de sus poblaciones. La dureza inicial les permitió evitar muchas muertes y la adaptación, no siempre fácil, se ha producido cuando el control de la enfermedad ha reducido en todas partes los índices de mortalidad.

Un hombre baja las escaleras del metro en la provincia China de Shandong. Foto: Gauthier Delecroix

Pero esta adaptación a la corriente general tiene una enorme excepción: China. El 15 de enero pasado todavía fue noticia que por primera vez se detectara en la ciudad de Pekín un caso de infección por ómicron en la propia ciudad, no en una entrada de aeropuerto. Ese único caso comportó que se efectuaran 16.500 pruebas de PCR a eventuales contactos, pero los servicios de rastreo no dieron con nadie que pudiera haber causado la infección. Las autoridades sanitarias han considerado que la explicación más plausible es que el virus llegara en un paquete de correos enviado desde Canadá. El último gran confinamiento se produjo el pasado 22 de diciembre, cuando 140 contagios, en este caso de la variante delta, llevaron a encerrar en sus casas a los 1,3 millones de habitantes de la ciudad de Xian. Tras los cribados masivos se localizaron algo más de 2.000 contagiados. 

Cuánto va a durar el aislamiento total de un país con 1.400 millones de habitantes, el 18% de la humanidad, es una icógnita. Pero es evidente que en algún momento tendrá que acabar.