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Qué esperar de la presidencia de Biden

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Diciembre 2020 / 86

El demócrata pretende dar un giro de 180 grados en cuestiones como el coronavirus, el medio ambiente y la política exterior, pero tendrá escaso margen de maniobra si los republicanos revalidan su mayoría en el Senado.

Basta con echar un vistazo a los primeros nombramientos de Joe Biden para comprobar que su presidencia va a ser radicalmente distinta a la de Donald Trump. La notable presencia de mujeres y de personas de diversos orígenes raciales en su equipo de confianza supone un enorme contraste con el Gobierno actual,  integrado abrumadoramente por hombres blancos.

Biden se ha propuesto dar un giro de 180 grados a la gestión de Trump en los asuntos más relevantes —desde la economía a la sanidad, pasando por la educación, el medio ambiente y la política exterior—, pero no lo va a tener fácil. Su margen de maniobra va a depender en gran medida de los apoyos que logre recabar en el Congreso. Aunque con un margen más estrecho que en la legislatura anterior, los demócratas han revalidado su mayoría absoluta en la Cámara de Representantes, pero aún se desconoce qué configuración tendrá el Senado, pues restan por asignar los dos escaños del Estado de Georgia, que se decidirán el próximo 5 de enero en unas elecciones a cara de perro. Los demócratas están obligados a ganar los dos para empatar a 50 asientos, lo que les permitiría controlar de facto el Senado, pues el voto de calidad de la vicepresidenta electa, Kamala Harris, inclinaría la balanza en su favor si fuera necesario.

El ambiente crispado  que deja Trump no es el más propicio para gobernar

Una nueva mayoría republicana, por el contrario, obligará a Biden a librar una dura batalla y a maximizar el uso de las prerrogativas presidenciales para sacar adelante su agenda. Sea como sea, el nuevo presidente no tendrá más remedio que recurrir a sus conocidas habilidades negociadoras, labradas durante de tres décadas como senador y ocho años como vicepresidente. El ambiente de crispación y polarización que su contrincante le deja en herencia no es el precisamente el más propicio para restablecer un clima code colaboración entre los poderes ejecutivo y legislativo, pues las heridas abiertas en estos últimos cuatro años son muchas y profundas. La actitud serena y conciliadora que Biden ha mostrado desde el día de las elecciones muestra que su intención es devolver a la presidencia de EE UU la dignidad perdida y desterrar el uso de la mentira, la provocación y el insulto como herramientas políticas.

Lucha contra el virus

La primera tarea del nuevo inquilino de la Casa Blanca, cuya toma de posesión está prevista para el 20 de enero, será frenar el avance del coronavirus, que está fuera de control en muchas zonas del país. En vísperas de la festividad de Acción de Gracias, a finales de noviembre, el país se acercaba a los 12 millones de casos positivos y superaba los 250.000 muertos. Cada día, la covid-19 acababa con la vida de 2.000 personas y el número de contagios superaba los 170.000. A diferencia de su predecesor, Biden ha prometido seguir las directrices que marcan los científicos y poner en marcha una estrategia nacional de lucha contra la pandemia. Se opone a la idea de confinar de nuevo a todos los estadounidenses, pero es partidario del uso generalizado de mascarillas y de que los Estados y los Ayuntamientos no relajen las medidas de prevención mientras el virus no esté bajo control. 

Reactivar la economía

Al mismo tiempo que gestiona la lucha contra la pandemia, Biden deberá ponerse al frente de la reactivación económica para sacar al país de la peor recesión desde la Gran Depresión de los años treinta del siglo pasado. El gran objetivo es volver cuanto antes al pleno empleo alcanzado antes de que el virus hiciera su aparición. Para conseguirlo, al frente del Departamento del Tesoro ha colocado a la veterana Janet Yellen, expresidenta e la Reserva Federal y experta en mercado laboral. Se espera que el nuevo Ejecutivo ponga en práctica una política económica de inspiración keynesiana, subiendo los impuestos a los más ricos y a las grandes corporaciones para financiar la modernización de las infraestructuras, avanzar en la transición hacia la economía verde, fortalecer la sanidad pública y mejorar la educación. 

Biden ha hecho un llamamiento al Congreso para que lance cuanto antes un segundo plan de reconstrucción, pero las discrepancias entre demócratas y republicanos lo ha impedido. La presidenta de la Cámara de Representantes, la demócrata Nancy Pelosi, ha puesto sobre la mesa un plan de 2 billones de dólares que incluye pagos directos a las familias más castigadas por la crisis, préstamos a pequeñas empresas y fondos para test de coronavirus. Los republicanos rechazan un aumento tan considerable del gasto público y se oponen a cualquier subida de impuestos. Su plan alternativo ronda los 500.000 millones de dólares, una cuarta parte del demócrata.

Biden pretende subir los impuestos y eliminar deducciones a quienes ganen más de 400.000 dólares anuales con la idea de volver al régimen fiscal previo a los recortes aprobados a iniciativa de Trump. Entre otras medidas, el demócrata también defiende un incremento de los impuestos a los beneficios del capital superiores a un millón de dólares y una subida del impuesto de sociedades del 21% al 28%. 

Fin del unilateralismo

Las diferencias entre Biden y Trump son también enormes en política exterior. Siguiendo su lema America First (EE UU primero), el presidente saliente antagonizó a buena parte de sus aliados y dio la espalda a buena parte de los organismos internacionales. El nombramiento de Antony Blinken como secretario de Estrado indica que Biden, forjado políticamente en el tramo final de la Guerra Fría, apuesta por poner fin al unilateralismo de su predecesor para retornar  al orden establecido tras la II Guerra Mundial y recomponer las maltrechas relaciones con la Unión Europea. El nuevo presidente es partidario de que su país se reincorpore a la Organización Mundial de la Salud (OMS) y al Consejo de Derechos Humanos de la ONU y de que vuelva a ejerccer el liderazgo de la OTAN. 

No está tan claro qué posición adoptará ante la guerra comercial con China iniciada por Trump y ante la actitud asertiva que viene mostrando el  presidente Xi Jinping en materia de política exterior. Biden ha expresado su deseo de volver a la mesa de negociación con Irán en materia nuclear, después de que su antecesor decidiera abandonar  abruptamente el acuerdo internacional firmado en 2015. Está también por ver qué relación buscará la diplomacia  estadounidense con el presidente ruso, Vladimir Putin,  que ha hecho todo lo posible por desestabilizar el proceso electoral  en EE UU y no ha escondido su predilección por Trump.

Freno al cambio climático

Reducir las emisiones de gases causantes del calentamiento global y volver al Acuerdo de París son dos piezas centrales de la estrategia medioambiental de Biden, decidido a que la cuestión climática sea prioritaria en todos los departamentos de su Administración.  Al frente de ese esfuerzo estará otro peso pesado, Johh Kerry, que fue secretario de Estado con Barak Obama. Enfrente va a tener al potente lobby industrial y a los republicanos del Congreso, tradicionalmente escépticos ante el cambio climático y reacios a imponer sanciones a las empresas más contaminantes.