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Regeneración // Tiempo nuevo en Chile

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Diciembre 2020 / 86

La Constitución que redactará un órgano paritario de hombres y mujeres puede barrer, por fin, los restos de la dictadura de Pinochet.

Los chilenos quieren una nueva Constitución. Los resultados del plebiscito celebrado el pasado 25 de octubre, impuesto al Gobierno conservador de Sebastián Piñera por las masivas movilizaciones del año pasado, abren una nueva era en el país suramericano. Es un tiempo nuevo en el que, si todo sale bien, los ciudadanos podrán barrer, por fin, los restos de la dictadura de Augusto Pinochet materializados en una Constitución redactada bajo su control en 1980, que fijó como inamovibles las leyes económicas impuestas por economistas neoliberales, los denominados Chicago boys, tras el golpe de Estado de 1973.

Por primera vez en la historia del país se preguntó a la ciudadanía si quería una nueva Constitución y, en caso afirmativo, quién debería redactarla. La respuesta ha sido clara: el 78,27% estuvo de acuerdo en adoptar otra Carta Magna y el 78,99% apoyó que sea redactada por una asamblea paritaria de hombres y mujeres, todos ellos elegidos por votación directa. Si la pandemia no lo impide, el país volverá a las urnas el próximo 11 de abril para elegir a las personas que redactarán el nuevo texto.

“Corrió solo y llegó segundo”. El periodista chileno Alberto Gato Gamboa resumió con este genial titular, publicado en el desaparecido diario Fortín Mapocho, la derrota de Augusto Pinochet  en el anterior plebiscito, el del 5 de octubre de 1988. Pinochet pretendía con aquella consulta acallar las críticas internacionales y alargar su Gobierno ochos años más, pero no lo logró. En contra de sus expectativas y de todos los pronósticos, perdió. El no se impuso y dio paso a elecciones presidenciales y al inicio de la transición democrática en Chile.

Reparto desigual

Sin embargo, pese a no haber pronunciado (que se sepa) aquello tan franquista de “atado y bien atado”, Pinochet sí dejó su huella: una Constitución con un sistema electoral trucado y un Parlamento maniatado para introducir cambios sustanciales en el andamiaje económico ultraliberal, que sigue vigente y que ha propiciado un notable  aumento de la riqueza pero también un reparto muy desigual.

El modelo económico chileno fue gestado por los célebres Chicago boys. En 1955, cuatro economistas de la Universidad de Chicago desembarcaron en Santiago con el propósito de participar en un estudio. En plena guerra fría y con Estados Unidos obsesionado por la expansión del comunismo en Latinoamérica, Chile era el país ideal para experimentar. En colaboración con la Pontificia Universidad Católica (PUC), el proyecto se prolongó hasta 1961 y continuó varios años más en la Universidad de Chicago. Jóvenes licenciados de la Católica y algunos de la Universidad de Chile (pública) fueron a Illinois a cursar estudios de posgrado y tuvieron la oportunidad de recibir directamente las enseñanzas de Milton Friedman y Arnold Harberger: mínima intervención del Estado en la economía, máxima desregulación, monetarismo y privatizaciones.

Pensiones privadas

Tras el paréntesis del Gobierno socialista de Salvador Allende y consumado el golpe, los Chicago boys se pusieron al servicio de la dictadura ocupando altos cargos administrativos e impulsaron la espectacular transformación del país que Friedman denominó poco después “el milagro chileno”. Hoy, 47 años después del golpe, Chile es la sexta economía de América Latina y la más dinámica. Tiene la deuda externa más baja y la renta per cápita más elevada del subcontinente. El Banco Mundial lo incluye entre los países de ingresos altos, pero al mismo tiempo constata que es de los que peor reparte la riqueza. Según muestra el índice Gini, es el 24º país más desigual del mundo, sobre un total de 159. Y encabeza la clasificación de desigualdad de la OCDE, por delante de México, EE UU y Turquía. El 0,01% de la población acapara algo más del 10% de la riqueza del país.

La Carta Magna aún vigente blinda una economía ultraliberal

Las masivas protestas de octubre pasado forzaron el cambio

Dos de las reformas de la dictadura que con el tiempo se han mostrado más lesivas para la población fueron la que potenció la sanidad privada a costa de la pública y la que sustituyó el tradicional sistema de reparto de las pensiones por otro de capitalización, contra el que se han desarrollado en los últimos años grandes movilizaciones cuando los adscritos al nuevo sistema han empezado a jubilarse con pensiones muy inferiores a las prometidas. Los gobiernos que se han sucedido desde el plebiscito fallido del dictador, pese a ser la mayoría de ellos de centro-izquierda, apenas introdujeron leves correcciones al potente entramado institucional heredado de la dictadura; hasta que la situación se hizo insostenible.

Descontento social

El desencadenante de la oleada de protestas que forzó el plebiscito fue el aumento del precio del billete del transporte público de Santiago, que entró en vigor el 6 de octubre de 2019. Esa subida fue la gota que rebasó la paciencia de la ciudadanía, harta de las jubilaciones precarias, la sanidad deficiente, los altos precios de los medicamentos, las carencias en todos los niveles educativos y los altos precios de los alquileres, poco acordes con los bajos salarios. 

Al principio, solo unos centenares de estudiantes se organizaron para dejar de pagar el metro, pero pronto fueron miles y las protestas acabaron desembocando en concentraciones con centenares de miles de participantes. Llegaron los enfrentamientos con las fuerzas del orden y el Gobierno echó mano de todos los clásicos represivos: golpes disuasorios, detenciones, disparos, toque de queda, estado de emergencia. 

Chicago boys: Economistas formados en la Universidad de Chicago por Milton Friedman y Arnold Harberger inspiraron la política económica ultraliberal de la dictadura de Pinochet. Muchas de sus directrices siguen vigentes hoy en Chile.

En lugar de apaciguar los ánimos, la protesta ciudadana fue a más y alcanzó el cénit el 25 de octubre con masivas manifestaciones que congregaron alrededor de millón y medio de personas en la capital y  hasta cuatro millones en el conjunto del país, según los organizadores. Fueran o no exactas esas cifras, la cantidad de manifestantes fue suficiente para lograr que el presidente  Piñera, cuya popularidad caía en picado, negociara con la oposición la convocatoria del plebiscito. A continuación cesó a seis ministros e instó al nuevo Gabinete, con bastante cinismo, a "escuchar" y "abrir diálogos hacia un Chile más justo, solidario y con igualdad de oportunidades".

Votación inédita

El coste de los enfrentamientos fue cuantioso: 32 muertos confirmados (15 de ellos en incendios de locales) y 3.400 manifestantes heridos que requirieron asistencia médica, igual que unos 2.000 carabineros lesionados . Hubo 8.000 detenidos y las pérdidas materiales se han estimado en 3.300 millones de dólares.

El plebiscito del 25 de octubre ha trazado el camino hacia la superación definitiva de las instituciones heredadas de la dictadura pinochetista. Por primera vez en todo el mundo se va a elegir por votación popular un órgano con el mismo número de mujeres que de hombres para que redacte una nueva Constitución. De la correlación de fuerzas que surja de las urnas el próximo 11 de abril dependerá que la sombra de los Chicago boys deje de proyectarse sobre el futuro de Chile.