Portugal // Manos libres para Costa
Aumentar el poder adquisitivo de los salarios y acelerar la convergencia de renta con el resto de Europa, retos para el Gobierno socialista tras su rotunda victoria electoral.
La fórmula de combinar gasto social y disciplina fiscal parece haber funcionado. Tras su rotunda victoria en las elecciones anticipadas del pasado 30 de enero, el primer ministro portugués, António Costa, promete seguir en la senda emprendida tras su llegada al poder, en 2015, para avanzar hacia un país “más próspero, igualitario e innovador”. Entre sus planes más inmediatos figuran un aumento del gasto en pensiones y sanidad, una subida del salario mínimo y nuevas medidas para frenar el envejecimiento de la población, todo ello sin renunciar a la reducción del déficit y la deuda pública.
Más allá de superar la crisis del coronavirus, el Gobierno socialista tiene por delante retos de enorme calado, como acercar el nivel de renta de los portugueses a la media europea tras dos décadas de retroceso y evitar que sus conciudadanos más jóvenes sigan abandonando el país en busca de un trabajo decente.
Incrementar el gasto en sanidad será una de las prioridades
Gracias al apoyo del 42% de los votantes, el Partido Socialista obtuvo la mayoría absoluta (117 de 230 escaños) en la Asamblea de la República. Costa tiene manos libres para manejar la política económica, pues no precisa del apoyo parlamentario de los dos partidos a su izquierda que provocaron el adelanto electoral al rechazar el Presupuesto presentado por el primer ministro para 2022. El Partido Comunista y el Bloco de Esquerda, sostén parlamentario del Gobierno llamado de la Gerinconça, recibieron por ello un duro castigo de la ciudadanía: ambos perdieron conjuntamente 20 de sus 31 escaños en la Asamblea.
Fondos europeos
Costa, de 60 años, se ha fijado como prioridad impulsar la recuperación de los sectores económicos más afectados por la pandemia y, para ello, contará durante los próximos tres años con 16.600 millones de euros de los fondos Next Generation EU. Entre otras medidas presupuestarias, el exalcalde de Lisboa prevé incrementar en 700 millones de euros la partida destinada a sanidad y subir el salario mínimo hasta los 705 euros al mes, 40 euros más que ahora.
Los bajos salarios y la baja productividad son problemas endémicos de la economía portuguesa. El país cuenta con una población joven cada vez mejor preparada, pero la escasez de empleo bien remunerado obliga a muchos a marcharse a Reino Unido, Alemania o Francia para desarrollar sus carreras profesionales. Un ejemplo de esta paradoja: mientras ha faltado personal de enfermería en los hospitales durante la pandemia, hay 20.000 enfermeras y enfermeros portugueses trabajando fuera de su país.
Dos de cada tres jóvenes portugueses menores de 35 años cobran menos de 950 euros al mes, la mitad tiene un trabajo precario y una tercera parte está pensando en emigrar, según un estudio de la Fundación Francisco Manuel dos Santos. Portugal es, junto con Irlanda, el socio de la Unión Europea con mayor número de emigrantes en función de su población. Más de dos millones de portugueses viven fuera del país, que tiene 10,3 millones de habitantes.
Mientras exporta talento, Portugal importa mano de obra sin cualificación. El número de inmigrantes no ha dejado de aumentar en los últimos años y ya supera las cifras de emigrantes. La mayoría de quienes llegan a Portugal en busca de trabajo lo hacen en la agricultura, la construcción y el turismo a cambio de muy bajos salarios y en condiciones precarias.
Más de la mitad de la fuerza laboral del país no ha terminado la educación secundaria. La productividad es el 25% inferior a la media europea y las inversiones en educación e investigación y desarrollo llevan prácticamente congeladas desde la crisis financiera de 2007-2008. Faltan especialistas en ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (las especializades STEM), un fenómeno que se acentúa entre las mujeres. El alto precio de la banda ancha para acceder a Internet y la falta de adaptación de las pequeñas empresas a las nuevas tecnologías son otros dos obstáculos a la modernización de la economía.
A pesar tener una baja tasa de paro (el 6,3% de la población activa), especialmente si se compara con su vecino español, Portugal sigue siendo el país más pobre de Europa Occidental medido en PIB per cápita. Su economía ha ido por detrás de la media europea desde comienzos de siglo, retrasando la convergencia en materia de renta con los países más ricos de la Unión.
Giro social
Tras el duro golpe de la pandemia, que provocó una caída del PIB del 8,4% en 2020, todo indica que la economía portuguesa recuperará su nivel previo a la pandemia en el primer semestre de este año. En 2021, el PIB creció el 4,9%, su ritmo más alto desde 1990, y el Banco de Portugal pronostica un avance del 5,8% en 2022 y del 3,1% en 2023. Los principales motores de la recuperación serán el consumo privado —impulsado por una reducción del ahorro embalsado durante la pandemia— y la inversión, que crecerá el 7,2% gracias al dinero procedente de Bruselas. El Banco de Portugal espera que las exportaciones aumenten el 12,7%, gracias, principalmente, al esperado regreso de los turistas a las playas del Algarve y a las ciudades históricas del país.
1/3 de los jóvenes portugueses está pensando en emigrar en busca de un trabajo bien remunerado
705 euros mensuales es el salario mínimo que propone el primer ministro (40 más que ahora)
23% de la población portuguesa ha cumplido 65 años. Solo Japón e Italia tienen más personas mayores
Igual que en España, el turismo ha sido la actividad más castigada por el coronavirus. El sector tiene el mismo peso en la economía de ambos países: aproximadamente, el 15% del producto interior bruto (PIB) y el 10% del empleo. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) pronostica una vuelta a la normalidad de la actividad turística a principios de 2023.
El electorado portugués ha refrendado en las urnas el giro social imprimido por los socialistas tras su llegada al poder, en 2015, tras años de duras políticas de austeridad impuestas por Bruselas y aplicadas por gobiernos de la derecha. Costa puso en práctica entonces una política económica típicamente socialdemócrata, con un fuerte aumento del gasto público para reactivar la actividad económica y apuntalar el estado de bienestar, medidas que combinó con una disciplina fiscal muy elogiada por la Comisión Europea. Uno de los éxitos de su gestión ha sido mantener bajo control el déficit y recortar al mismo tiempo la deuda pública, que ronda el 130% del PIB, el nivel más alto de Europa tras Grecia e Italia y ligeramente superior al de España.
Como ocurre en otros países occidentales, el rápido envejecimiento de la población amenaza la sostenibilidad del sistema público de pensiones. La proporción de mayores de 65 años respecto a la población activa será del 62,8% en 2050, la más alta en la UE. La población portuguesa ha menguado el 2% en la última década (214.000 personas menos) y el 23,4% tiene más de 65 años, un porcentaje solo superado por Japón e Italia. Para frenar el envejecimiento de la población, Costa ha prometido crear 10.000 nuevas plazas en jardines de infancia, mayores rebajas fiscales por hijo y reducir la tasa de temporalidad del mercado laboral.