Paralizados por las elecciones alemanas
La UE ha perdido otros seis meses, como ya ocurrió con el colapso griego. La revisión del último rescate al país heleno está pendiente de Berlín, mientras que la Unión Bancaria, urgente para recomponer el mercado del crédito, se retrasa.
PETER STEINBRÜCK El candidato socialdemócrata alemán va por detrás en las encuestas, pero no puede descartarse una gran coalición. FOTO: SPD
Hasta el 22 de septiembre en Europa no se mueve un papel. Toda Europa está pendiente de las elecciones alemanas, que cada vez se están convirtiendo más en unos auténticos comicios europeos. Cualquier decisión que pueda suponer un riesgo para la candidata cristianodemócrata, Angela Merkel, es aplazada por urgente que sea. Hay asuntos muy candentes, como la Unión Bancaria, de los que dependen la normalización del mercado del crédito o la sostenibilidad de la deuda griega, cuyo retraso está produciendo unos costes tremendos, tanto en empleo como en estabilidad monetaria.
De nuevo, Merkel ha antepuesto sus intereses electorales a los de Europa. La Unión ha perdido otros seis meses, como ya ocurrió en 2009 con el retraso en la toma de decisiones durante el primer colapso griego. Las dimensiones que adquirió aquella crisis, que acabaron contagiando a Irlanda, Portugal, España e Italia, tienen mucho que ver con la lentitud en la toma de decisiones. Entonces la canciller estaba pendiente de sus elecciones en Renania del Norte Westfalia, que se celebraron en mayo de 2010, y se resistió a tomar medida alguna que pudiera ser interpretada por su electorado como un apoyo a Grecia.
La crisis de Grecia se inició en octubre de 2009 con el descubrimiento por el nuevo Gobierno de un déficit público del 12,7%, tres veces mayor que el reconocido por la Administración anterior. Pronto el dato fue asumido por los mercados y agencias de calificación, que hasta entonces no habían advertido nada. En pocos meses Grecia fue incapaz de obtener financiación para su disparatado déficit y abultada deuda del 113% y empezó el contagio a otros países. En febrero de 2010 se registró el primer susto serio y los bancos centrales corrieron a comprar disimuladamente deuda de los países con problemas. Pero Berlín continuó impasible.
La ayuda de la Unión y el FMI no llegó hasta mayo. Se habían perdido unos meses vitales y la solución tampoco fue tan buena, como han demostrado los hechos. La UE rechazó que junto al rescate se aplicase una quita a la deuda griega para aliviar la carga del Estado, como se había efectuado en los rescates anteriores de Jamaica y Uruguay.
Los mandatarios de la UE rechazaron el rescate para proteger a los bancos alemanes y franceses principalmente, titulares de esta deuda y que con la quita habrían sufrido cuantiosas pérdidas. Fue la primera victoria de los bancos durante la crisis. La segunda se produjo en junio de 2012, cuando se permitió emplear el dinero del Mecanismo Europeo de Estabilidad para el saneamiento directo de los bancos, aunque este fondo se había creado para financiar a los Estados en dificultades que no pudiesen acudir a los mercados.
El primer rescate a Grecia evidenció las ventajas a la banca
Merkel preferiría repetir su alianza con los liberales, si puede
El SPD propone un salario mínimo para compensar tanto rigor
Ahora se repite la función. Estamos otra vez con Grecia, que ya sido rescatada dos veces, la segunda con una quita, de nuevo en la mesa de operaciones y con las elecciones alemanas de por medio. Muchos analistas ya pronostican lo que puede ocurrir el día siguiente, el 23 de septiembre: apuntan que la UE y el FMI se pueden ver obligados a revisar el último rescate, y tengan que aprobar más ayudas y una segunda quita. Esta vez ya no se trata solo de una crisis europea. En la última reunión del FMI, Brasil, que contaba con la representación de otros diez países emergentes, rechazó la posición oficial de la institución sobre Grecia y exigió una revisión del plan para que fuera realmente sostenible para el país. Una vez más, el paquete griego ha quedado de momento aplazado hasta que Alemania despeje su escenario político.
La otra patata caliente es el proyecto de Unión Bancaria, que ha registrado avances muy lentos durante los últimos meses, en buena medida porque Berlín ha ido arrastrando los pies. La Unión Bancaria es urgente para recomponer el mercado crediticio europeo, que se encuentra muy fracturado desde hace dos años. Los bancos alemanes, franceses y holandeses, por ejemplo, han retirado 500.000 millones de euros de la financiación a las entidades españolas en los últimos dos años. El crédito es mucho más caro para las empresas de los países del sur y peores también las condiciones.
La Unión Bancaria debería acabar con esta fragmentación. Según Nicolas Véron, investigador senior de Bruegel, la Unión Bancaria consta de cuatro pilares: una regulación prudencial de los bancos; una supervisión bancaria a escala europea, controlada por el BCE; un mecanismo de resolución para los bancos en crisis con un fondo apropiado para ello y un sistema de garantía de depósitos europeo. La entrada en vigor de la supervisión bancaria en Europa se ha retrasado hasta el verano u otoño de 2014. Previamente se efectuará una revisión a fondo de los bancos europeos. Tanto el mecanismo de resolución de crisis como el fondo de garantía de depósitos europeo implican una potencial transferencia de recursos de unos Estados a otros. Esta es la parte más conflictiva, que topa con las mayores reticencias de Alemania, que teme que sus impuestos vayan a parar a la reparación de los bancos de otros países sometidos a un control menos exigente y que exigirá una reforma de los tratados, siempre arriesgada en un club de 28 miembros.
En clave de las elecciones más nacional, destaca la iniciativa del candidato socialdemócrata, Peer Steinbrück, partidario de implantar un salario mínimo para compensar a los trabajadores alemanes del rigor sufrido a lo largo de la década de los 2000 y para estimular el consumo ante el menor impulso de las exportaciones. Una estrategia que ha suscitado polémicas porque también tiene connotaciones europeas por las discusiones sobre la austeridad en los países del sur.
Aunque el resultado es todavía incierto, a la Unión Demócrata Cristiana de Alemania, el partido que lidera Angela Merkel, le gustaría repetir su coalición de Gobierno con los liberales, pero para ello precisaría que su socio obtuviera el mínimo legal del 5% de los votos, lo cual no está claro.
Las elecciones alemanas suscitan otros debates relevantes, como el de si Alemania gana o pierde con el euro. Pero quizá como ha señalado el profesor Costas Lapavitsas, de la Universidad de Londres, más que hablar de países habría que distinguir que en la última década los trabajadores alemanes han perdido, mientras que los propietarios de capital han ganado en gran medida.