¿Perjudica el inmigrante al empleo?
Parte de la población del mundo desarrollado es hostil con la inmigración por creer que degrada el mercado laboral, un miedo que no está justificado.
Los inmigrantes, muy presentes en los oficios poco cualificados Porcentaje de inmigrantes en 2009-2011, en %
1. ¿Qué dice la teoría económica?
Espontáneamente, solemos tener la idea de que el mercado laboral es una cosa estática: como se supone que la oferta de empleo es fija, un trabajador sólo podría conseguir un puesto de trabajo sustituyendo a otro. Por tanto, en un contexto de paro masivo, es fácil pensar que si los inmigrantes* consiguen un empleo, sólo puede ser a costa de los nativos.
La realidad es más compleja. En primer lugar, el mercado laboral no permanece fijo ante la llegada de inmigrantes. La inmigración aumenta la oferta de trabajo, lo que tiende a hacer que el precio del trabajo (el salario) disminuya. En efecto, la competitividad entre los trabajadores para conseguir o mantener un empleo se acentúa, por lo que éstos están más dispuestos a aceptar una retribución menor, y las empresas pueden, por su parte, aumentar su demanda laboral, es decir, contratar, si el coste laboral disminuye. Pero si el mercado laboral es rígido; o sea, si el salario no puede bajar debido, por ejemplo, a la acción sindical o a la existencia de un salario mínimo, entonces puede que ese ajuste no se realice a través de los precios, sino de la cantidad. En ese caso, el paro aumenta: los inmigrantes no encuentran trabajo y los nativos pierden el suyo. En otras palabras, el impacto de la inmigración dependería estrechamente del marco institucional. Y como muchos consideran que el mercado laboral es más rígido en los países europeos que en Estados Unidos, la inmigración aumentaría el paro en los primeros y bajaría los salarios en el segundo.
Pero este razonamiento es bastante simplista. En efecto, los trabajadores inmigrantes no tienen la misma cualificación que los nativos, por lo que no pueden ser unos perfectos sustitutos. Una de las dos categorías corre más peligro de caer en el paro que otra. Y, evidentemente, será la de los inmigrantes, que controlan peor la lengua nacional y poseen menos capital social (una agenda de contactos menos rica) que los autóctonos. De hecho, el índice de paro de los inmigrantes es el doble en Francia que el de los nativos (véase el gráfico).
También están especialmente expuestos a las discriminaciones: los empleadores pueden ser reticentes a contratarles porque les consideran, generalmente, menos competentes que los nativos. Al excluirles de este modo del empleo, les impiden adquirir competencia trabajando.
Además, las diferencias de cualificación suponen también que la inmigración tenga efectos redistributivos entre los nativos. Aunque los inmigrantes pueden competir con los autóctonos del mismo nivel de cualificación, su llegada mejora la situación de los nativos que tienen cualificaciones diferentes. En efecto, estos últimos pueden aprovechar para delegar las tareas para las que son menos productivos y especializarse en las que lo son más, y como ganan en eficacia, sus salarios aumentan. En consecuencia, si los inmigrantes están relativamente poco cualificados, su presencia es susceptible de aumentar el paro de los poco cualificados o reducir sus salarios y, con ello, aumentar las desigualdades salariales.
EL DATO
2,8
millones de activos eran inmigrantes en Francia en 2015, es decir, el 10% de la población activa global
Por el contrario, la presencia de inmigrantes atenúa algunas consecuencias de la globalización y del progreso técnico: si las empresas disponen localmente de una mano de obra barata, están menos incentivadas a deslocalizar o a automatizar su producción. Por otro lado, siempre hay un stock de empleos vacantes, sobre todo de aquellos trabajos que los nativos no quieren hacer (trabajo de mantenimiento, ayuda a domicilio, basureros, etc.). Además, los inmigrantes pueden innovar, convertirse en emprendedores y, por tanto, crear puestos de trabajo, y lo que es más importante: los inmigrantes y sus familias están obligados a consumir. Su llegada contribuye a aumentar la demanda a las empresas, lo que las incita a contratar.
Este efecto será mayor si las empresas tienen que aumentar su capacidad de producción para responder al crecimiento de la demanda. Como esas inversiones hacen que crezca el mercado de las firmas que producen bienes de equipo, estas últimas se verán también incitadas a contratar. En todos los casos, la demanda de trabajo aumenta, lo cual hace subir los salarios.
Desde un punto de vista teórico, el efecto global de la inmigración sobre el empleo y los salarios no está, pues, claro.
2. Datos empíricos: resultados contrastados
Para resolver la cuestión, los investigadores han centrado su atención en los datos empíricos, pero también en este caso, no es fácil esclarecer el embrollo de las correlaciones. Si bien se constata, por ejemplo, que los salarios y el empleo mejoran en aquellas zonas donde se instalan los inmigrantes, es posible que no se deba a que la inmigración mejore los salarios y el empleo, sino simplemente a que el propio dinamismo del empleo atrae a los inmigrantes.
Para superar este sesgo, algunos se han apoyado en esas experiencias naturales* que son las oleadas masivas e imprevistas de inmigración. Por ejemplo, en 1980, el régimen castrista expulsó a 125.000 cubanos obligándoles a embarcarse en el puerto de Mariel hacia Florida. La población activa de la ciudad de Miami aumentó de golpe en un 7%. En un célebre estudio, David Card no constató ningún impacto de ese exilio sobre el salario medio o el índice de paro de los trabajadores poco cualificados de Miami. Numerosos trabajos posteriores han vuelto a estudiar ese episodio y algunos confirman los resultados de Card, pero otros lo cuestionan. George Borjas, por ejemplo, señala que es posible que los nativos reaccionaran ante la llegada de los refugiados cubanos yéndose de Miami, y considera que se debe realizar este tipo de análisis al nivel espacial más amplio posible.
Un inmigrante recoge espárragos en Kavala (Grecia). FOTO: VASILIS VERVERIDIS
Esto ya lo había hecho Jennifer Hunt, quien intentó evaluar el impacto que tuvo sobre el mercado laboral francés la repatriación de cerca de 900.000 pieds-noirs tras la independencia de Argelia en 1962. Y puso de manifiesto la existencia de un efecto negativo, pero limitado y temporal, sobre la situación de los metropolitanos: en 1968, el paro de los no repatriados sólo había aumentado un 0,3% como máximo, mientras que sus salarios habían disminuido en un 1,3% como máximo. Evidentemente, el contexto influía: Francia tenía entonces un crecimiento económico elevado y, por tanto, había mucha creación de empleo, lo que permitió que el mercado laboral absorbiese rápidamente a los repatriados.
Las investigaciones empíricas tampoco han permitido llegar a un consenso, ya que el resultado de algunas es que la inmigración tiene un impacto negativo sobre los salarios y el empleo de los autóctonos, mientras que, para otras, tiene un impacto negativo limitado o incluso positivo. Entre estas últimas está la reciente de Frédéric Docquier, Çalar Ozden y Giovanni Peri. Según ellos, durante la década de 1990, la inmigración ha tenido un efecto más bien positivo sobre los salarios medios de los trabajadores menos titulados en los países desarrollados. Ello se explica por el hecho de que, durante ese período, los inmigrantes estaban, de media, mejor titulados que los nativos. Como, precisamente, son los más cualificados los que emigran, Docquier y sus coautores consideran que las poblaciones de los países desarrollados deberían estar más preocupadas por la emigración que por la inmigración. La emigración reduce, en efecto, la demanda de trabajadores poco cualificados: hay menos emprendedores e ingenieros que contraten mano de obra en las fábricas, menos hogares que busquen personal que se ocupe del mantenimiento de sus hogares y su jardín o de otro tipo de ayuda a domicilio, etcétera.
De hecho, varios estudios sugieren que la competencia principal no es la que se da entre autóctonos e inmigrantes, sino entre los propios inmigrantes: los procedentes de las oleadas más recientes son los más afectados por los nuevos entrantes.
3. La situación en Francia
En 2015, se calculaba que en Francia había 2,8 millones de trabajadores activos inmigrantes, es decir, cerca del 10% de la población activa global. De ellos, sólo 1,8 millones seguían siendo extranjeros, 77 millones procedentes de otros países de la Unión Europea y 1,1 millones del resto del mundo.
Basándose en sus trabajos sobre este asunto, Anthony Edo, economista del Centro de Estudios Prospectivos y de Informaciones Internacionales (Cepii), ha llegado a la conclusión de que la inmigración no ha afectado globalmente a los salarios de los nativos de un mismo nivel de educación y experiencia profesional. Ello se explica, según él, por la rigidez de los salarios debida a ciertas características institucionales del mercado laboral francés, especialmente al salario mínimo y a la preponderancia de los contratos indefinidos. Pero debido a esa rigidez, el ajuste de la inmigración se ha realizado a través del empleo. Un aumento del 10% de los inmigrantes entre los trabajadores de un nivel de educación y formación determinados degradaría aproximadamente un 3% el índice de empleo de los nativos de las mismas características.
EFECTOS PERVERSOS
Respecto a los salarios, Anthony Edo y Farid Toubal demuestran que el efecto de la inmigración sobre los nativos es diferente en función de su nivel de cualificación. En efecto, entre 1990 y 2010 el porcentaje de los inmigrantes con diplomas de grado superior pasó del 10% al 38% mientras que el de los no diplomados cayó del 67% al 39% (véase el gráfico). En otras palabras, durante ese período, la inmigración ha hecho aumentar el número relativo de trabajadores cualificados en Francia. Por tanto, ha contribuido a contener las desigualdades salariales al estimular al alza los salarios de los nativos poco cualificados.
Unos inmigrantes cada vez más cualificados
Distribución de los inmigrantes activos en función de su nivel de cualificación, en %
Los inmigrantes siguen estando globalmente poco favorecidos en el mercado laboral. A un mismo nivel de cualificación, los inmigrantes tienen unos salarios inferiores del 2% al 3% al de los nativos. Sus condiciones laborales son más difíciles: trabajan con más frecuencia los fines de semana y en horarios nocturnos. Además, su acceso a un empleo en la función pública, a las profesiones liberales y a muchas profesiones independientes es restringido, por no decir que les está prohibido, lo que reduce su probabilidad de encontrar empleo. Finalmente, las condiciones necesarias para conseguir la renta mínima de inserción son más limitadas —por ejemplo, los extranjeros procedentes de países no comunitarios sólo pueden beneficiarse si son residentes desde hace más de cinco años—, lo cual aumenta para ellos el coste de la falta de empleo.
Ello incita a los inmigrantes a aceptar trabajos de peor calidad, especialmente los que no quieren hacer los nativos, lo que puede empujar a las empresas a sustituirlos. En otras palabras, la discriminación que sufren los inmigrantes en lo que al empleo y prestaciones sociales se refiere puede gravar, a la larga, las condiciones laborales de los nativos. Y si las condiciones de acceso a la renta mínima de inserción y al empleo se restringieran aún más, como exigen algunos, no haría sino degradar aún más la situación de los nativos.