Recaída // El virus vuelve a ganar
Sanidad debilitada, crisis política, desescalada precipitada, rastreo insuficiente y mala gestión propician la segunda oleada de la pandemia en España.
El Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias (CCAES) es una unidad del Ministerio de Sanidad creada en el año 2004 con casi tantas palabras en su nombre (8) como funcionarios adscritos (10), a los que hay que sumar a su director, Fernando Simón. Es el puente de mando de la lucha de España contra la pandemia. Su equivalente en Alemania, el Instituto Robert Koch, fue creado en 1891 y reúne a 1.080 personas. La comparación es un poco tramposa porque el organismo alemán desarrolla también tareas de investigación, pero sirve para apreciar cómo se afronta la batalla desde distintas latitudes: aquí se dispara contra el virus desde frágiles chalupas mientras que otros disponen de portaviones.
El gasto público por habitante en sanidad en Alemania es más del doble que en España, y algo parecido sucede con Francia, Holanda, Bélgica, Austria y los países nórdicos. En Italia es solo un poco más alto y en Portugal, más bajo, igual que en los países del Este. Todos, sin embargo, tienen muchos menos contagios que España, lo que muestra que la debilidad del sistema sanitario es un telón de fondo sobre el que se sobreponen otras causas. Cuando se analiza ese gasto en las comunidades autónomas se advierte que la correspondencia entre mayor inversión y menos infecciones no siempre se da. Entre las tres que más invierten, en Asturias hay pocos contagios (realmente muchos menos que en cualquier otro territorio), mientras que en el País Vasco y Navarra la epidemia está pegando muy fuerte.
Correr más de la cuenta
De la mano de esa situación contradictoria del País Vasco se puede entrar en otro factor estructural que está influyendo en la gravedad de la segunda ola: la inestabilidad política. Los dirigentes vascos presionaron a fondo para acelerar el paso hacia la que se denominó nueva normalidad porque querían celebrar elecciones. Fueron los primeros en correr más de la cuenta. Luego vinieron todos los demás.
Hay una coincidencia bastante generalizada en considerar que el origen inmediato del rebrote ha sido una desescalada demasiado rápida, auspiciada por las terribles broncas que se produjeron en el Congreso en las últimas renovaciones del estado de alarma. A ello se unió el 3 de junio el anuncio de Italia de que iba a abrir sus fronteras al turismo. A partir de ahí todo fueron prisas. Para constatar la enorme rapidez de la desescalada española basta con compararla con un proceso lento como el que se ha dado en Nueva York utilizando el baremo de la apertura de bares y restaurantes. Aquí, en algunas comunidades se pudo empezar a servir en el interior desde el 8 de junio. En el Estado de Nueva York, que tuvo la punta de contagios solo una semana después que España, se han utilizado solo las terrazas durante todo el verano. El servicio en los interiores no se ha autorizado hasta el 30 de septiembre. Más de tres meses de diferencia.
Fracaso en el seguimiento
A finales de junio la responsabilidad de actuar contra la pandemia pasó plenamente a las comunidades autónomas y, dentro de ellas, a las dos áreas más castigadas por los recortes sanitarios (la atención primaria y los servicios de salud pública), encargadas de la detección y seguimiento de las infecciones. En el fracaso de esta tarea se asienta la segunda causa directa de la nueva oleada de contagios.
Negar la gravedad de la situación es garantía de desastre
La epidemia no se puede controlar si no se sabe dónde está el virus, y para ello es necesario hacer pruebas a quienes presenten el menor síntoma de contagio (y aislarlos para que no infecten a más personas) y averiguar sus contactos más cercanos de los últimos días (para aislarlos también y hacerles igualmente pruebas). Es básico localizar el máximo de contagiados sin síntomas para que estos se aíslen y no extiendan sin querer la enfermedad. En esta tarea son fundamentales los denominados rastreadores, que eran solo unos 500 en toda España en la vieja normalidad y debían multiplicarse al menos por 20 para entrar con garantías en la nueva. No fue así. Cuando en fecha tan tardía como el 10 de agosto El País hizo un repaso de rastreadores contratados, las cifras eran ridículas en muchas de las comunidades. Una excepción positiva era la valenciana, que con 1.008 personas era, con mucho, la que se había reforzado más. Mes y medio después la Comunidad Valenciana figura entre las que mejor soportan la pandemia.
Madrid y Cataluña
Si las cuatro causas descritas son realmente las más relevantes, dos comunidades tenían a priori el máximo de posibilidades de encabezar la nueva oleada de la pandemia: Madrid y Cataluña. Ambas presentan los máximos niveles de enfrentamiento político, ambas debilitaron a fondo el sistema sanitario público hasta convertirse en las que menos invierten en salud por habitante, ambas aceleraron de manera imprudente la desescalada suprimiendo de hecho la fase 3 y ambas se olvidaron inicialmente de contratar suficientes rastreadores y reforzar la atención primaria.
El gráfico de infecciones confirmadas muestra cómo España vive una segunda oleada de la pandemia, pero debe tenerse en cuenta el número de fallecimientos para tener una idea más ajustada de la realidad. En las primeras semanas se detectaba una de cada 10 infecciones, como estableció la gran encuesta serológica que se hizo en mayo. Los casos detectados ahora, muchos asintomáticos, se acercan más a la realidad.
La predicción se ha confirmado en Madrid, sumida a mediados de septiembre en un pozo de 3.000 contagios diarios, un auténtico récord mundial, mientras que Cataluña ha conseguido estabilizarse en 1.000 diarios desde mediados de julio. Esta gran diferencia muestra que hay al menos una quinta causa importante: la mala gestión.
Observando el comportamiento del virus está claro que la epidemia solo puede afrontarse considerándola siempre un problema grave, tanto si hay muchos contagios como si hay pocos, porque si no se actúa con decisión, los pocos se convierten en muchos en cuestión de semanas. Negar la gravedad de la situación y tomar siempre tarde las medidas impopulares de restricción, como ha sucedido en Madrid, es garantía de desastre.
Calidad de los datos
Los gestores de la sanidad catalana asumieron la realidad y reaccionaron en consecuencia a principios del verano, alarmados por el brote de los temporeros de Lleida y el avance de la infecciones en Barcelona y su área metropolitana. La base de la nueva estrategia, verbalizada por el secretario de Salud Pública nombrado el 21 de julio, es adelantarse al virus (localizar el máximo de asintomáticos) por todos los medios. Al sistema tradicional de rastreo (que se ha ido reforzando) se sumó otro que se ha demostrado eficaz: las pruebas PCR a determinadas franjas de población de barrios enteros cuando los números lo aconsejan. Para que estos cribados sean útiles, la calidad de los datos y su buen manejo son fundamentales.
El código de colores que propone el Centro Europeo para la Prevención y Control de Enfermedades para unificar criterios prevé que a partir de 50 casos por 100.000 habitantes en 14 días los territorios se tiñan de rojo. En España no se salva del rojo ni una sola comunidad, ni siquiera las virtuosas Asturias y Comunidad Valenciana y la redimida Cataluña.