¿Presidente Trump?
Empate: A pesar de su discurso xenófobo y sexista, el candidato republicano tiene serias opciones de derrotar a Hillary Clinton en las elecciones del 8 de noviembre.
Hillary Clinton se dirige a los vecinos de Manchester (New Hampshire). FOTO: GAGE SKIDMORE | Donald Trump durante un acto de recaudación de fondos en Des Moines (Iowa). FOTO: GAGE SKIDMORE |
Era impensable hace tan sólo unos meses, pero Donald Trump tiene al alcance de la mano convertirse en el 45.º presidente de EE UU. Hillary Clinton, clara favorita en las encuestas durante todo el verano, ha visto esfumarse casi toda su ventaja a medida que avanzaba el mes de septiembre, y a falta de un mes para las elecciones, ambos están prácticamente empatados en los sondeos.
¿Qué ha sucedido? Los expertos atribuyen el cambio de tendencia a varios traspiés del campo demócrata y a la moderación del discurso del candidato republicano. Clinton cometió primero el error de llamar “gente despreciable” a los partidarios de Trump, quien no desaprovechó la ocasión para destacar el carácter soberbio de su contrincante y presentar sus comentarios como una prueba más de su desconsideración hacia la clase trabajadora. Dos días después, la televisión mostró cómo la aspirante demócrata sufría un desmayo tras un acto de recuerdo a las víctimas de los atentados del 11 de septiembre. Su equipo de campaña se vio obligado a confirmar que Clinton, de sesenta y ocho años, padecía neumonía, lo que desató todo tipo de rumores sobre su salud.
OHIO Y FLORIDA
Hasta entonces, todo apuntaba a una victoria cómoda de la ex primera dama. Clinton alcanzó su ventaja máxima sobre Trump en las encuestas —7,6 puntos porcentuales del voto— el pasado 9 de agosto, después de que se celebraran las convenciones de los dos grandes partidos. El 26 de septiembre, en vísperas del primer debate televisado entre ambos, la distancia se había reducido a tan sólo 1,6 puntos.
Para los partidarios de Clinton, sin embargo, el principal motivo de preocupación no son las encuestas nacionales, sino las de los Estados que tradicionalmente inclinan la balanza en favor de uno u otro candidato, especialmente Ohio y Florida. Varios sondeos daban ventaja a Trump en Ohio a finales de septiembre. Una derrota allí prácticamente echaría por tierra las aspiraciones de Clinton, pues la historia demuestra que es prácticamente imposible que un candidato llegue a la Casa Blanca sin ganar en ese estado del Medio Oeste.
Algo similar pasa en Florida, donde Trump se ha colocado a la altura de su rival después de que ésta fuese clarísimamente por delante durante todo el verano. Las alarmas demócratas han sonado también en Colorado, donde los sondeos otorgan ventaja al republicano. Clinton es aún favorita en otros Estados decisivos como Michigan, Pensilvania, Virginia y Wisconsin, pero no son suficientes para apuntalar su victoria. Sin Ohio, Florida y Colorado, Clinton no será presidenta.
Una de las claves que explican el empate en las encuestas y lo impredecible del resultado es que, por primera vez en varias décadas, los dos candidatos suscitan un amplio rechazo entre la población. El llamado índice de favorabilidad —votantes con opinión favorable de un candidato menos votantes con opinión desfavorable— ha estado en territorio negativo para ambos durante toda la campaña.
Muchos estadounidenses, incluyendo votantes demócratas tradicionales, ven a Clinton como la candidata del establishment, representante de una élite gobernante más preocupada por mantener sus privilegios que en defender los intereses de los ciudadanos. No les falta al menos parte de razón, pues la aspirante demócrata lleva prácticamente toda su vida adulta en política, primero acompañando a su marido y luego como senadora y secretaria de Estado.
A pesar de su carácter colérico, sus opiniones racistas y misóginas y su nula experiencia en la Administración, Trump ha conseguido conectar con millones de estadounidenses que se sienten abandonados por el sistema, viven con miedo al terrorismo yihadista y desconfían del aumento de la inmigración. En este terreno, el republicano juega con las mismas cartas que los políticos que lideraron la campaña del Brexit en el Reino Unido o de los movimientos ultraderechistas, populistas y xenófobos en auge en otros países europeos.
LAS MINORÍAS SERÁN CLAVE
Trump, de setenta años, ha mentido repetidamente durante la campaña, pero se ha salido siempre con la suya. Ha prometido levantar un muro de separación entre México y EE UU, expulsar a todos los inmigrantes indocumentados y prohibir la entrada de los musulmanes en el país. También ha coqueteado con la idea de suspender temporalmente el pago de la deuda emitida por el Tesoro —considerada la inversión más segura del mundo— y ha sugerido la posibilidad de usar armas nucleares para combatir a los terroristas de Estado Islámico. Hasta ha señalado como político predilecto a Vladimir Putin, líder de la potencia rival y conocido por su desprecio por los derechos humanos. Da la impresión de que muchos electores no perdonan un fallo a Clinton, pero sí están dispuestos a tolerar cualquier barbaridad de su rival.
Aconsejado por sus colaboradores más cercanos, el multimillonario neoyorquino ha ido moderando su discurso a medida que se acerca la fecha de los comicios. El objetivo es dar una imagen presidenciable y resultar menos repulsivo a las clases medias, que son las que tradicionalmente inclinan la balanza en favor de uno u otro candidato. Trump parece haber llegado finalmente a la conclusión de que es imposible ganar las elecciones con el único apoyo de los hombres blancos de escasos recursos económicos y bajo nivel cultural, su principal base electoral.
El republicano aventaja a su rival en varios estados clave
Ambos candidatos despiertan el rechazo de muchos votantes
Para ganar, Clinton confía precisamente en el apoyo mayoritario de las mujeres, los hispanos, los negros y los hombres blancos con formación universitaria. La aspirante demócrata se ha ganado el respaldo de la mayoría de los periódicos del país —incluyendo The New York Times, The Washington Post y Los Angeles Times— e incluso de sectores republicanos moderados que contemplan con horror la posibilidad de que Trump habite la Casa Blanca.
A favor de Clinton juega el hecho de que el electorado estadounidense será en esta ocasión el más diverso étnicamente de la historia. Casi uno de cada tres ciudadanos con derecho al voto (31%) es hispano, negro, asiático o perteneciente a otras minorías, comparado con el 29% de 2012. Ello se debe sobre todo al crecimiento del número de votantes de origen mexicano, particularmente de jóvenes nacidos en EE UU.
Hace muchas décadas que los estado-unidenses no tienen la oportunidad de elegir a su líder entre dos personas tan distintas como Clinton y Trump. Sin embargo, a muchos les está costando decidirse. Hay todavía un 20% que no ha decidido aún si votará por alguno de los dos o si dará su apoyo a candidatos minoritarios como Gary Johnson, del Partido Libertario, o la ecologista Jill Stein. El desenlace está en manos de los indecisos.