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Putin se abona al desafío atómico

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Noviembre 2022 / 107

Ilustración
Lola Fernández

La posibilidad de que Rusia lance una bomba nuclear táctica ha dejado de considerarse algo remoto y proliferan los análisis sobre cómo responder a una acción de esa naturaleza.
 
La amenaza nuclear ha estado presente desde el principio. Pocos días antes de iniciar la ofensiva contra Ucrania el 24 de febrero el presidente de Rusia, Vladímir Putin, asistió a unas maniobras que incluyeron nuevas armas nucleares y poco después de lanzar la ofensiva anunció que había puesto “en régimen especial de servicio de combate” sus fuerzas de disuasión. Las advertencias se fueron diluyendo en los meses que las fuerzas rusas, pese al fracaso inicial, llevaron la iniciativa, pero han resurgido cuando este verano el Ejército ucraniano ha reconquistado territorio en el este y el sur del país.
Putin volvió a poner sobre la mesa su arsenal nuclear el 21 de septiembre al anunciar una movilización de reservistas y la puesta en marcha de un rápido proceso de anexión de las cuatro provincias ucranianas ocupadas por sus tropas. La incorporación a la Federación Rusa del 15% de la superficie de Ucrania se concretó nueve días después en una ceremonia celebrada en el Kremlin. Con la anexión, la amenaza nuclear se hace más creíble porque, según la doctrina militar rusa, una de las causas que justifican recurrir a la bomba atómica es la defensa de “la integridad territorial”.
La amenaza es en sí misma un arma. El temor a una guerra nuclear ya hizo que la respuesta de la OTAN al comienzo de la invasión no incluyera el envío a Ucrania de determinado armamento y se rechazara la petición del Gobierno de Kiev de decretar la exclusión aérea sobre su territorio. Pero los avances de las tropas ucranianas gracias al suministro de sistemas de armas avanzados por EE UU y Europa han dado un vuelco a la situación.

Un artefacto nuclear táctico está dirigido a objetivos cercanos

La reacción de la OTAN debería adaptarse a la gravedad del ataque

 
En el bando ruso, el denominado partido de la guerra reclama cada vez con más insistencia el recurso al arma atómica. La politóloga nacionalizada francesa Tatiana Stanóvaya, describe así la situación en un artículo publicado en la revista estadounidense Foreign Affairs: “El segmento pro Kremlin de Telegram está repleto de cientos de publicaciones que justifican el derecho de Moscú a usar armas nucleares tácticas en Ucrania o intentan convencer al mundo de que Putin está seriamente dispuesto a recurrir a esas armas”. Todo ello “no solo es parte de una campaña deliberada para intimidar a Occidente, sino también una demostración de la creciente determinación entre los miembros pro guerra más comprometidos de la élite y la sociedad rusa de que hay que ganar como sea”.
 
Que sufra Occidente
Como muestra de hasta dónde están dispuestos los partidarios de Putin a llevar su desafío puede valer este párrafo de un artículo publicado por Dimitri Simes en The National Interest: “Al parecer, el Estado Mayor y los servicios de seguridad rusos están preparando opciones para el Kremlin sobre lo que se puede hacer para infligir un daño doloroso a los aliados de Ucrania. Es una opinión ampliamente aceptada en Rusia que se está luchando tanto contra Ucrania como contra el Occidente colectivo; es a Occidente, en otras palabras, al que hay que hacer sufrir para cumplir los objetivos mínimos de Moscú”.
Simes, nacido en Rusia y nacionalizado estadounidense, es un conocido partidario de Donald Trump y uno de los más destacados propagandistas del Kremlin en Estados Unidos. “Según fuentes fiables”, precisa, “el Estado Mayor ruso está desarrollando simultáneamente opciones que involucran armas nucleares tácticas, y no solo para su uso en territorio ucraniano. Nadie puede decir exactamente bajo qué circunstancias se implementarían esos planes”, agrega, pero cita varios hechos que podrían ponerlos en marcha: que las fuerzas ucranianas pudieran “retomar Jersón, eliminar la conexión terrestre de Rusia con Crimea, destruir el puente de Crimea e intensificar los ataques aéreos, ya crecientes, en territorio ruso”.

Rusia conserva más armas atómicas que Estados Unidos

El recurso a misiles estratégicos podría causar una catástrofe

 
Un artefacto nuclear táctico es aquel que está diseñado para ser utilizado en el campo de batalla o para alcanzar objetivos relativamente cercanos. Su potencia puede ser de unos pocos kilotones a 50 o incluso más, su impacto es mayor o menor según la altura a que sea detonado y las consecuencias varían mucho si se lanza en un lugar deshabitado a modo de advertencia, sobre una concentración de tropas o sobre una ciudad. Para dar idea de su potencial, la bomba lanzada sobre Hiroshima el 6 de agosto de 1945 era de 15 kilotones y causó hasta finales de aquel año 166.000 muertes. La de Nagasaki, detonada tres días después, era de 21 kilotones y causó 80.000 muertes en el mismo periodo de tiempo.
 
Con armas convencionales
La respuesta de EE UU y la OTAN tras la detonación de una bomba nuclear de este tipo se debería adaptar a la gravedad de las consecuencias que acarreara su explosión. En los medios occidentales se han analizado infinidad de represalias, pero se suele coincidir en que muy probablemente la elegida sería con armas convencionales. De hecho, mientras que Rusia ha conservado un arsenal estimado en 2.000 bombas nucleares tácticas, Estados Unidos posee muchas menos (en Europa están almacenadas un centenar) y ha desarrollado armamento convencional que puede alcanzar los mismos objetivos con menos complicaciones.
En un artículo publicado el 15 de octubre, The Wall Street Journal apuntaba varias respuestas concretas: “Ayudar a Ucrania a atacar objetivos en Rusia, ordenar ataques estadounidenses convencionales contra las fuerzas rusas en la Ucrania ocupada, destruir barcos rusos en el Mar Negro e, incluso, atacar objetivos militares en el interior de Rusia, como la base desde la que se hubiera lanzado el ataque nuclear”.
Este octubre se han cumplido 60 años de la crisis cubana de los misiles, el momento en que el mundo ha estado más cerca de la guerra atómica. Una consecuencia positiva de aquel sobresalto fue el Tratado de No Proliferanción Nuclear (TNP), que limita la posesión de armas de este tipo a los cinco países que habían detonado bombas en ensayos atómicos antes de 1967: EE UU, la URSS (cuya heredera es Rusia), China, Francia y Reino Unido, que son al mismo tiempo los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU. El resto de firmantes del tratado han renunciado a desarrollar armas atómicas a cambio del compromiso implícito, aunque nunca ha figurado por escrito, de que los cinco no utilizarían su arsenal nuclear contra los países que no poseen ese tipo de armas. 
 
Papel mojado
Ucrania llegó a disponer de unos 5.000 artefactos nucleares cuando formaba parte de la URSS, pero tras la independencia renunció a ellos, los entregó a Rusia y firmó el TNP porque Moscú (junto con Washington y Londres) se comprometió a respetar su soberanía e integridad territorial firmando el denominado Memorándum de Budapest.
El memorándum es papel mojado desde 2014 y si Rusia recurriera al arma atómica contra una nación desnuclearizada el paso tendría un fuerte impacto sobre el TNP y todo el entramado institucional levantado tras la Segunda Guerra Mundial. Eso, en el mejor de los casos. En el peor, de la explosión de armas tácticas se podría pasar al lanzamiento de misiles estratégicos y a una escalada catastrófica.